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Adn de alcalde “24 horas abierto”

Antón Arbulu y José María Bastida son buenos exponentes de la figura de primer edil en Gipuzkoa. Entre ambos sumaron 27 años en el “confesionario”: “Un alcalde tiene que estar con la gente de la calle”

Adn de alcalde “24 horas abierto”

Ser alcalde es una responsabilidad “enorme” que asusta a muchos, de entrada, puede quemar a otros, pero “engancha” a unos pocos como Antón Arbulu y José Luis Bastida, dos veteranos ya retirados que acumulan entre ambos 29 años de alcaldía y otros varios de concejal en Zumarraga y Azpeitia, respectivamente. Representan la figura del alcalde “personalista”, admite Bastida, que trasciende de las siglas que representa. Son más que su partido. Son un rostro que se puede poner en una furgoneta y captan votos de sensibilidades diferentes. “Uno más del pueblo”, asegura Arbulu. Vivieron años duros, pero aprendieron el oficio de escuchar a las personas.

“Ser alcalde es como un confesionario. Toda la gente viene a donde ti a contarte sus problemas”, asegura Arbulu. “24 horas abierto”, añade Bastida. Siempre escuchando a los vecinos. Creen que hoy en día se están perdiendo las relaciones personales y que un primer edil tiene que salir más de su despacho y dar la cara. Años después de su alcaldía, reconocen seguir pendientes de las cosas del pueblo. No olvidan los proyectos que les quedaron pendientes y siempre piensan en qué harían en cada situación. Va en el ADN.

Son el referente del pueblo, se cruzan a diario con sus votantes, pero ¿cómo es su trabajo? ¿Está valorado como se merece? ¿Conoce usted a su alcalde? ¿Se ha dirigido a él alguna vez? “Antes, cuando yo entré en el Ayuntamiento, justo después del franquismo, la gente tenía miedo a los alcaldes. Pero eso ya no es así, los alcaldes de mi época nos tocó hacer esa transición de acercarnos a las personas. Un alcalde está para atender a la gente”, asegura Bastida.

“Bien considerado”

“Un alcalde se hace, pero también tiene que nacer con algo; tiene que estar con la gente, saber relacionarse”, asegura Antón Arbulu, orgulloso de que aún hoy, a punto de cumplir 68 y después de dejar la alcaldía hace once años, le salude “más gente incluso que antes”. Como entonces, Arbulu hace media vida en la calle, desde muy temprano, con sus auriculares, una compañía ideal para sus 20 kilómetros de paseo diario. Tiene ojos para todo y no se le escapa una obra, un bache o un solar abandonado en mitad de la villa.

Vive justo delante del Ayuntamiento que dirigió durante nueve años: tres legislaturas, la última incompleta. Arbulu (PSE) asegura que “ser alcalde es un confesionario. Tienes que escuchar a todo el mundo. El despacho era como un confesionario y en la calle también me paraban en cualquier momento. No había horario”, afirma, pero “lo he llevado muy bien. No tenía ningún problema”.

Arbulu cree que los ciudadanos sí valoran la labor de un alcalde y “muchos preguntan en la calle qué haces y qué no haces”. El trabajo de un primer edil debe ser, asegura, “50% despacho y 50% calle”.

El ictus que sufrió hace diez años y que le tuvo tres meses postrado en una silla de ruedas, no le impide a día de hoy estar preocupado por los 200.000 metros cuadrados de solares abandonados por las grandes industrias del municipio, unos terrenos “que hay que poner en marcha”, afirma. “Aunque no lo echo de menos (ser alcalde)”, confiesa, “no desconectas de la actualidad municipal”.

“Zumarraga era un pueblo con un porcentaje muy elevado de gente de fuera que trabajaba en Orbegozo, Patricio Etxeberria, empresas fuertes, y eso siempre generaba riqueza y luego unas jubilaciones fuertes y capacidad económica”, asegura. Diputado foral, directivo en la empresa pública de ferrocarriles de vías estrecha, FEVE, nada como la alcaldía te hace estar en tu sitio. Es un baño de realidad, admite. Cara a cara con tus vecinos. Un día tras otro.

Hoy en día, asegura, “la gente quiere las cosas hechas” y detecta “menos implicación”. De todo, se queda con la sensación de “estar bien considerado por gente de todos los partidos”.

“Era exigente, sí...”

José María Bastida sigue teniendo marcha. A sus 76 años, mantiene el porte de quien durante 18 años fue una especie de sheriff de su pueblo, Azpeitia. Y ganó las elecciones de 1987 como candidato de un PNV que tras la “escisión de (EA) 1986 pasó de 385 afiliados a 30”, asegura. Llegó al Consistorio como concejal, en 1979, solo con la intención de estar cuatro años, tal y como le había pedido su empresa, quien le pidió “no asumir ningún cargo importante”. Pero el suyo era un caso perdido. Bastida dejó el Ayuntamiento en 2003, 24 años después, después de “ganar todas las elecciones a las que me presenté”.

Admite que cuando entró, se sentía “como un pulpo en un garaje”, pero pronto se vio atrapado por una función, la de alcalde, que le cautivó y en la que desarrolló su propio estilo. “Exigente, sí, pero era el primero en proteger a los trabajadores”, afirma. Confiesa que un colaborador le decía si se chutaba algo los lunes por la mañana, porque llegaba con mucha energía. “Me decían que parecía que llevaba un chute de cocaína”, pero después de dejar el cargo le confesó que echaba de menos sus “broncas” al inicio de cada semana.

Bastida vivió su alcaldía a pie de calle. Le conocen bien en la comisaría de la Policía local. “A mí me decían que estaba muy encima de ellos, y es verdad, pero los de ahora ni hablan con los municipales. ¿Tú crees que eso es normal?”, pregunta.

Bastida gana en el cara a cara. “Tiene mil anécdotas” y es zorro viejo. “El WhatsApp y los emails están bien pero un alcalde tiene que hablar con las personas y eso se está perdiendo”, lamenta. “Hay alcaldes que hablan más por WhatsApp con su secretaria que en persona”, afirma. No le gusta esa deriva.

Ser alcalde, afirma, es un trabajo de “24 horas al día”. “Una vez me sacaron de la cama a las cuatro de la madrugada por un follón vecinal en un barrio. Le dije al hombre que vino que no eran horas y me dijo que un alcalde tenía que estar las 24 horas. Y así es”, reconoce. “A veces -bromea-, antes de entrar a un bar miraba a ver quién estaba”.

Recuerda cómo “un industrial del pueblo me vino un día a hablar en un bar, cuando yo estaba con los amigos. Le dije que ahora no, que estaba tomando un gintonic, pero me dijo que en ese momento estaba con chispa y sin ella no se atrevía a dirigirse al alcalde en plena calle. Y le atendí”.

Se considera una “persona de gestión”. “Disciplinado”, pero también hábil en “las relaciones personales”. Sorteó con éxito momentos críticos, como la apertura del “primer vertedero controlado de Gipuzkoa”, o cuando le quemaron el coche “delante de la puerta de casa”, pero su gran pena fue no poder completar el proyecto de la residencia de ancianos que ya tenía avanzado. Le faltaron cuatro años más, dice, pero ya había llegado el momento de irse. “Cuando empiezas a oír a la gente: Este no se quiere ir... Me sentía fuerte, pero hay que saber retirarse”, concluye.