Espartano

Paradigma de los guerreros por excelencia, seleccionados desde niños para convertirse en máquinas de matar, los hoplitas de la Grecia antigua. Pasaron a la leyenda por la heroica gesta que protagonizaron en el año 480 a.C. cuando, al mando de Leónidas, contuvieron durante una semana al rey Jerjes en el estrecho paso de las Termópilas. “Molón labé” (“Venid a buscarlas”) contestó al mensajero del persa que les pedía entregaran las armas. La traición de un pastor, Efialtes de Tesalia, supuso que fueran aniquilados. La famosa arenga que el rey espartano dirigió a su gente (“Esta noche cenaremos en el infierno”) la repite, con el mismo tono épico, un amigo mío a sus hijos cada vez que van a cenar a casa de su suegra. Hace unos años recorrí lo que resta de aquellos parajes y honré su memoria en el monumento erigido al efecto.

Lo aclaro para evitar confusiones semánticas, porque hoy no tratamos de la penúltima “pasada de frenada” en materia de comunicación de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la misma que en 2015 anatemizaba el consumo de carnes rojas, considerándolas “probablemente” carcinógenas e incluía a las carnes procesadas (salchichas, hamburguesas, beicon) en el grupo de sustancias cancerígenas, al mismo nivel que el tabaco, por ejemplo.

Ahora incluye un edulcorante cuyo nombre podía llevarnos a confusión con el de los célebres guerreros de Esparta.

Aspartamo

Se trata de un edulcorante sintético, no calórico, 200 veces más dulce que el azúcar y más barato. Su uso está autorizado en determinadas dosis desde 1980, en productos alimenticios como refrescos, bebidas dietéticas, chicles, gelatinas, helados, yogur, cereales para el desayuno, pasta de dientes, medicamentos yen casi todos los alimentos que indican “sin azúcar añadido”.

Una vez ingerido en nuestro organismo, se transforma en dos aminoácidos esenciales, el ácido aspártico, abundante en los aguacates y los espárragos, y la fenilalanina, presente en las carnes rojas –con perdón–, lácteos, legumbres y en metanol, muy tóxico en ciertas cantidades –como siempre– que puede producir ceguera o la muerte y que se asocia a esos aguardientes de fabricación casera con alcoholes de dudosa procedencia.

En los países de la Unión Europea, como todos los aditivos alimentarios, su presencia debe indicarse en las etiquetas, bien con su nombre o con el número E951.

La Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC) clasifica, con base científica, distintos elementos por sus posibilidades de producir cáncer en cuatro grupos. Grupo I: Hay pruebas suficientes para confirmar que puede causar cáncer a los humanos, son 126 agentes. Grupo II: 94 agentes, de los que existen pruebas suficientes, pero no concluyentes. Grupo 2B: 322 agentes sospechosos, pero las pruebas, de momento, no son concluyentes. El Grupo III lo constituyen 500 agentes sobre los que, actualmente no hay ninguna prueba. Grupo IV: Hay pruebas suficientes de que no causa cáncer a los humanos.

La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), en junio de 2021, en su rutina investigadora, consideró oportuno reevaluar la seguridad de este aditivo alimentario edulcorante y otros relacionados con el mismo, teniendo en cuenta los nuevos datos publicados y las nuevas técnicas de análisis más precisas, que hubieran surgido desde su última evaluación. Nada que objetar, todo lo contrario.

Según informa la revista The Lancet Oncology en su edición del 13 de julio, un grupo de trabajo de 25 científicos de doce países se reunió en la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC) en Lyon para finalizar su evaluación de la carcinogenicidad del aspartamo y otros dos productos. 

El aspartamo se clasificó en el Grupo 2B, donde se incluyen, por ejemplo, el aloe vera o los encurtidos, una decisión sobre la que se venía advirtiendo en distintos trabajos desde hace casi 40 años, por lo que no era una novedad en el mundo científico y no originó el alarmismo que llevan aparejadas estas informaciones porque, al haber sido divulgada por una agencia de noticias en julio, las elecciones generales ocupaban el protagonismo mediático. La IARC no clasifica por riesgo, sino por peligro, a partir de la cantidad de evidencia científica que hay. Por ejemplo, el sol es un peligro para tener cáncer de piel, pero el riesgo proviene de una exposición prolongada y continua, no de una exposición aislada. 

La revisión bibliográfica realizada por la IARC de toda la literatura disponible hasta la fecha cita un caso de cáncer de hígado notificado el año pasado. Sin embargo, reconocieron que no hay suficiente evidencia científica y la que existe es limitada y no concluyente, tanto en animales como en humanos.

Decía Paracelso (siglo XVI) que la toxicidad de una sustancia reside en la dosis. Hoy, con más conocimientos de bioquímica y biotecnología enzimática, debemos añadir también a la estructura que adopta esa molécula. Pues bien, para la EFSA, la ingesta diaria admisible (IDA) se fija en 40 miligramos de peso corporal al día para personas sanas. Para la agencia estadounidense, en 50 mg/kg. Estas dosis máximas de consumo, muy conservadoras, se calculan siempre, teniendo en cuenta el “principio de precaución” y utilizando modelos de animales de laboratorio.

Es decir que, para intoxicarnos gravemente con aspartamo, una persona que pese 70 kilos debería ingerir unas 40 latas de refresco ligth a diario durante toda su vida.

Total, que han enredado al personal para quedarnos como estábamos. Bien por los expertos en comunicación, que todavía lo pueden complicar un poco más si logran que los consumidores, malinterpretando la información, olviden los edulcorantes y regresen al azúcar con el riesgo de obesidad, diabetes y enfermedades cardiovasculares que conlleva consumir más de 25 gramos al día.

hoy domingo

Pochas de Abarzuza; lengua en salsa. Café. Petits fours. Vino Tinto Viña Real Oro y agua fresca del Añarbe. l