Quieran o no, existe cierta dualidad en sus vidas. Se han criado en Gipuzkoa, pero persiste una mirada social que les coloca la etiqueta de “persona de fuera”, una eterna compañera de viaje de la que parecen no poder desprenderse definitivamente. Damaris Ivina recuerda cuando tenía cinco o seis años. Aquel día que volvía a casa del cole con la mochila a cuestas. “Dos hombres pasaron con el coche y me gritaron: ¡vete a tu país! Cuando eres niña no llegas a entender ese tipo de cosas”, dice la joven de 20 años.

Tan solo tenía diez meses cuando llegó a Errenteria, donde ha discurrida toda su vida, a pesar de haber nacido en Guinea Ecuatorial. Con el paso de los años dice no haber tenido mayores dificultades a la hora de encajar en la sociedad. “Creo que el hecho de hablar euskera desde pequeña facilita en ese sentido. No sé. Parece que si hablas el mismo idioma y tienes las mismas costumbres te acaban acogiendo como si fueras de aquí, aunque tengas otros orígenes”, reflexiona.

El de Ivina es uno de los cinco relatos de hijos e hijas de familias inmigrantes que recoge el documental Aquí y allí, producido por SOS Racismo Gipuzkoa. “Queríamos explorar esa dualidad: ser de aquí, sentirse de aquí, pero por otra parte esa mirada que te sitúa siempre fuera de la comunidad, como un agente externo”, explica Gerardo Carrere Zabala, integrante de la ONG en Errenteria.

Una doble identidad que, según refieren diferentes estudios, llega a generar un desapego con respecto a la sociedad en la que viven, porque esa comunidad no les considera parte de ella. El ejemplo más inmediato se encuentra en Francia, donde los disturbios que han sacudido desde el 27 de junio tras la muerte de un menor de edad por el disparo de un policía han colocado al país galo ante un espejo incómodo y amenazan con agrandar el abismo entre el extrarradio y el resto de Francia.

Diferencias entre sociedades

“Son revueltas protagonizadas por hijos de terceras generaciones, que llegaron en los años 60 y a quienes una parte importante de la sociedad francesa les sigue considerando ajenas”, explica Carrere. Los efectos del estallido de ese malestar son conocidos: miles de vehículos incendiados, comercios saqueados, ayuntamientos, comisarías y escuelas atacadas.

John Hrasky nació en Baiona y desde que cumplió un año reside en Irun. “Como francés puedo reconocer que los franceses son mucho más racistas que los españoles. Cuando voy con mi padre y me presenta a un amigo suyo, suele ser habitual que me pregunten si soy mestizo. Eso es algo que aquí no ocurre. La sociedad vasca es mucho más inclusiva y abierta que la francesa”, dice el joven, de madre nicaragüense y padre de origen franco-alemán.

Hemos sentido alguna vez rechazo, pero aquí son impensables los disturbios de Francia”, mantiene el chico, que pasa a rememorar episodios de su vida en los que no se ha llegado a sentir partícipe de la sociedad. “Fue de pequeño, en Primaria, en la época en la que iba a un colegio de monjas que era bastante pijo. No sé, me hacían sentir extraño, como si no perteneciera al grupo”, asegura.

Cuando se le pregunta en qué se traducía ese aparente rechazo, contesta lo siguiente. “Más que los chavales eran los padres. Me acabé enterando de que muchos de ellos les decían a sus hijos que no se juntaran conmigo. Decían que era una mala influencia”, revela.

Una exclusión en una tierna infancia que, según cuenta, era muy sutil. “A veces eran simplemente miradas, o determinados comentarios. Por aquel entonces no era consciente de todo ello, pero ahora, mirándolo con perspectiva, sí que lo veo claro”. Todo se fue normalizando en la recta final de Primaria y durante la ESO, etapa educativa en la que está ahora inmerso.

Hrasky no quiere darle más importancia a lo ocurrido. “Aquello es pasado, y no puedo hacer nada para cambiarlo. No suelo pensar demasiado en ello”, reconoce. El documental que recoge sus relatos y que ha sido presentado esta semana en Errenteria ha sido concebido como un “elemento de sensibilización” que da voz a sus protagonistas, cuenta Carrere. Y junto a John y Damaris, dan testimonio Lourdes Lagos, cuya familia es de Honduras; Uyanga Enkhbold (Mongolia), y Soukaina El Machhour, de Marruecos.

“Nos hemos encontrado con unos jóvenes con una vida muy normalizada. Sus padres realizaron un proyecto migratorio y ellas han podido estudiar. Destacan la escuela como un elemento integrador y de apoyo importante, así como el entorno de amistades”, detalla Carrere.

Damaris y el espejo de su madre

Damaris reconoce que hay una diferencia enorme entre su experiencia vital y la de su madre. “Ella lleva trabajando en Gipuzkoa desde que llegué yo de pequeña. Ha sufrido muchísimo más rechazo, muchos comentarios racistas y acoso en el mundo laboral. ¿Por qué? Simplemente, por ser una persona extranjera que trabaja en el mundo de la limpieza”, lamenta.

La joven estudia Integración Social con el objetivo de aportar su granito de arena. “Hay un campo muy amplio en el que trabajar: personas recién llegadas, aquellas que han sufrido malos tratos, o con menores que necesiten un apoyo especial”, enumera.

“Este país no es racista, pero sí hay personas racistas que pueden hacer daño a colectivos vulnerables”. La joven se sincera cuando se le pregunta por una formación política como Vox. “Al principio me daba cierto miedo, sobre todo pensando en mi madre. No querría que después de todo lo que ha sufrido se le hiciera la vida más difícil. No entiendo cómo un partido así puede ir abriéndose puertas poco a poco para instalarse en la política de este país. Hemos avanzado muchísimo y no sería nada sano volver hacia atrás de la mano de ese tipo de discursos”, confiesa.

Pese a todo, anima a otras familias extranjeras que por la calidad de vida de sus países se ven obligadas a marchar a que instalen aquí su proyecto de vida. “No va a ser fácil, pero encuentras aquí la ayuda necesaria. Esta es una sociedad de acogida”, coincide con John. “¿Rechazo a día de hoy? Bueno, siempre hay pequeños actos. Igual voy sentada en un asiento doble y en ocasiones nadie se coloca al lado, o apartan el bolso. Aunque sea triste, te acabas acostumbrando. No se puede cambiar todo en un solo día”, confiesa la joven.