donostia - Proyecto Hombre está a las puertas de poner en marcha una unidad específica de Adicciones Comportamentales (no vinculadas al consumo de sustancias), entre las que se hallaría la ludopatía y otras como la adicción a las compras o a las nuevas tecnologías.

Pero ello no quiere decir que no haya atendido previamente casos de adicción al juego. Un total de 36 el pasado año, en edades comprendidas entre los 21 y los 63 años, aunque en muchos casos -que no en todos- esta adicción iba de la mano de otras, como al alcohol u otras sustancias, principalmente la cocaína.

Garbiñe Jauregialzo y Marian Urrestarazu son, respectivamente, psicóloga y educadora social de Proyecto Hombre. Según señalan, a Proyecto Hombre empieza a llegar gente joven, “universitaria, que comienza a jugar con estas apuestas deportivas”, aunque todavía no tienen datos para presentar una evaluación, algo que podrán hacer una vez eche a andar la nueva unidad.

Ya en 2014 Proyecto Hombre se puso manos a la obra para “ampliar su formación” con el fin de atender a personas con ludopatía, aunque hasta ahora no hayan empezado a llamar a su puerta. “Proyecto Hombre quiere responder a lo que la sociedad demanda y esta es una de esas demandas, porque detrás de las adicciones hay personas que relacionalmente están muy perdidas y que muestran carencias”.

Respecto a la adicción al juego entre los jóvenes, las profesionales lo tienen claro. “Los jóvenes son más vulnerables, lo absorben todo. Están un momento de crecimiento personal en el que cualquier cosa les puede afectar para mal o hacerles fantasear”.

“Ahora como las apuestas están vinculadas al deporte, parece que pierden ese sentido de apuesta, de jugar con dinero. Se camufla lo que hay debajo. Esa falsa percepción es más clara entre los jóvenes”, añaden.

El hecho de que sean los propios deportistas quienes promocionan las apuestas agrava el riesgo. “Si a estos deportistas se les diera toda la información de lo vulnerables que son esos jóvenes, quizá no lo harían. Hacen daño aunque no sea conscientemente”, apuntan.

Por ello, también abogan por la regulación estricta de la publicidad, “como ya se hizo con el alcohol y el tabaco” y por establecer un control férreo en el acceso de menores a las salas de juego. “La educación y el trabajo de prevención, que nos toca a padres, madres y profesorado, es fundamental”, subrayan.

En el juego online la intervención es complicada pero, explican, “hay síntomas con los que podemos estar atentos en casa”. Estos serían, por ejemplo, que “el joven se aisla, está a la defensiva o es más irascible, pide más dinero de lo habitual, deja de andar con los amigos, no desarrolla su parte más social o pierde el ritmo de los estudios”. Entonces “habría que tirar del hilo”, estar pendiente de lo pasa de puertas adentro de las habitaciones.

Con esas personas las terapeutas plantean una trabajo “grupal, individual y familiar”. Se reúne a la familia para entender cómo han sido las relaciones y se recopilan datos del entorno social. En grupo se les propone “que se identifiquen en el otro, que descubran que el juego es consecuencia de algo que no han desarrollado. Tiene que ver con dificultades personales en la relación y con carencias que están ahí y a las que igual no se les da importancia”.

De forma paralela se trabaja “con pautas de control externo”, desde la dosificación del dinero que se les da a la prohibición de entrada en determinados establecimientos.

“La abstinencia es el camino para entender para qué se juega”, inciden, “identificando esos nudos que no se sueltan y sobre los que hay que trabajar”.

“Jugar de forma muy esporádica puede no acarrear problemas en la vida. Pero hay que ser consciente de que puede ser la antesala, de que puede ir a más, aunque no pase siempre ni mucho menos”, afirman las profesionales. “Cuando se va de las manos hablaríamos ya de otra cosa”.

“Lo importante es despertar la conciencia de que hay personas que se ven afectadas por no poder controlar el juego y que la gente se dé cuenta de que empieza a haber muchas personas así”, concluyen.