Eran los sanfermines de 1979 y con catorce años mi cuadrilla de amigos y yo decidimos debutar en la carrera del encierro. Llegamos pronto a la plaza de los Burgos, habíamos quedado con Tito Murillo que era nuestro maestro y guía oficial para comenzar la aventura de la Estafeta. Sonaba por los altavoces de la plaza del Ayuntamiento la música de Los Iruñako.
Templaban y estiraban piernas los mejores de la zona de aquellos años: Txema Esparza, Rafa Torres Arbizu, Pascual Larumbe, Atanasio, Jokin Zuasti y Miguel Ángel Eguiluz. Y allí estaba al que más admirábamos, el de las fotos de los escaparates de Gómez, Mena y Zubieta y Retegui: el calvo (entonces todavía tenía pelo), el del bigote, Julen Madina.
Nos lo presentó Tito y nos acogió con todo el cariño, como abriéndonos las puertas a formar parte de la gran familia del encierro. Comenzó a llamarnos “la cuadrilla de los novilleros” por lo jóvenes que éramos y nuestras ganas de aprender. Perfectamente ataviado de blanco y rojo correteaba concentrado para intentar un día más ponerse delante de los toros. Sus primeras carreras en el encierro de Pamplona se remontan al año 1972. Prueba en la calle Mercaderes casi huyendo de los astados. Enseguida se pasa a la Estafeta para intentar llegar al ruedo con los toros. Aprende de los mejores de la época y pronto comienza a despuntar.
Coincide con los montones en el callejón de la plaza del 72 en el que un toro lo arrastra y le rompe el jersey resultando ileso. Y los del 75 y 77 donde fallecen dos personas, una en cada año.
Ya Julen empieza a destacar citando los toros que se quedan sueltos llevándolos al ruedo a punta de periódico en situaciones en las que desaparece todo el mundo, en las que hay cornadas y máximo peligro cuando no había televisión y le movía el puro placer de palpar el riesgo y hacer las cosas bien que le habían enseñado sus maestros.
Con quince años estábamos absortos mirando el escaparate de la tienda de fotos de la calle Espoz y Mina, Zubieta y Retegui. Cada jornada sanferminera exponía la crónica fotográfica del encierro del día en su escaparate hacia las doce de la mañana. No perdíamos detalle de una foto en color en la que aparecía un enorme miura castaño de nombre Diamantero que era conducido por Julen al terminar la Estafeta. Comentábamos su posición con los dos pies en el aire y el periódico con el brazo estirado apuntando al hocico del animal.
Salió de la puerta de la tienda Andrés Retegui (el padre de nuestro querido Javier fallecido en 2007)
-“¿Habeis visto qué foto de Julen? Nunca vais a correr tan bien como el”- nos dijo todo convencido.
Julen participó en la carrera pamplonesa de 1972 al 2011 sin interrupción. En 2013 corrió dos encierros de propina y con 59 años entró al ruedo con un jabonero de Torrestrella el día 11 de ese año con su peculiar estilo de siempre para cerrar con broche de oro sus carreras en Pamplona.
Correr tan bien durante tantos años, poner en peligro su vida repetidas veces para salvar a otros corredores en situaciones de cornada segura está al alcance de muy pocos.
Participó también en los encierros de: Tafalla, Tudela, Sanguesa, Cuellar, San Sebastián de los Reyes, Deba, Ciudad Rodrigo y seguro que me dejo alguno.
Denostado por muchos que le achacaban el uso de los codos en carrera, quizás su aspecto físico inconfundible y que siempre estaba en la cara de los toros hacían que todo el mundo se fijase en él. Cualquiera que haya participado en un encierro sabe que a la hora de la verdad mantener la posición en el centro de la calle tiene su complejidad y que los toques, empujones y la violencia que encierra en sí la velocidad que lleva la manada hace que casi siempre se forcejee delante de los astados. Julen no era ni mejor ni peor en ese aspecto que el resto de participantes.
A partir de las retransmisiones en directo de televisión española en el año 1982, comienza a coger fama por su forma de correr. Esto, unido a una entrevista que sale publicada en la revista Tiempo del periodista Juan Posada en la que hablan cinco corredores que califica como Los cinco de la muerte.
Nace el término divino para distinguir a los corredores que destacan especialmente por hacer bien su carrera en las astas de los toros. Después adquiere un significado despectivo por el agotamiento de tanto usarlo. Muchos chavales de Pamplona y de otros lugares de España y del mundo se han aficionado a nuestro encierro siguiendo por televisión las carreras de Julen. Hacia parecer fácil lo que entraña gran dificultad, ya que colocarse delante de animales de más de 500 kilos en una calle estrecha, rodeado de gente y a toda velocidad no está al alcance de todos los mortales.
En el famoso encierro de los Cebada Gago de 1988, uno de los más peligrosos de la historia más reciente de la carrera pamplonesa, fue capaz de entrar al ruedo con cuatro toros distintos en tres bajadas diferentes al callejón. Difícil de realizarlo actualmente ya que está prohibido volver al recorrido una vez alcanzada la arena. Aquel día se jugó la vida en las tres situaciones, pero en una de ellas, al intentar sobrepasar a un castaño de Cebada, éste le embistió con saña y Julen, esquivándolo, consiguió encauzarlo hacia la plaza de toros sin que cornease a nadie
El filósofo Javier Echeverría hablaba en una conferencia sobre el encierro en la Universidad Menéndez Pelayo de Madrid del arte de correr los toros como una nueva Tauromaquia en la que también cabía el parar, templar y mandar de las faenas de los maestros del toreo pero en la calle.
Julen llegó a contar que en todas sus carreras alguna vez había conseguido experimentar esa sensación tan maravillosa: acoplarse a la velocidad del toro, marcarle el camino por donde él quería que fuese con su cite, la voz y su periódico. Algo difícil de demostrar pero que algunos afortunados como Julen han conseguido realizar en la cara de un toro.
Tuvo dos percances graves en Pamplona: en 1996, al ser aplastado por un Marqués de Domecq en carrera y en 2004 fue corneado en un montón en el callejón recibiendo cinco cornadas de un Jandilla. Su amor al encierro y a la vida le hizo volver al año siguiente para, como él decía, vencer todos sus fantasmas y sus miedos.
En su último año conoció el carnaval del toro en Ciudad Rodrigo (Salamanca) y como no podía ser de otra forma, conociéndole, se fue a buscar los tramos de calle donde más riesgo había y donde su experiencia le podía ayudar. La entrada a la plaza Mayor del pueblo con su estrechísimo callejón en el encierro y el paso de la bóveda del recinto amurallado casi anocheciendo, cuando los toros vuelven de la calle Madrid en el desencierro.
Toda una vida marcada por la pasión de ponerse delante de los toros. Una afición que le proporcionó infinidad de amigos, a muchos de los cuales guió en sus primeros contactos con los encierros.
Una maldita ola del mar de una tarde de agosto acabó con su vida. Estaba recuperándose de un percance en Tudela del primer encierro de las fiestas de julio. Este hombre forma parte de las vivencias y recuerdos más bonitos que muchos tenemos guardados en el corazón. En ese sitio donde se guardan con mucho mimo las historias y ensoñaciones del encierro de Pamplona.