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Fallece Miguel de la Quadra-Salcedo, de oficio andarín y correcaminos

Madrileño de raíces vascas, fue deportista de élite, corresponsal y alma mater de la Ruta Quetzal

Fallece Miguel de la Quadra-Salcedo, de oficio andarín y correcaminos

donostia - Perito agrónomo de formación y deportista olímpico, corresponsal y aventurero de vocación, así se podría describir a Miguel de la Quadra-Salcedo, un hombre que imponía con su imagen: el bigote, el pelo largo y la piel morena y curtida eran señas de identidad. Viajar era su pasión, y leer: “Es vital para mí, necesito sumergirme en un libro, estar en una biblioteca es viajar a un universo absoluto”.

Nació en Madrid, pero sus raíces eran vascas, vizcaino por parte de padre y navarro por parte de madre. “Tengo sangre encartada y roncalesa”, le gustaba decir. A su abolengo aristocrático que encierra su primer apellido hay que añadir también el que era sobrino de uno de los tenores más importantes de la música universal: Julián Gayarre.

Recorrió miles de kilómetros a lo largo y ancho del planeta, pero había viajes que le reconfortaban y le llenaban mucho: “A mí lo que más me gusta es estar en el País Vasco y en Navarra. Es mi tierra, me gusta todo lo que la rodea: me gustan los montes y más que el roble, me gusta el haya, el abedul y las olas”. Una de sus aficiones, la tenía desde niño, era perderse por los montes de Nafarroa: “Irme, volver y volver a irme ha sido mi vida”. Y a veces regresaba a otros de sus rinconces favoritos, Hendaia, donde contaba con una vivienda, y Donostia, donde veraneó de niño.

Hacer un recorrido por la vida de este hombre, que falleció ayer a los 84 años, es un viaje por la vida de todo un personaje. En los últimos años, la edad no le permitía esa vida de aventura que a le fascinó siendo un niño de diez años que leía La Odisea y LaIliada, pero se sentía como un adolescente en cada Ruta Quetzal.

En alguna entrevista concedida a este periódico, cuando se le preguntaba cuál era su verdadera profesión, siempre respondía: “De oficio soy un andarín, un correcaminos del mundo”. Su vida de nómada le tuvo subyugado toda su vida.

Reportero y viajero Era una persona a la que le gustaba arriesgar, y arriesgó dejando el deporte de élite y convirtiéndose en corresponsal de guerra. No disfrutaba con las contiendas que cubría, entre ellas la de Vietnam, pero eran situaciones en las que la adrenalina le hacía vibrar. “Fui al Congo, que estaba en guerra, y me condenaron a muerte por haber hecho unas grabaciones, me libraron de ella unos cubanos”, señalaba a NOTICIAS DE GIPUZKOA en 2007 cuando se le preguntaba por los recuerdos de alguno de sus viajes.

A partir de 1979 impulsó la llamada Aventura 92, Ruta Quetzal más tarde y hoy Ruta BBVA, un programa de intercambio cultural entre los países latinoamericanos declarado de interés universal por la Unesco.

En su particular mochila guardaba olores y sabores de los lugares que visitaba: “He disfrutado en cada uno de los sitios a los que he ido. He contado guerras, pero también he contado historias de la gente que las vivía. No fui corresponsal de guerra por correr aventuras, quería contarlas”.

En distintas entrevistas hechas por este diario comentó que lo que más valoraba de sus viajes eran las sensaciones, los recuerdos intangibles que atesoraba y que contó a lo largo de su vida a sus hijos, a sus sobrinos o sus nietos: “Escuchar a mi tío Miguel era hacer un viaje solo oyendo lo que contaba”, recordaba recientemente Telmo Aldaz de la Quadra-Salcedo. Sin embargo, su tío se quejaba de la invasión que había supuesto en las familias la televisión, medio en el que trabajó como corresponsal y con la Ruta BBVA: “Ya no se escuchan las historias que cuentan los mayores a los más jóvenes, la tele manda en la familia”, lamentaba.

Para él viajar fue una forma de vida, era su filosofía: “Para mí es huir de este empacho de bienestar. Me gusta refugiarme en estos países que nos enseñan a necesitar menos de lo que tenemos, ¿sabes cuántas cosas nos sobran? Casi todo. La obsesión de este mundo es tener más y más cosas. Es un error y un horror. Allí estás libre de todos estos inventos modernos, de todas estas cosas que, como Internet, nos atan a una silla y nos mantienen sentados. Huyo de los calendarios, de los silencios que produce el consumo en exceso de unas cosas de las que podemos prescindir fácilmente”.

Cuando regresaba a casa, a Madrid, una ciudad que le parecía una jungla, pero en sentido muy metafórico, le gustaba refugiarse en su rincón de lectura y emprender un viaje diferente, el viaje que hace la imaginación: “Viajar es volver. Puedo estar viajando cuando leo. La lectura es la aventura. Así lo hizo Julio Verne. Pero él lo hizo sin salir de un despacho. “Mi imaginación se ha nutrido de muchos viajes, de muchas historias que me han contado, he leído y que he vivido. Se ha confundido mi vida con mis viajes”, explicaba.

Estaba encantado en cada viaje que hacía y por poder estar rodeado de más de trescientos jóvenes que se sentían afortunados de compartir 45 días de aventura con él. “No son agotadores, todo lo contrario, me siguen enriqueciendo, y mucho. Con ellos he descubierto la fuente de la eterna juventud”, confesaba.

Las tecnologías no le dejaban indiferente, no vivía aislado, pero no le seducían. Llevaba móvil, más como objeto de seguridad y simple comunicación. Internet no entraba dentro de su filosofía, aunque entendía que para otras personas fuera importante. En una entrevista realizada en 2007 era taxativo: “¿Ordenadores? No he apretado una tecla. A mí no me sirven, pero entiendo que a otros sí”.