donostia - La psicóloga Pepa Bojó trabaja con grupos de mujeres víctimas de violencia machista, en el marco de un programa impulsado por la Diputación de Gipuzkoa. Conoce bien el "cuadro de estrés" que deriva en problemas de salud crónicos para aquellas mujeres sometidas a relaciones vejatorias que perduran en el tiempo. "Todavía queda mucho trabajo por hacer, no existe una verdadera educación emocional", lamenta.

¿Qué opina sobre las casi 1.600 mujeres que requieren de protección de la Ertzaintza en Gipuzkoa por situaciones de acoso y malos tratos?

-Es gravísimo, algo muy preocupante. Las cifras nos demuestran que los avances que se están dando a ciertos niveles estructurales no vienen acompañados de un cambio de interiorización de otros modelos. Deberíamos aspirar a que no haya ni una sola persona viviendo bajo amenazas. Las agresiones a las mujeres deberían ser anecdóticas, y no lo son. Hablamos de situaciones de peligro, pero hay otras muchas relaciones en las que, aunque quizá no se llegue a ese extremo de riesgo, se dan situaciones de dominio y de control que no generan precisamente bienestar.

¿La sociedad sigue sin avanzar lo suficiente?

-Si comparamos la situación con la de otros lugares del mundo, o la que se vivía aquí hace años, puede parecer que vamos ganando en cotas de igualdad. Pero podemos caer en el riesgo de pensar que los cambios solo vienen de las estructuras, del acceso al trabajo, por ejemplo, sin caer en la cuenta de que el verdadero cambio viene de una educación emocional y del reparto de roles.

Durante mucho tiempo se ha llegado a culpabilizar a las propias mujeres de esas situaciones de malos tratos, dando lugar a una "doble victimización". ¿Es una etiqueta que poco a poco se va desprendiendo en la sociedad actual, o no tanto?

-Todavía hay gente que tiene esos prejuicios, que dice "algo le habrá dicho, le habrá incitado". Hay sentencias judiciales que victimizan de nuevo a la propia víctima. Es muy peligroso, porque entramos en el terreno personal a la hora de justificar lo que es un problema que hunde sus raíces en la sociedad.

¿Hay mujeres que siguen aguantando lo indecible por la dependencia económica de su maltratador?

-Todavía no tenemos datos en torno a ello, pero es algo que puede estar ocurriendo. De lo que no hay ninguna duda es del riesgo que supone vivir así. Por eso es tan importante que se conozcan todas las ayudas existentes para estas mujeres, y que se mantengan para que no tengan que soportar tanta humillación.

¿Ha recibido en su consulta a mujeres sometidas a relaciones vejatorias durante años?

-Muchas. Hay mujeres que han podido estar tres o cuatro años viviendo así, pero en la mayor parte de casos la relación es bastante más larga. Hay hijos de por medio. La mujer no tiene perspectivas económicas, es muy probable que haya dejado de trabajar, por lo que depende económicamente del marido. Cuantos más años transcurren, la indefensión, la confusión y la autoestima no hacen sino complicar la salida. Cuando una mujer llega a esos niveles de confusión y miedo, y además no dispone de medios económicos, es complicado que de un paso adelante. Suele darlo por alguna agravante, alguna agresión, pero por lo general son relaciones muy largas.

¿Cuándo hay que actuar? ¿Con un tortazo es suficiente para denunciar al agresor? ¿Dónde está el límite?

-Se tiene que dar una situación de maltrato psicológico o físico prolongado, continuado y reiterado, según la definición que se maneja de los malos tratos contra las mujeres. No estamos hablando de un tortazo casual. Qué duda cabe que en ese caso la mujer debería tomar medidas en la relación para que no vuelva a ocurrir y tome nota. Hablamos de maltrato cuando se da un proceso continuo, que lleva a la destrucción psicológica de la persona.

¿Qué cuadro presentan esas mujeres tan castigadas para cuando llegan a su consulta?

-Un síndrome de estrés postraumático. Se dan síntomas muy fuertes a nivel de ansiedad, problemas de sueño o alimentarios. Presentan un estado de alerta continuo, acompañado de síntomas depresivos y tristeza. Es un cuadro es muy habitual. Además, por rememoración, en el caso de las personas que ya están separadas, vuelven a presentar ese cuadro cuando se encuentran con su agresor.

Debe ser tremendo...

-Son mujeres que han aprendido que no hay salida. Tienen una dificultad enorme para tener ideas por sí mismas, capacidad de acción. Surgen también problemas a nivel sexual, miedo...

¿Esas lesiones unidas al estrés derivan en problemas de salud crónicos?

-Sí, porque estamos hablando de una situación prolongada. Se transforma en un cuadro crónico que repercute en problemas a nivel afectivo, muscular...

La agresión ocurrida en Lasarte-Oria, donde una mujer tuvo que fingir su muerte para escapar de su agresor, ha sido un caso muy llamativo en las últimas semanas. ¿Por qué hay hombres que no saben encajar una negativa cuando plantean mantener relaciones sexuales?

-La no tolerancia a la frustración, y la falta de control a la impulsividad puede explicar en buena medida lo ocurrido. Pero hay que ser prudentes porque ante casos así puede parecer que se trata de una determinada persona que no se controla, y no, es más que eso. Siempre que surge un caso de violencia hacia una mujer, detrás hay una serie de formas aprendidas de cómo ser hombre y de cómo actuar ante la mujer. Por eso hablamos de violencia de género. Una realidad que, además, interactúa con un determinado rasgo de la personalidad del agresor.

¿A qué se refiere?

-La concepción de la pareja como posesión es algo muy habitual, algo totalmente aprendido. El hombre ha tenido ancestralmente el sentimiento de posesión sobre el cuerpo de la mujer y el acceso a su sexualidad sin pedir permiso. Hay varones que creen tener ese derecho incluso cuando ya no mantienen la relación.

¿De dónde surge esa forma de 'amar'?

-Es algo que hemos aprendido. Se nos enseña cómo comportarnos cuando nos enamoramos, y lo hacemos a través de los modelos que hemos podido aprender en casa. Todavía oigo eso de que cuando una mujer dice no, no quiere decir no. Son comentarios que están en la sociedad. Todo lo que rodea al amor proviene de ese ideal romántico del siglo XIX, que se inspira en el amor cortés del siglo XII. Es decir, estamos hablando de un modelo muy antiguo que sigue vigente. Es un modelo romántico que se transmite a través de cuentos, novelas y canciones. No son mensajes evidentes. Son más bien mensajes que uno va percibiendo y que se nos plantean como ideales.

¿Por ejemplo?

Que el amor es eterno, que el amor lo transforma todo, que los celos son pruebas de amor. Ese modelo surge en una sociedad en la que hombres y mujeres no están colocados en el mismo plano. Así, la mujer ama desde la resignación y la entrega, mientras que el hombre acostumbra a hacerlo desde el poder y el control.

¿Y esa relación sigue estando tan presente?

Sí, porque son modelos que seguimos viendo, por ejemplo, en las películas. Las mujeres cuando se enamoran callan para no generar conflictos con sus maridos. Es un modelo que se sigue repitiendo. Si queremos crear otra idea del amor, todo nuestro entorno -desde las películas que vemos, a los medios de comunicación que consumimos- debería hablarnos de un mismo modelo. De lo contrario, seguirá prevaleciendo en la sociedad actual ese otro modelo tan asumido, el de amar desde la desigualdad.