Pasar cerca de sus instalaciones de la calle Usandizaga 3, y no mirar a través de algún hueco de su escaparate, cubierto con grandes fotografías de gente haciendo ejercicio conectada a una máquina, es casi imposible. Incluso para quien escribe estas líneas. Así que, hace tan sólo unos días decidí pasar del cotilleo a la acción, y entrar en este peculiar gimnasio.

Nada más cruzar las puertas, me encuentro con un espacio amplio dividido en varias zonas, a través de biombos y mamparas. Escucho que al otro lado de ellas hay gente entrenando, asique entiendo que están precisamente para eso, para aportar intimidad a quienes vienen aquí para hacer ejercicio. En el centro, la recepción, desde donde me saluda simpático Juan Luis Gómez, propietario de este singular gimnasio.

Le explico que llevo varios meses pasando cada día frente a su local, y que tenía una tremenda curiosidad por saber qué había dentro. Se ríe, seguramente porque no soy la primera persona que entra por la misma razón. Me explica que se trata de un centro de electroestimulación, único en Gipuzkoa, que ofrece entrenamientos personalizados, basados en este sistema de estimulación muscular, a través de una tecnología pionera que se llama Efit, un sistema único que ayuda a modelar el cuerpo en 25 minutos semanales. “O sea, en 25 minutos haces el ejercicio que equivale a tres o cuatro sesiones de gimnasio”, puntualiza.

Bastante impresionada, me disculpo por mi ignorancia, y le pido si, por favor, puede explicarme en qué consiste eso de la electroestimulación. Según me cuenta, no es nada nuevo. Al parecer, los egipcios, en la antigüedad, ya la usaban para aliviar los síntomas de la enfermedad de “la gota”, con la tecnología de la época, por supuesto: metiendo un pie descalzo en un caldero con un pez torpedo, una especie que emitía un impulso eléctrico. Luego lo usaron los griegos, más tarde los romanos, y así ha ido evolucionando hasta nuestros tiempos, en los que ya cuenta con grandes avances tecnológicos y controles médicos.

La historia es, desde luego, peculiar, pero me quedo con ganas de más. “¿Qué es lo que hace exactamente en nuestro cuerpo?”, le pregunto. “Mira, para que tú puedas hacer un movimiento, el cuerpo necesita contracciones musculares. Para provocarlas, el sistema nervioso central genera unos impulsos que llegan al vientre muscular a través de los nervios. Esos impulsos se llaman contracciones voluntarias. Bueno, pues nuestro sistema lo que hace es que esas contracciones, que de normal involucran como máximo al 45% de fibras, sean de mayor calidad, involucrando casi al 100% de ellas. Así, combinando contracciones voluntarias e involuntaria, se consiguen mejores resultados en poco tiempo, llegando 25 minutos de ejercicio a equivaler a tres o cuatro días de gimnasio, por lo que con una sesión semanal, dos como máximo, es suficiente”. La explicación me deja satisfecha y cuando estoy a punto de salir por la puerta me dice: “Puedes probarlo si quieres y experimentarlo por ti misma”. “Pero, es que yo no hago mucho ejercicio, ¿no será muy duro para mí?”. Gómez asegura que no, ya que para que la gente no sufra lesiones, un entrenador personal acompaña a cada cliente durante toda la sesión, indicando y controlando cada uno de los ejercicios. “Y si es la maquina lo que te asusta, puedes estar más que tranquila”, añade, “Efit está aprobada por el colegio de médicos, y tiene incluso un principio rehabilitador, adaptándose a la condición física de cada persona, sin importar la edad, las hernias o la falta de conocimiento deportivo”. Pues nada, me animo.

Me prestan una malla y una camiseta, las idóneas e imprescindibles para poder realizar ejercicio con este sistema. Me cambio, y me presenta a Boris, mi entrenador para esta sesión. “Vamos a ponerte el traje”. Me coloca y adapta el traje, estrechándomelo bastante, y pasamos a la zona de entrenamiento. Me siento una especie de Robocop, no voy a negarlo.

Conecta varios cables de la maquina al traje y me dice que lo que haremos será una sesión más breve, de 15 minutos, para que vea más o menos lo que es. “Ane, vamos a empezar calentando un poquito, así que súbete a la bici elíptica y estaremos ahí cinco minutos”. Nada más subirme me avisa de que en ese momento va poner ya en marcha la máquina, en el programa idóneo para calentar. “Tiene un montón de programas, en función de lo que necesita o quiere cada uno: glúteos, abdominales, relajación, calentamiento, brazos? Y ahora vamos a calentar un poco todos los músculos”, me explica, “Notarás primero un cosquilleo y después poco a poco, sentirás una especie de impactos más intensos”. La sensación es extraña, porque de pronto se notan como una especie de espasmos más intensos en ciertas partes del cuerpo, pero es agradable y no duele. Cinco minutos después de correr en la bici con bastante intensidad, Boris me pasa a la esterilla, donde estaré casi 10 minutos haciendo series de abdominales y flexiones de formas diferentes, siempre con él a mi lado, explicando cada movimiento y supervisándolo. La sesión termina con tres minutos de relajación, con su respectivo programa en la máquina. “¡Ya estás lista!”.

No puedo creerme que hayan pasado tan sólo 15 minutos y yo me sienta tan cansada. La experiencia ha merecido la pena. Así lo corroboran las agujetas que me acompañan mientras escribo este reportaje.