donostia - Tres vecinas charlan animadamente junto al número 6 de la calle Arbesko Errota de Irun. La escena no guarda relación alguna con la de aquella fatídica mañana, de la que hoy se cumple un década. La noticia había corrido como la pólvora. Una nube de medios de comunicación trataba de tomar las primeras declaraciones a una familia desconcertada que no acababa de asimilar lo ocurrido. ¿Cómo hacerlo? Al parecer, habían matado a una joven de Irun. Al parecer, había ocurrido en Pamplona. Lamentablemente, todo era cierto.

Aquella chica, Nagore Laffage, que actualmente habría cumplido 30 años, se ha convertido en un símbolo de lo que jamás debió ocurrir. El grito de “no es no”, hoy tan popular y coreado en un sinfín de ocasiones, lleva su sello. La respuesta social e institucional contra la violencia machista cambió radicalmente tras el crimen perpetrado por José Diego Yllanes, autor confeso de la muerte de la enfermera irundarra.

El psiquiatra goza hoy de libertad condicional tras una condena a doce años y seis meses de cárcel por un homicidio que para buena parte de la sociedad fue un asesinato. Aquel fallo abrió una brecha entre la Justicia y la ciudadanía que, con el curso de los años, no ha dejado crecer. Yllanes tiene un futuro por delante. Nagore jamás tendrá la oportunidad de rehacer su vida.

Entre las mujeres que departen tranquilamente en torno al número 6 de la calle Arbesko Errota camina discretamente Txomin Laffage. El padre de Nagore, periódico en mano y aquejado de una dolencia que le ha desmejorado físicamente, nunca ha sido amigo de los medios de comunicación. Sabe que ese papel le corresponde a su mujer, a la que siempre ha cedido el protagonismo. “Sigo en mis trece. Prefiero mantenerme en un segundo plano porque al hablar de mi hija se me hace un nudo en la garganta”, reconoce con una sonrisa desfallecida.

El hombre pregunta cuánto durará la entrevista. En cuanto finalice, dice, subirá a casa a hacer la comida. “Bueno, hablar lo que tengáis que hablar, eso es lo primero. En realidad no hay ninguna prisa por hacer la comida. Como si nos tenemos que ir hoy a un bar”, recula el hombre, amable como siempre.

bombones en la habitación Asun recibe a este periódico en la habitación de Nagore, donde parece no haber transcurrido el tiempo. A la joven, que cursaba segundo de Enfermería cuando le arrebataron la vida, le encantaban los bombones. Su madre le sigue poniendo cajas de dulces en las baldas de su habitación, como si aguardara su regreso un día de estos. “Transcurrido un mes me los acabo comiendo, pero siempre los repongo. Los bombones le encantaban y, aunque parezca un detalle menor, para mí es una manera de mantener vivo su recuerdo”, sonríe su madre con un poso de nostalgia.

De puertas afuera Nagore es un icono, pero en su casa sigue siendo aquella joven sonriente de carne y hueso que soñaba con un prometedor futuro en el extranjero. Ya desde pequeña, como se ve en una de las fotos tomadas en los sanmarciales de Irun, daba muestras de su desbordante vitalidad. En otra instantánea se le ve junto a Paula, una de sus mejores amigas.

Es cierto lo que dice su madre. Su pasión por los dulces queda patente en otra foto, donde se le ve comiendo un donuts junto a su amiga. La imagen fue tomada 1 de marzo de 2008, su 20 cumpleaños. Estremece pensar que tres meses después de aquel día feliz iba a morir a golpes y estrangulada a manos de José Diego Yllanes.

Apenas han transcurrido cinco minutos de conversación. Asun, solícita como siempre, se deja retratar para ilustrar gráficamente el reportaje, e intenta dar respuesta a una pregunta que le emociona aferrándose a uno de los osos de peluche que le encantaban a Nagore.

¿Cómo imagina la vida de su hija a día de hoy?

La irundarra respira hondo. “Desde luego que con 30 años ya se habría independizado. Me la imagino viviendo lejos, en cualquier país europeo lejos de Irun. Era una niña de mundo, muy independiente. Inglaterra, Italia, Portugal?, me la imagino de Enfermera en cualquier país de esos...”. Su mirada se pierde por un instante, triste, como un pájaro al que acaban de cortar las alas.

Pero el lamento no le dura mucho a esta madre coraje. Asun es una mujer de acción. Esta misma semana ha concedido entrevistas a televisiones mexicanas y norteamericanas. De hecho, poco después de que acabe la charla con este periódico tiene previsto coger un taxi con destino a Iparralde, donde la han invitado al enésimo acto contra la violencia machista.

Dice que seguirá alzando la voz mientras conserve las fuerzas, como lo hará hoy en la concentración que tendrá en el Ayuntamiento de Irun, que se iluminará de morado, como el de Iruñea. “Dentro de mi desgracia, soy una persona afortunada por la atención que me prestan los medios de comunicación, porque desde luego que sigue habiendo motivos para no quedarse callada”.

La sentencia de La Manada, que desató una tormenta política y social, es un tema de conversación inevitable. Tras varios meses de deliberación, la Audiencia Provincial de Navarra condenó a nueve años de cárcel y a cinco años de prisión provisional a los cinco miembros del grupo, que fueron acusados de violar a una mujer de 18 años en las fiestas de San Fermín de 2016. Actualmente se encuentran en libertad tras abonar los 6.000 euros de fianza fijados por la Sección Segunda de la Audiencia de Navarra.

¿Qué sensación le dejó todo ello? ¿Teme un repunte de agresiones durante este verano?

No tarda en contestar. “En realidad, Manadas ha habido siempre, la diferencia es que ahora se denuncian los hechos. La sociedad está evolucionando, pero tenemos que seguir dando pasos. Así lo quise reflejar durante el pregón al que me invitaron durante los sanmarciales de Irun. Tenemos que ganar en respeto, tenemos que seguir alzando la voz para que no haya más Nagores ni Manadas”.

Asun sigue posando su mirada sobre otras instantáneas. Hay una de ellas, junto a la cama de Nagore, que toma en sus manos. Es la misma que se ha venido utilizando durante los últimos años en infinidad de concentraciones. Siempre con el mismo lema: Nagore, por tu ausencia. La charla continúa en la sala de estar donde nuevamente, sobre la mesa, irrumpe la sonrisa de Nagore. En esta ocasión está junto a María, otra de sus muchas amigas. La foto se realizó pocos días antes del crimen. “Lo peor de estos hechos execrables es que encima te sientas cuestionada”, se indigna la madre.

¿Fue el caso de su hija?

“Ya lo creo. Todavía me acuerdo algunas preguntas del jurado. Insistían en saber si era ligona, como si eso justificara algo. Es ese tipo de cuestionamientos los que siguen retrayendo a muchas mujeres a denunciar. Mi hija ni siquiera pudo hacerlo. Entre La Manada y el caso de Nagore hay matices. Los miembros de ese grupo de amigos, por llamarlos de alguna manera, se fueron tan tranquilos después de la violación porque su víctima no les conocía. Actuaron impunemente, sumándose a la fiesta tan tranquilos, al amparo del anonimato. El problema para estos tipos se agrava cuando la víctima les conoce. Fue el caso de Yllanes. Nagore conocía a su agresor. Acudieron los dos al piso, pero llegó un momento en el que ella dijo no. No es no, y hay gente que no lo entiende. El supuesto hombre diez, el reputado psiquiatra vio amenazada su imagen intachable. Yllanes le rompió la hebilla del cinturón. Mi hija dijo que no, no llegó a ser violada, pero decir que no le condenó a muerte. Eso motivó que le empujara contra la pared, que le diera 36 golpes, rompiéndole el cráneo, estrangulándole, intentando cortarle la muñeca y tratando de buscar la complicidad de un amigo para desprenderse del cuerpo. Encima hay que escuchar que, a pesar de todo ello, no hubo alevosía. Como si mi hija hubiera podido defenderse. Aquella interpretación de los hechos convirtió el asesinato de mi niña en un homicidio”.

El duro relato empaña de nuevo su mirada. Yllanes tenía 27 años y estaba cursando el MIR cuando conoció a Nagore por primera vez. Meses más tarde acabó con su vida. Ahora pasea por la calle con la libertad de su lado, y la oportunidad de ejercer su profesión como médico psiquiatra. “Que le llegaran a dar trabajo en Madrid me indignó. Ha cumplido con la pena impuesta, es cierto, pero gracias a las redes sociales el caso trascendió. No se puede pretender hacer una vida normal, nada menos que como psiquiatra, después de todo lo ocurrido”, denuncia la madre.

La conversación con Asun entra en su recta final. Txomin está a punto de regresar a casa para hacer la comida. Ella solo tiene palabras de cariño para él. “Lo sigue pasando peor que yo porque le cuesta expresar. Yo me muevo, voy al pregón y visito un montón de colegios, ofreciendo charlas, asistiendo a la proyecciones del documental que realizó Helena Taberna. Voy allá donde me llaman. Para mí es como una terapia. Él, en cambio, se lo traga todo. Así las heridas tardan mucho más en curar”.

Su psicóloga le ha dicho en más de una ocasión que después de una vivencia tan dura no sería extraño que la pareja se hubiera roto. Es algo que ocurre con frecuencia, matrimonios que se desmoronan tras un cruce de reproches y culpas. “En nuestro caso no ha sido así. A pesar de todo, Txomin ha sido en este largo camino mi bastón, un apoyo importantísimo. Mi marido me facilita la vida”.

La familia trata de rehacer su vida. Javi, el hermano de Nagore, de 33 años, se independizó junto a su pareja, con la que convive en un piso de alquiler desde hace un año. Su madre sabe que el dolor por la pérdida de su hermana le acompañará de por vida, pero sonríe imaginando el futuro próspero del joven.

Txomin, de 66 años, se jubiló hace unos meses. Ella, de 61, tiene previsto acogerse a un contrato de relevo en breve. La vida laboral de ambos ha transcurrido en la misma empresa de Lezo. A partir de ahora toca descansar. “No me gustaría acabar esta conversación sin hacer un pequeño homenaje a tantas heroínas anónimas. Yo estoy en todo esto porque me ha tocado, pero hay cantidad de mujeres que sin haber vivido una tragedia así entregan su tiempo en la lucha contra la violencia machista”. Enumera a continuación varias asociaciones que le han brindado todo el apoyo del mundo durante los últimos años.

Mujeres que jamás se cansarán de alzar su voz, que se niegan a vivir con miedo. “La educación es fundamental y, en ese sentido, un nuevo parque de nuestro barrio que va a llevar el nombre de mi hija me parece una iniciativa que cobra todo el sentido. En un futuro, cuando los niños y niñas paseen con sus padres por la zona, preguntarán quién era Nagore Laffage, y los padres les explicarán que era una joven que fue asesinada por decir que no. Les explicarán que una mujer tiene que vivir en libertad, ser dueña de su cuerpo y no hacer nunca algo que no quiere hacer”.