El economista de la salud José Luis Fernández, investigador de la London School of Economics, repasa en esta entrevista los diferentes modelos de cuidados que se están aplicando en Europa. El experto ha participado este miércoles en el congreso organizado por el Gobierno Vasco bajo el título Avanzando hacia un pacto vasco por los cuidados, que reúne hasta mañana en el centro Tabakalera de Donostia a más de 400 participantes.

¿Qué es clave a la hora de diseñar una buena estrategia de cuidados?

Entender la forma en la que se priorizan las ayudas. Es decir, no simplemente cuántas personas están recibiendo la atención, sino quiénes son. Saber exactamente cuál es la relación entre las necesidades y la respuesta recibida. Y más importante, saber cuál es el impacto sobre su bienestar. Es un reto saber exactamente qué grado de bienestar se alcanza con esas ayudas.

¿Qué recomendaciones puede trasladar?

En realidad, nadie ha resuelto los retos que siguen planteando los cuidados a futuro. En primer lugar hay que tener muy claro ese objetivo, que pasa por el bienestar.

¿Qué hay que entender por bienestar?

Estamos hablando de mucho más que un apoyo. También está en juego la oportunidad de relacionarnos con nuestro entorno, con otras personas. Tener una vida lo más plena posible. Los cuidados de larga duración tratan de generar bienestar, pero sin embargo lo que estamos viendo cada vez más debido a la presión fiscal es que el modelo tiende a centrarse exclusivamente en actividades relacionadas con los cuidados personales. Es algo que está ocurriendo incluso en los países nórdicos, lo que obliga a los cuidadores informales a cubrir ese otro aspecto. También es importante construir el modelo de cuidados desde abajo. Es muy difícil conseguir un sistema que funcione bien desde un despacho. Si construimos el modelo desde arriba, no puede ser personalizado, ni flexible.

Es un mensaje que se está trasladando con frecuencia desde Euskadi.

Sí, es necesario que así sea, un modelo personalizado. Si estamos hablando de alguien que va a venir a cuidarte, a bañarte, a ayudarte a ganar en bienestar, tú tienes que estar en el centro de esas decisiones. La personalización de la ayuda es fundamental.

¿Por qué no se ha prestado atención durante tanto tiempo a esta realidad social?

Las familias han sido las que tradicionalmente han prestado los cuidados de larga duración. Persiste, además, cierta miopía social. No nos gusta pensar en lo que nos pueda pasar cuando seamos mayores, en si vamos a tener, por ejemplo, una demencia. Esa misma miopía social provoca que no exista una planificación adecuada a largo plazo, tanto desde un punto de vista personal como social. Persiste cierto estigma. Es por todo ello que los cuidados no se han desarrollado como el resto de pilares del sistema de bienestar.

Los efectos del covid

Y llegó el covid precisamente cuando las políticas de cuidados comenzaban a colocarse en el centro. ¿En qué medida ha afectado la pandemia a su desarrollo?

El covid generó en el sector un impacto brutal en todos los países de Europa. Quizá el lado positivo de la crisis sanitaria sea que ha hecho que aumente la conciencia social sobre el propio sistema. La población ha comenzado a entender la cantidad de gente que depende de él. Es algo que abre una ventana para seguir mejorando, pero el covid también nos deja un aspecto negativo. Se ha reducido el margen de maniobra para los gobiernos, en una situación complicada en términos fiscales.

Existe una estrategia europea de cuidados de larga duración, pero en realidad Europa es muy diversa. ¿La respuesta debe ser homogénea?

Es cierto que hay diferencias culturales enormes, algo que se percibe en los resultados del Eurobarómetro en el que se preguntó a la población sobre cómo le gustaría que le cuidasen en el caso de desarrollar una necesidad a largo plazo. En Polonia, por ejemplo, el 70% respondió que en casa. Un porcentaje que se reduce al 20% en el caso de los daneses, y que se sitúa en el 23% en Francia. Las expectativas culturales son muy diferentes, y hasta cierto punto eso mismo se plasma en la oferta, y en un modelo de cuidados diferente. En cualquier caso, la variabilidad de los modelos no supone necesariamente un problema. Los países que desarrollaron sistemas universales antes son aquellos que muestran unas expectativas más bajas con respecto a los cuidados familiares.

¿Qué países son las mayores referencias de buenas prácticas?

Los primeros fueron los países nórdicos y los Países Bajos. Entre los años 60 y 80 desarrollaron sistemas universales de cobertura de servicios sociales, financiados a través de impuestos y sin copago. Algunos de ellos muy generosos, como el danés y el holandés. Unos años más tarde, coincidiendo con lo que se hizo en otras partes del mundo -como Corea o Japón-, países como Alemania o Austria implementaron un sistema de seguro social para la dependencia. Posteriormente lo hicieron países como Francia o Escocia, con la aplicación del Free Personal Care, la ayuda gratis a los cuidados personales. Y luego España, cuando implementó el Servicio de Ayuda a Domicilio (SAD). Desde entonces no ha habido más países que hayan implementado en Europa grandes reformas universales, en parte, por la crisis financiera y el covid.

Aumentan las necesidades de personas dependientes que no cuentan, como antes, con el respaldo de la familia. ¿Qué respuesta se está dando en ese sentido desde Europa?

Se percibe una contracción significativa en países que habían sido generosos. En el periódico 2010-2021, y centrándonos en las personas de más de 80 años, se observa, por ejemplo, una reducción muy grande en la atención domiciliaria en Dinamarca, siendo el sistema más generoso. Holanda implementó en 2013 una reforma significativa de su sistema de seguros. Redujo mucho el presupuesto en políticas sociales, lo que provocó un acusado descenso en los niveles de cobertura.

¿Época de recortes a todos los niveles?

Bueno, hay casos como el de Alemania, que hizo lo opuesto. Se dio cuenta de que la forma en la que ofrecía ayudas no permitía cubrir suficientemente las necesidades de personas con dependencia y cambió el sistema, haciéndolo más generoso. En España se observa que la implementación del SAD ha traído consigo un aumento significativo de personas mayores de 80 años que reciben ayudas a domicilio, en torno al 25%, porcentaje aún mayor en Euskadi.

Equidad intergeneracional

¿Cómo resolver el problema de la financiación para responder a este reto mayúsculo?

Hay que especificar de dónde vienen esos recursos, y quiénes son las personas que van a contribuir. Es decir, si son exclusivamente las que desarrollan las necesidades -a través del copago-, personas activas a través de seguros sociales, o bien toda la sociedad, mediante impuestos generales. Todo ello va a influenciar en la equidad intergeneracional.

Parece haber más dudas que certezas.

Sí, también hay que determinar cuándo se van a recaudar esos recursos. Si es antes de que aparezca la necesidad -modelos de seguridad social en sus diferentes formas-, o bien al usar esos servicios (copagos), o incluso después de fallecer. Hay mucho debate en torno a si lo que se debe hacer es usar los bienes inmobiliarios una vez que la persona se muere. Aunque plantearlo desde el punto de vista político es un poco más difícil, es un sistema que está generando mucho interés en algunos países. Hay personas que han estado en el sistema de atención durante 40 años. ¿Cuáles son los costes acumulados de los cuidados de larga duración? Es decir, según cómo hagamos pagar a la gente, eso va a afectar a las decisiones que toman y, por consiguiente, el modelo de cuidados.

Dudas sobre la sostenibilidad del sistema a las que habrá que ir dando respuesta en los próximos años.

Desde dos puntos de vista. ¿Hasta qué punto se puede mantener el modelo de financiación a cargo del Estado? Estamos viendo en muchos países que se está reduciendo la cobertura porque el sistema de financiación no da abasto. También hay que plantear hasta qué punto tenemos un sistema que la gente cree en él. En Inglaterra, por ejemplo, la gente no se asocia mucho con él, es visto como un sistema para los pobres. El Departamento de Sanidad inglés lanzó unas recomendaciones al gobierno británico en las que se calcularon los llamados gastos catastróficos en relación al coste que puede suponer la población de 65 años hasta su fallecimiento. El 20% de la población no va a hacer uso de los servicios hasta morirse, pero hay un 10% de la población que gastaría más de 100.000 libras, según un estudio realizado hace siete años, por lo que ahora esa cifra se situaría en unas 150.000 libras. Es evidente que si tiene que afrontar ese coste la familia, se acabaron todos los recursos familares. ¿Cómo protegemos a la población contra estos gastos catastróficos?

¿Qué sistema es el que más le convence?

A mí, personalmente, me gusta el sistema francés: un sistema progresivo y universal. Todo el mundo va a percibir algo, pero que esa ayuda sea de entre el 10 al 100% dependerá de la cuantía tus recursos. Me gusta porque mantener un mínimo universal asegura que se la gente se involucre y se sienta parte del sistema.

¿Hasta qué punto va a mejorar la situación fiscal?

Es que no va a mejorar. Hay cada vez más personas mayores y menos en edad laboral. Es una situación que varía de un país a otro, pero que plantea un reto fiscal con carácter general.