pamplona - Hacer un análisis calmado y profundo sobre la violencia de género tras la sentencia a La Manada es un ejercicio difícil para cualquiera. No obstante, Miguel Lorente (Almería, 1962) lo consigue y pone el foco en todo lo que se esconde detrás del fallo del tribunal y de agresiones como la ocurrida los pasados sanfermines de 2016. Porque él lo tiene claro: “Fue violación”. Médico de profesión, fue delegado del Gobierno para la violencia de género en la segunda legislatura de Zapatero y actualmente es perito forense. Su interés hacia los temas de género nació tras escuchar experiencias de mujeres que habían sido agredidas y testimonios como “mi marido me pega lo normal”, comenta. Ahora, está ejerciendo como perito forense en el caso de Juana Rivas y antes de marcharse a Cagliari impartió recientemente la charla El machismo juez y parte en Pamplona en un acto organizado por Andrea y Lunes Lilas. Tanto en el caso de Juana Rivas como en el de La Manada o en el de Nagore Laffage, Lorente ve que, más allá de un problema legislativo o de interpretación judicial, se trata de una cuestión estructural que tiene su base en el machismo como cultura de la sociedad actual.
Está usted ahora inmerso en el caso de Juana Rivas, de su situación usted afirmó que había sido propiciada por la Administración de la Justicia, ¿a qué se refería?
-Juana Rivas es una persona que se ocultó de la justicia después de haber acudido previamente a ella a decir que estaba siendo víctima de violencia de género. En una situación como esta el Convenio de la Haya dice que cuando hay riesgo para los menores, como en este caso, se deben analizar las circunstancias que propiciaban ese riesgo, que es lo que decía Juana. Esto no se hizo y entonces ella decidió ocultarse. Por ello creo que la justicia tiene que acercarse más a la realidad tal y como es.
Llama la atención cómo se le ha puesto en duda desde el principio. Este cuestionamiento también se ha dado desde ciertos sectores contra la víctima de la violación de sanfermines. ¿Por qué ocurre esto?
-Es algo que, por desgracia, pasa de manera habitual. Hay gente que pide primero la veracidad del testimonio de la víctima, pero eso es un sinsentido. Si yo voy ahora a la comisaría y denuncio que me han robado el reloj no ponen en duda mi testimonio, no me dicen: “Demuestra que tenías un reloj, tráeme factura de la joyería, enséñame una foto...”. Eso que no se entiende ocurre cuando una mujer denuncia una agresión machista. Hay una actitud como de duda y en muchos casos ese cuestionamiento no deja de ser una construcción del mito de la hembra perversa.
¿En qué consiste ese mito?
-En presentar que las mujeres son capaces, por maldad, de instrumentalizar cualquier cosa para conseguir beneficio para ellas y para traumatizarte a ti como hombre. Pero esto no tiene sentido y no lo sustenta la realidad; tan solo el 20% de las mujeres denuncia, el 80% no lo hace. Entonces decir que todas las que no terminan en condena son falsas es una instrumentalización del machismo sobre una cuestión que tiene una explicación: se trata de una violencia que ocurre en el ámbito privado sin testigos; hay un problema de pruebas porque muchas veces los juzgados no admiten el daño psicológico como un ejemplo de violencia o las consecuencias orgánicas crónicas que se producen. Todo eso, que es verdad que es un déficit de prueba, se usa como argumento para decir que la violencia no existe como lo dicen los estudios sociológicos. Es una clara carga de significado, de cuestionar a la mujer como responsable de la denuncia falsa para beneficiarse y, además, con una consecuencia añadida que es muy peligrosa y sorprendente que es el hecho de querer hacer daño al hombre.
Entonces la sentencia a La LaManada
-Así es. Se trata del machismo como cultura, por lo que es un problema que tiene la justicia, la sanidad, la economía, la precariedad laboral o la brecha salarial. Impacta en la justicia pero no es exclusivo de ella. Es un problema de la cultura machista cuya realidad está creada bajo referencia de los hombres.
Entonces, ¿mejoraría algo la resolución de estos casos?
-No es tanto cambiar la ley, sino concienciar a los jueces sobre qué es una violación y sobre qué es la violencia de género. La sentencia de La Manada es un ejemplo muy gráfico porque en ella se reconoce que ha habido unos elementos que justifican que fue una violación, por el relato, por el estrés postraumático, etc. Y en vez de darle continuidad, al final la interpretación judicial que se da es muy distinta y todo porque no hay violencia física. Claro, si tú entiendes que la intimidación no necesita una expresión explícita para conseguir lo que en la sentencia se reconoce que se produjo: la pasividad, la angustia, el shock... al final entenderás que ha habido violencia. Una mujer en esa situación es normal que se sienta intimidada, aunque no haga falta decirle: “Si dices algo te mato”. Las propias circunstancias le llevan a adoptar una actitud de pasividad, de miedo, que se traduce en esa angustia que sí que se refleja en la sentencia.
Entonces, ¿no hace falta cambiar la ley?
-Sí que hace falta, sobre todo para reducir la subjetividad. Cuanto más espacio dejas a la interpretación, más fácil es que la cultura del machismo condicione lo que son estos casos. Hay que adaptar lo que sabemos de la violencia sexual para que el tipo penal sea adecuado a la realidad.
Este último mes se ha clamado mucho por una condena ejemplar, para que luego muchos hombres se lo piensen dos veces. ¿Cree que un aumento de las penas reduciría el número de agresiones?
-No me gusta el término ejemplarizante, porque la sentencia tiene que ser justa, no ejemplar. Creo que en ese sentido la clave está en llamar a la concienciación y a la transformación de los hombres, más que a intentar meter miedo con fuertes condenas.
Y esto, que es fácil de entender, ¿por qué es tan difícil de cambiar?
-El machismo es cultura y por tanto es identidad, no es solo conducta. El machismo te dice qué es ser hombre, qué es ser mujer y cómo debemos comportarnos en consecuencia.
Se puede decir que estamos ante un sistema pensado para beneficiar a los hombres, ¿no?
-El machismo es una construcción, sobre referencias masculinas, de una estructura jerarquizada de poder con el objetivo de conseguir más poder. Un machista no defiende su posición inicial, sino que va cogiendo cada vez más poder. Por eso aumenta la violencia hacia las mujeres con los años. Hay hombres que siguen maltratando a sus parejas después de años porque de esa forma adquieren más conciencia de poder. Pensar que el machismo es una cuestión solo de hombres y mujeres es erróneo, es la base pero es algo que se traslada a todo, a las relaciones en el trabajo, en la amistad, en relaciones territoriales, etc. Es un modelo jerarquizado de poder para adquirir más poder.
En los últimos años el movimiento feminista ha cogido mucha fuerza y está llenando las calles. ¿Qué papel juegan los hombres en él?
-Los hombres debemos ser feministas, no tenemos que inventar nada nuevo y no tenemos que reivindicar nuestro protagonismo. El feminismo lleva siglos trabajando para la sociedad, no solo para las mujeres. Tenemos que sumarnos a ese movimiento de reivindicación y aportar desde nuestra experiencia y humildad lo que podamos para lograr una igualdad real. Hay que dejar atrás esos contramovimientos como el masculinismo y también tenemos que evitar decirles a las mujeres que venimos a salvarlas a ellas. Hay que asumir sin miedo elementos identitarios tradicionalmente vinculados a las mujeres como el cuidado, el cariño y el afecto, pero también en posicionamientos críticos con la cultura existente en un activismo que trabaje por la igualdad.