La violencia que sufren las mujeres durante la guerra no puede aislarse de la que padecen en tiempos de paz. Y es que esta violencia precede al conflicto, se recrudece durante y continúa después. Es lo que se denomina el continuum de la violencia. Según el informe La verdad de las mujeres. Víctimas del conflicto armado en Colombia, realizado por la Ruta Pacífica de las Mujeres, “numerosas mujeres que dieron testimonio como víctimas en el escenario de la guerra habían estado expuestas a todo tipo de violencias en sus propios hogares”.

Una cuarta parte de ellas declararon haber sufrido violencia en sus hogares siendo niñas y una de cada siete había sufrido también violencia sexual y otras violencias en el ámbito familiar durante algún periodo de su vida. La violencia al interior de los hogares es la más extendida en el mundo y la que causa el mayor número de víctimas. Su expresión más extrema en tiempos de paz es el feminicidio, que la antropóloga mexicana Marcela Lagarde explica como “crímenes misóginos basados en una enorme tolerancia social a la violencia de género y en la que el Estado forma parte activa y contribuye a la impunidad”.

Sin embargo, a pesar de ser una lacra mundial, la violencia de género todavía permanece en la mayoría de los casos en la esfera privada, apenas se denuncia y tampoco se castiga. Como explica Lagarde, la tolerancia social y la impunidad contribuyen a esta violencia, que aumenta además en periodos de guerra, porque el conflicto armado agrava patrones ya existentes.

La desintegración de las comunidades, la pérdida de roles tradicionales masculinos y la frustración por no poder proteger a sus familias son factores que explican el aumento de la violencia doméstica en tiempos de conflicto armado. Pero, además, la violencia sexual se ha convertido en una constante como estrategia de guerra: los cuerpos de las mujeres se usan como transmisores de mensajes de humillación, control y poder.

Instrumento de terror

La violencia sexual es una de las armas más extendidas en los conflictos armados contemporáneos. Se utiliza como instrumento de terror colectivo e individual, para humillar al enemigo, para hacerse con el control del territorio y también para satisfacer a las tropas, al convertir a las mujeres y niñas en esclavas sexuales de los ejércitos. La República Democrática del Congo, que vive un conflicto armado desde 1996, es uno de los ejemplos de esta estrategia de guerra.

“El cuerpo de la mujer se ha convertido en el campo de batalla de esta guerra. Siempre ha existido la violencia sexual cometida contra la mujer, esa violencia sexual tradicional, que existe en otros lugares, pero en el caso del Congo, la gravedad extrema ha venido a raíz del conflicto y, sobre todo, de la presencia de grupos armados. Esa es la estrategia: destruir la comunidad a través de las mujeres. Los rebeldes han comprendido que si violan a una mujer terminan destruyendo a toda la familia y si destruyen a las familias se destruye todo el pueblo y toda una comunidad”, explica Caddy Adzuba, periodista y jurista congoleña que ha dedicado toda su vida a la defensa de los derechos de las mujeres en su país.

La violencia sexual en los conflictos armados ha existido a lo largo de toda la historia, sin embargo, desde la década de los noventa, tras el genocidio de Ruanda y las guerras de los Balcanes, la violencia sexual como arma de guerra salió de las sombras y se convirtió en una cuestión de interés público creciente. En 1998, la Sala de Primera Instancia del Tribunal Penal Internacional para Ruanda (TPIR) emitió la primera condena por violación como crimen de guerra en su sentencia del caso contra Jean-Paul Akayesu, alcalde de la ciudad ruandesa de Taba durante el genocidio.

El TPIR supuso un avance en los derechos de las mujeres, sin embargo, el reconocimiento de lo que sucedió no llegó a todas ellas. Y así la impunidad de la violencia sexual en tiempos de guerra está estrechamente asociada a la tolerancia de esa violencia en tiempos de paz. En los países que han sufrido conflictos, la violencia sexual sigue siendo un problema social.

Hay una relación estrecha entre los hechos de violencia basada en género por parte de actores armados en el conflicto y la violencia sexual y doméstica hacia la mujer por parte de familiares y parejas que se da después del conflicto. Influye la impunidad, la normalización de esa violencia, la disponibilidad de armas para la población civil, el problema de los hombres combatientes para dejar atrás la violencia, y nuevamente la frustración por el cambio de roles de género, ya que las mujeres se convierten en las cabezas de hogar.

Elsa Rabanales, indígena maya de Guatemala e integrante del grupo Actoras de Cambio, explica: “La violación se normalizó después de la guerra y ahorita ya no solo viene de los actores armados o de las autoridades sino de la sociedad civil”. Lo mismo que en la República Democrática del Congo, que tras décadas de conflicto armado, la violencia sexual se ha extendido más allá de los grupos armados y está extendida, llegando a ser el principal problema en algunas regiones.

El estigma que sucede a la violencia sexual


La violación sigue siendo un estigma todavía en muchas sociedades. Ocurre en Ruanda, casi treinta años después del genocidio, y también en la República Democrática del Congo, que aún hoy sufre los estragos de la guerra que comenzó en 1996. Los grupos armados lo saben y por eso utilizan la violencia sexual para destruir a las comunidades. El nacimiento del hijo del enemigo en el seno de una comunidad destruye la cohesión social, porque genera más rechazo y violencia hacia la mujer.


En Ruanda, miles de mujeres violadas durante el genocidio y los hijos nacidos fruto de esa violencia siguen siendo rechazados por la comunidad, lo que les condena a vivir en la pobreza más absoluta. En muchos casos fueron abandonadas por sus maridos y, en el caso de las mujeres solteras, no llegaron a casarse nunca. En Ruanda, además, muchas se contagiaron de VIH fruto de las violaciones, lo que ha tenido graves repercusiones en su salud y una intensa estigmatización.


En la República Democrática del Congo, muchas mujeres son abandonadas por sus maridos tras haber sido violadas, lo que nuevamente las condena a vivir en la pobreza extrema. “Lo que me pasó me ha destruido para siempre, mi marido me ha dicho que si pongo un pie en casa me va a matar y no puedo ver a mis hijos. Estoy sin medios de vida, solo le pido a Dios que mate al hombre que me violó. Quiero volver a mi casa, con mis hijos, volver a sentirme segura y quiero trabajar”, explica Julienne, una mujer congoleña que fue violada por un desconocido mientras recogía madera en la comunidad de Kalehe, en Kivu Sur.


Las mujeres y sus familias se enfrentan a un trauma psicológico que perdura y para que el que en la mayoría de los casos no cuentan con ningún tipo de apoyo. “Algunas mujeres se vuelven locas fruto de la violación”, asegura Severine M’Katuani, asistente psicosocial y directora del club de escucha de Kalehe, que trabaja bajo el paraguas de la Association des Femmes des Médias (AFEM).


“Las violaciones son un tema tabú en la comunidad y no está aceptado. El hombre realmente siente vergüenza del hecho de que su mujer haya sido violada. Por eso apostamos por educar a la sociedad para que se vayan dando transformaciones y que la comunidad entienda que esto tiene que ser una lucha conjunta”, explica M’Katuani.


Durante el primer año de la guerra de Ucrania, han salido a la luz las primeras denuncias e investigaciones sobre el uso de la violencia sexual; una realidad, en cambio, todavía desconocida, en gran parte, debido al peso estigma y el tabú. Según la ONU, el país vive una ola creciente de violencia de género y, en especial, de violencia sexual. Sin embargo, la verdadera escala aún no se conoce, y advierte: sus impactos serán duraderos.