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Baserritarra

"Hemos cansado a la tierra y no da ya para más; antes le permitíamos oxigenarse"

"Hemos cansado a la tierra y no da ya para más; antes le permitíamos oxigenarse"

- Entre las invitadas a las jornadas de Gastroandere está Rosario Urretavizcaya, del caserío Agerre de Arama, que, primero con su amona y luego sola, ha montado su puesto durante años en el mercado de Ordizia, del que guarda muy buenos recuerdos, como del trabajo del campo y del cuidado de los animales.

Reconoce que era duro, pero que lo disfrutó. "Me ha gustado y me gusta la vida del baserri. Bajo a Ordizia a estar con mis amigas y ando metida en muchas cosas, pero donde estoy realmente a gusto es en el campo, recogiendo nueces o paseando".

Ahora lo puede hacer, porque está ya jubilada, aunque echa una mano a la familia en un negocio que en la actualidad se centra principalmente en el cultivo y venta de flores y plantas, aunque se siguen vendiendo "algo de producto de temporada".

No era así en otra época, cuando su bisabuela, a la que no conoció, comenzó a vender en el mercado de Ordizia lo que se producía en el caserío. Le siguió su amona, con la que Rosario Urretavizcaya compartió muchas vivencias.

"Vendía verduras y gallinas. Los huevos los llevaba a una tienda del pueblo, Estanco Múgica, y los cambiaba por lo que necesitaba, como el aceite. También le bajábamos leche. Durante años repartí leche por las casas de la zona", recuerda Urretavizcaya. Su vehículo era el burro, y cuando eran jornadas de mercado tocaba "hacer dos vueltas. Más adelante mi tío nos ayudaba con el carro".

Muchos cambios y sustanciales los que ha constatado Urretavizcaya. "Entonces no había nada, hoy hay de todo. Yo he conocido el racionamiento. A veces íbamos con la cartilla y no había nada". Criaban cerdos y esto les hacía más llevadera la situación. "Se mataban dos cerdos al año y con la manteca se freía y se conservaba el chorizo en unas grandes tinajas. Para conservar los huevos los tapábamos con cal. Pero la verdad es que comíamos pocos huevos, porque entonces todo se vendía".

Eran cinco hermanos que se repartían las tareas del caserío cuando volvían de la escuela. "Uno limpiaba la pocilga, otro sacaba a los cerdos a pasear, otro llevaba las vacas al pasto... siempre había algo que hacer pero muy a gusto".

Pocos extras. Alguna tortilla de chorizo que comían en bocadillo mientras jugaban al fútbol. Eran tiempos en los que la madre "tenía la mano ligera y, como las vacunas, nos daba una y otra de recuerdo, andábamos más suaves que un visón", recuerda con cariño Urretavizcaya.

"Cuando los mayores echaban la siesta hacíamos fechorías. Robábamos las nueces que se guardaban en sacos en la ganbara y dejábamos las cáscaras. Cuando subía la amona, para darnos un regalo, se encontraba con la sorpresa. Ella misma llamaba a mi padre para decirle que las habían comido los ratones", evoca.

Ahora ya no tienen gallinas, ni tampoco vacas, solo les quedan dos yeguas, tres burros y el perro.

En el mercado, como en la vida, las cosas también han cambiado mucho. "Antes colocábamos todo en el suelo, ahora el Ayuntamiento pone las mesas con los manteles", explica. El público, asegura, sigue gustando de la calidad de los productos del caserío aunque, afirma, en ocasiones compran bajo la etiqueta de ecológico "productos que no lo son". "A veces es verdad y otras no", asegura, tajante, porque lo ha comprobado.

Además, en la actualidad no quedan tantos productores y son muchos los que "compran para vender". "Si solo vendieran los que cultivan en casa, no quedarían en el mercado ni dos de cada diez. Porque quien va todo el año, si no tiene buenos invernaderos, no cuenta con producción suficiente", asegura.

Y es que, afirma, "hemos cansado a la tierra . Antes cultivábamos algo un año y el siguiente no, la dejábamos oxigenar. La tierra descansaba. Ahora ya no y no da para más. Además, antes se usaba estiércol y ahora abono mineral, que quema más", lamenta esta mujer, que también trabajó fuera del caserío realizando labores de control del ganado.

Pero, con todos los cambios, a Urretavizcaya le sigue gustando la vida del caserío. Y porque le gusta y la conoce a fondo se decidió a aceptar la invitación de Gastroandere, que la localizó gracias a la colaboración del mercado de Ordizia para contar todo lo que sabe y hacerlo como sabe, con salero.