todo tipo de objetos han caído en las manos de Traperos de Emaús Gipuzkoa durante sus 35 años de vida. Desde huesos en cajas, hasta una bolsa con un obús que obligó a desalojar la sede y a llamar a los artificieros. También unas cartas enviadas por una chica a su novio después de la Guerra Civil. Las respuestas estampadas en las misivas que devolvía su pareja reflejaban la situación que vivía la mujer en los años 40, y es que el varón reprochaba a su chica que esta se maquillara los ojos con carboncillo para salir a la calle.

Son solo algunos de los tesoros que los trabajadores de Emaús han descubierto a lo largo de su larga historia, que este año cumple su 35º aniversario. Y para celebrarlo, la cooperativa festejó el miércoles un acto conmemorativo al que acudieron personas que no se veían desde hacía años y que han formado parte de esta particular familia desde el principio, en el primer campo de trabajo que tuvo lugar en 1980.

“Quisimos agradecer a todo el mundo que si estamos aquí es por la colaboración de todos”, apunta la directora Inma Puerta, que lleva con los traperos desde la apertura de la primera comunidad, en 1982.

En aquellos tiempos, Traperos de Emaús inició su largo camino en Gipuzkoa, donde desarrolló su actividad relacionada con los residuos y persiguió sus objetivos de utilidad social. Se trasladó en 1983 al antiguo sanatorio Nuestra Señora de Las Mercedes, propiedad del Patronato Municipal Zorroaga, en Donostia. En 1988, reubicó la comunidad a Nuestra Señora de Uba, y diez años más tarde se expandió a Irun. Finalmente, en 2006 abrió una sede en el polígono donostiarra de Belartza, donde se encuentra en la actualidad.

El año 2010 marcó un antes y un después en la historia de esta cooperativa. Dentro de diversos cambios estructurales y desencuentros en la visión de futuro, Traperos de Emaús Sociedad Cooperativa se independizó de la estructura de Emaús Fundación Social, para dedicarse a la recogida, clasificación, reparación y venta de distintos materiales procedentes de los Residuos Sólidos Urbanos -voluminosos, papel, cartón, vidrio, etc.- para así cubrir necesidades y apoyar distintos proyectos solidarios.

De esta manera, se quiso preservar la vocación de integración social a través del empleo de personas que por sus características y situaciones personales les es prácticamente imposible acceder a un empleo y a una “vida digna”, explica. “Nos encontramos con inmigrantes que no tienen papeles sin un trabajo, con cargas familiares, sin el idioma y que en muchas ocasiones han llegado en situaciones complicadas, como debajo de un camión”, relata Puerta, que añade que son mayores de 40 años y con una formación muy baja. “Nosotros trabajamos para que otros tengan la oportunidad que hemos tenido”, afirma, pues desde que en 2010 se independizaron han conseguido pasar de 26 trabajadores a 32 -14 mujeres y 18 hombres-.

¿Otra comunidad?

El problema está en la futura jubilación, un objetivo “complicado” por las bajas pensiones que quedarán a varios de los traperos que ya superan los 60 años. “Nuestros salarios son normales -1.200 de media-, pero para algunas personas será un problema el número de años cotizados. Nos preocupa que algunos vuelvan a pasarlo mal”, reconoce. De hecho, desde la cooperativa se plantean la idea de abrir una nueva comunidad, donde estos futuros jubilados puedan habitar.

A lo largo de su historia, la experiencia ha demostrado a estos traperos que la reutilización y la recuperación de objetos, no solo puede cubrir sus propias necesidades, sino que también es una labor social y medioambiental. Es por ello que con el tiempo han perfeccionado los sistemas y metodologías de recogida en orden a una mayor recuperación. Gracias a sus cuatro furgonetas, en 2015 reunieron 1.841.638 kilos de objetos, como ropas, muebles, libros, o cualquier otro tipo de material. Mercancías que son transportadas al pabellón de Belartza para su selección, almacenaje o venta.

Cambia el perfil

Es “una cantidad considerable”, a pesar de que la crisis haya rebajado la proporción de cosas que se dan, y sobre todo si son de buena calidad, como cuadros”, detalla Puerta. La directora añade que este volumen supuso el año pasado “un trabajo enorme” y también hace alusión al gran número de compradores que se llevaron algún bien, nada menos que unos 80.000. Pero es que los precios son insuperables: 3,50 euros por un jersey, u ocho por un abrigo “en muy buen estado”.

La crisis también ha cambiado el perfil de los clientes, que ahora no son solo inmigrantes, sino que también hay jóvenes vascos que, por ejemplo, montan poco a poco su casa, adquiriendo en los traperos la vajilla o el sofá. “La zona de ropa retro también atrae a mucha gente joven”, sentencia Puerta, satisfecha con el rumbo que ha tomado la cooperativa.