Se conoce como spotters -en inglés observadores-, a los aficionados que fotografían aviones. Este hobby no se limita a hacer spotting, esto es, observar y retratar aeronaves, sino que hay un trabajo considerable detrás de cada instantánea; horas esperando a los aviones, al momento adecuado, para luego editar y obtener una sola imagen “perfecta”.

Coleccionan instantáneas de aviones para añadir a sus álbumes, y cuanto más exóticos son, más lo atesoran. El escenario donde practicar esta disciplina son los alrededores de los aeropuertos, lugares en los que se pueden captar más aviones e inmortalizar las maniobras de despegue y aterrizaje, sin duda, los momentos más interesantes y complicados de cualquier vuelo.

Cada año aumenta el número de adeptos a esta afición. “Cuando empecé en 2011 estaba sacando fotos solo en el aeropuerto de Donostia, pero fui contactando con gente interesada en los foros de esta temática y empezamos a juntarnos. Ahora hemos llegado estar una treintena”, explica Iñigo Olaizola, presidente de la asociación Basque Spotting.

Muestra del crecimiento de este pasatiempo es el evento que tuvo lugar a finales de septiembre, el Euskal Spotting Weekend. Más de medio centenar de aficionados disfrutaron a pie de pista de los aviones en los tres aeropuertos del territorio que participaron en estas jornadas de puertas abiertas. Fue coordinado con Aena y la asociación Basque Spotting, la principal entidad de spotters de Gipuzkoa.

El spotting tiene su origen en Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial. Los ciudadanos observaban las aeronaves que sobrevolaban para saber qué aviones de los que despegaban hacia la batalla volvían, por lo que controlaban todas las aeronaves que llegaban y se iban. Eso derivó en la afición de la fotografía de aviones, trenes, barcos, bicicletas...

Olaizola se inició en esta vertiente “desde pequeño”. “Me fascinaban los aviones, me preguntaba cómo algo tan grande era capaz de despegar y, sobre todo, me impresionaban los aterrizajes y despegues”. Por ello, indica: “A través de Internet conocí el mundo del spotting. Cuando cumplí los 18 años conseguí una cámara, la más barata que había en el mercado, y le dije a mi aita que me trajera a Hondarribia desde Oiar- tzun, y me pasaba allí de ocho de la mañana a dos de la tarde”, recuerda. Por esta afición ha llegado a viajar desde Astigarraga, donde vive, hasta Hondarribia tres veces en un día.

“Al principio, la mayoría intenta estar en el aeropuerto todo el día, desde el primer vuelo, que en el de Donostia suele ser sobre las siete de la mañana, hasta que anochece. Ahora, después de tantos años, estás toda la mañana o toda la tarde”. A la mañana se sitúan en Hendaia, para tener el sol de espaldas, y a la tarde se acercan a Hondarribia, cuando la luz ya es perfecta. “He llegado a estar 20 días en un mes, pero depende del tiempo que tenga cada uno”, confiesa este spotter.

Hasta hace poco los aficionados no contaban con muchas comodidades tecnológicas que les ayudan, como las aplicaciones meteorológicas, herramientas como Flightradar24 o Planefinder, donde se pueden ver los vuelos que están operando en tiempo real en un mapa; o Flightboard, donde se muestran los paneles de los próximos vuelos que salen del aeropuerto más cercano. Por eso acudían al aeropuerto y se pasaban allí el día a la espera de aviones que, a lo mejor, se habían cancelado o atrasado. Se mantienen atentos a las novedades sobre aviones, spotting... a nivel local y global a través de blogs aeronáuticos, como vadeaviones.com.

Conforme se profundiza en el mundillo los spotters mejoran su equipo, pudiendo llegar a invertir entre 4.000 y 5.000 euros en él, para añadir mejores cámaras, objetivos, y hasta escáneres, para poder escuchar las conversaciones entre los pilotos y los controladores.

El sueño de muchos aficionados, como el de Olaizola, ha sido ser piloto. “A raíz de esto empecé con la carrera de piloto en Hondarribia, pero entre lo que costaba, que es una opción muy cara, y que me tenía que operar la vista, no con láser, sino con lente intraocular... Podría haber empezado con la carrera y estar ya acabándola, pero me provoca mucho respeto operarme”, indica Olaizola, que añade: “He visto que algún conocido ha ido logrando poco a poco su sueño de pilotar, y eso me alegra muchísimo”.

Al final, admite que cuando uno comienza con el spotting se es muy intenso, “se sacan 50 fotos por avión, y al final del día tienes cientos de ellas”, pero, con el paso de tiempo, se va sabiendo cuántas sacar, se valora la calidad sobre la cantidad. Como cualquier afición, es una forma de crear y mantener amistades, “algunos días más que sacar fotos estamos hablando de nuestras cosas, del curro, de comida...”. Además, añade que, tras tantos años, lo que mueve al spotter veterano son los grandes eventos, “el Euskal Spotting Weekend, la Cumbre del G-7 en Biarritz, que atrajo aviones que nunca habían venido, ir a los aeropuertos más concurridos de Europa, visitar la torre de control...”. Asegura que esos momentos son “los más especiales”. Por ello, “siempre estamos intentando organizar cosas, pero los trámites son muy largos, por razones obvias, burocracia, seguridad..., pero nos parecen necesarios y no nos desanimamos”, comenta.

Una afición internacional Uno de los objetivos de los spotters es publicar en páginas web locales o internacionales como airplanepictures.net o aviationcorner.net. Además de a esas plataformas, los spotters suben las instantáneas a Facebook o Instagram, donde cuentan con un notable impacto. “Cuando empecé en Instagram a subir tres fotos diarias, pasé de 600 seguidores a ahora que tengo casi 5.000”, dice. Algunos cuentan también con páginas web, que permiten comparar colecciones entre spotters.

Viajan por aeropuertos de todo el Estado. “Para mí están bien, pero en cuanto a puntos donde fotografiar, considero que el único bueno es el de Hondarribia. El mar tan cerca, las montañas de fondo... Aunque lo malo es que no hay tráfico suficiente”, lamenta.

Los spotters tienen aeropuertos con los que sueñan. “En mi caso son el de Heathrow en Londres, el de Fráncfort, y Schiphol en Ámsterdam, aunque solo he podido ir al de Fráncfort”. El nivel de fanatismo es enorme en otros países, “tienen miradores, tres en el caso de Frankfurt, que están llenos de curiosos y aficionados, y hay muy buen rollo”, opina. Además, estar en asociaciones les permite juntarse y hacer viajes juntos: “Es una afición que une mucho, porque pasas muchísimas horas juntos”. Muchos de ellos fotografían trenes, barcos personas, paisajes... “Lo que más me mueve son los aviones, pero si me voy de viaje me llevo la cámara”, asegura.

Cada aficionado cuenta con su joya de la corona, sus fotos favoritas. Para Olaizola, “una de ellas es cuando la compañía Vueling empezó, tuvo algún problema con unos aviones, y vino un MD83 a sustituirlos. No es un avión común y se está retirando del mercado, pero es mi avión favorito, por su ruido, forma y olor, tan propia de los aviones de los años 70. Además, contamina mucho, por lo que cuando lo ves despegar lo distingues claramente, deja una estela de humo negro. Es un modelo demasiado grande para este aeropuerto, y, cuando despegó, dijimos no lo consigue, se nos mata, y , finalmente, lo logró por los pelos” asegura. “Otra fue un Airbus A350, que cuando salió el modelo nuevo, fuimos hasta Toulouse a fotografiarlo, y conseguí publicar la primera foto en Europa de ese avión despegando”, sentencia orgulloso.