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“Sentí pánico al ver el agua en la cárcel”

Dos personas con experiencia penitenciaria en Martutene relatan cómo vivieron desde dentro las históricas precipitaciones de 2011. “Somos muy pocos los que hemos visto la prisión por debajo. Es hueca y está levantada sobre el fango”.

“Sentí pánico al ver el agua en la cárcel”

actualmente tiene que presentarse cada mes y medio en prisión. Ainhoa está en libertad condicional. Ha realizado un curso de auditoría fiscal y contable y goza de una vida normal. Esta donostiarra cumplió siete años de condena en la vieja cárcel de Martutene, que vuelve estos días a salir a la palestra tras la reunión celebrada la semana pasada en Madrid entre el alcalde de Donostia, Eneko Goia, y Miguel Contreras, presidente de la Sociedad de Infraestructuras y Equipamientos Penitenciarios (SIEP).

El encuentro no permitió despejar las dudas sobre el futuro de la prisión, y la incertidumbre convive con el deterioro progresivo de las instalaciones, que han quedado en una zona inundable debido al desarrollo urbanístico del entorno. “Todavía recuerdo lo ocurrido en 2011”, cuenta esta mujer de 53 años.

Aquel mes de noviembre, vecinos de cinco bloques de Martutene, situados cerca de la cárcel, tuvieron que ser evacuados a causa de la crecida de las aguas y trasladados al hogar del jubilado. El barrio, uno de los más afectados por las intensas lluvias, quedó totalmente anegado, algo que no olvidan los internos de Martutene. “Las puertas de acceso a la prisión se quedaron bloqueadas porque no funcionaban los sistemas eléctricos de apertura y cierre. El patio interior nuestro, el de las mujeres, estaba hasta arriba de agua. Miraba por la ventana y solo pensaba en que no sabía nadar. Nunca había visto semejante crecida. Se inundaron las escuelas. Por seguridad no nos daban noticias del exterior, aunque el director nos fue informando de lo que iba ocurriendo. Nos confesó que faltó un palmo para que saltara por los aires un generador eléctrico, lo que hubiera exigido el traslado. Me entró pánico. Veía desde mi ventana cómo subía el agua. Era una pasada, no sabíamos qué iba a ocurrir con nosotras. Las familias estaban muy preocupadas”.

El relato de esta mujer, que no quiere revelar su identidad, refleja la delicada situación en la que se encuentra una de las cárceles más antiguas y obsoletas que siguen en uso en el Estado español, así como una de las más saturadas, con 220 personas en régimen cerrado y otras 100 en tercer grado.

Madrid admite que ha llegado el momento de abordar esta cuestión, sobre la mesa desde 2005, cuando la entonces directora de Instituciones Penitenciarias, Mercedes Gallizo, se comprometió a acelerar un traslado que nunca llegó. Las instalaciones de Zubieta se licitaron en 2013, aunque la actuación fue suspendida para rehacer el proyecto. Las dudas desde entonces siguen sin aclararse. La reunión celebrada la semana pasada en Madrid había sido acogida con cierto optimismo, pero por el momento la solución no llega.

No regresar a ‘Martu’

El encuentro tiene lugar en una sala de reuniones cedida por los Jesuitas en la calle Andia. A la cita se suma Manuel, de 59 años, que también tiene experiencia penitenciaria y sabe lo que es vivir en una cárcel “tan vieja como familiar”.

Ninguno quiere saber nada de fotos. Buscan rehacer su vida con normalidad. “La cárcel por debajo es hueca, y está levantada sobre el fango. Muy pocos somos los presos que hemos accedido a verla por debajo, por donde pasan todas las tuberías”. Cuando llegaron aquellas históricas inundaciones, Manuel estaba en tercer grado. “Me coincidió de permiso, pero ocurrió algo que no sucede ni en las cárceles de Sudamérica. Los internos llamaban para regresar a Martu pero los funcionarios les pedían que no lo hicieran. Eso nos ofrece una idea del nivel de inundación. La crecida del agua fue tremenda”, relata este hombre, que cumplió condena en 2014.

Tras las intervenciones de estos dos últimos años con el ensanchamiento del cauce del río, y la elevación de la cota cuatro metros en el barrio de Txomin Enea, la situación de la vieja prisión, que data de 1948, no ha hecho más que agravarse. “Si antes ya estaba en un agujero, con las obras se sitúa ahora mucho más abajo”, advierte Itziar Zapirain, trabajadora social de la asociación Loiola Etxea, que trabaja con personas en situación de riesgo, con especial atención a la población penitenciaria de Gipuzkoa. “Es una cuestión que se ha trasladado en numerosas ocasiones. No se sabe nada porque no se ha clarificado nada, aunque tenemos la sensación de que el proyecto de Zubieta no se va a llevar adelante”, sospecha.

Desde la Sociedad de Infraestructuras y Equipamientos Penitenciarios (SIEP), admiten que el proyecto diseñado en el polígono de Eskuzai-tzeta está en una fase preliminar. Han adquirido el terreno y están urbanizando un talud, pero sigue sin llegar la decisión política.

En el caso de que se produzca un traslado, previsiblemente será al centro penitenciario de Zaballa, en Araba, con el reto que supone desplazar a los internos y los mayores problemas de accesibilidad que van a encontrar sus familiares. “Si parte de ellos son derivados a Iruñea, nos encontramos con que salen del País Vasco, con los cual los derechos como ciudadanos se ven mermados porque pierden el padrón en Euskadi”, detallan desde la red de trabajo ESEN (Espetxe Sarea Euskadi-Nafarroa), que aglutina a una veintena de organizaciones sociales dedicadas al ámbito penal y penitenciario.

Entretanto, los internos ven en Martutene un centro “contradictorio”. “Por un lado está que se cae, pero por otro hay inversiones puntuales que sorprenden. Los radiadores, por ejemplo, son más modernos que los que hay en todas las casas de Donostia. En cambio, las paredes de los patios parecen traídas de Atapuerca. Pequeñas inversiones no faltan. Hay tuberías de cobre, calefacciones y agua caliente. Si se estropea un colchón te ponen uno nuevo, pero la zona de comunicaciones con las familias está muy deteriorada... Se dan unas paradojas tremendas. Está muy vieja pero se parchea constantemente”, dicen los internos.

Cuenta Ainhoa que existe “una política penitenciaria abierta, con el acceso de la pastoral, las asociaciones... Al ser pequeña, el trato con los funcionarios es muy cercano, nada que ver con las macrocárceles”.

En este punto Manuel discrepa. Tiene una experiencia bien distinta. “No se puede comparar un habitáculo de nueve mujeres con la situación en la que nos encontrábamos los hombres. Todo era para ellas. Nosotros hemos llegado a estar seis personas en dos literas de tres pisos. Es algo que está totalmente prohibido, pero ha ocurrido en Martutene. Por cierto, en una cárcel el enemigo no es el funcionario ni el sistema. Curiosamente, es otro preso. Al principio es el sistema, y vas contra él. Tu guerra es salir de la cárcel, y tienes que luchar contra ello. Pero en la medida que pasa el tiempo te das cuenta de que tu mayor enemigo está al lado, es otro preso. En Martu la relación con los funcionarios se hace tan familiar que acabas tomando un pote con ellos en la Parte Vieja”.