El parking casi fue una trampa mortal
Varios usuarios del garaje de la plaza Zuloaga vivieron momentos dramáticos por la entrada masiva de agua
EL mar no entiende de protocolos de seguridad ni de barreras. La madrugada del pasado domingo el parking subterráneo de la plaza Zuloaga de Donostia se había preparado a conciencia para lo peor pero, pese a ello, la tremenda fuerza de las olas hizo que miles de litros entraran en el garaje a una velocidad inusitada y varios usuarios que durante la noche trataban de poner a salvo sus coches se vieran sorprendidos en lo que a punto estuvo de convertirse en una trampa mortal. Cuatro vecinos de la capital vivieron momentos dramáticos en los que vieron peligrar sus vidas.
Iñaki, vigilante del aparcamiento donostiarra, relataba ayer a este periódico lo sucedido esa noche hacia las cuatro y media de la mañana, cuando una ola de grandes dimensiones se introdujo en la plaza Zuloaga proveniente del Paseo Nuevo y se adentró violentamente por la rampa de acceso al garaje. "Yo estaba en la garita en el momento en que vino la ola gorda y dos chicas que iban vestidas de zíngaras porque venían de celebrar la fiesta de Caldereros estaban esperando a que el novio de una de ellas sacara el coche de la planta más baja", recordaba el trabajador del parking.
La luz se había ido, había filtraciones de agua que caía por el techo y las olas llevaban entrando en el garaje desde hacía media hora cuando la mayor ola se introdujo por la cuesta. Todo ello contribuyó a incrementar la sensación de pánico en esos momentos. Las dos mujeres, al ver que venía la ola se agarraron a la rejilla de la puerta metálica de entrada pero la brutal embestida del agua las arrastró hasta el fondo de la cuesta del garaje, golpeándolas contra la pared. La fortuna quiso que quedaran encajonadas en una esquina y se libraran de ser aplastadas por un turismo que anteriormente se había quedado atrapado en mitad de la cuesta y que la ola lanzó también contra el muro del fondo. Poco a poco, agarradas a la pared y aprovechando uno de los intervalos de menos olas, pudieron remontar la pendiente y salir sin lesiones. Los dos ocupantes del vehículo, dos hombres, también resultaron ilesos en el incidente.
El vigilante del estacionamiento subterráneo también pasó apuros con el embate de la mayor ola. "Todo sucedió muy rápido. Les estaba diciendo a las chicas que se metieran para dentro y, al conductor del coche, que retrocediera, cuando vino la gran riada y rompió la vidriera de la garita", explicaba señalando al habitáculo en el que suelen permanecer los empleados del aparcamiento. El agua entró empujando con violencia a Iñaki, que sufrió golpes en la espalda y un hombro. Por suerte, los cristales rotos no impactaron contra su cuerpo.
Cuando el agua reventó la cristalera de la garita se echó para atrás y salió por la puerta. El empleado del garaje sintió "mucho miedo" aunque en ningún momento temió por su vida. Sin embargo, en el instante de la gran ola vio con preocupación la grave situación en la que se encontraban las dos mujeres y los ocupantes del coche. "Era impresionante la entrada del agua, la velocidad y la fuerza que llevaba; era como los rápidos de un río", detallaba Iñaki, que lleva casi dos años trabajando bajo la plaza Zuloaga, en un parking con 312 usuarios.
Premonición
"Ahí he estado yo"
Antes de la embestida de la gran ola Iñaki había intuido que algo iba a pasar. La víspera le había dicho a su hijo que "mañana cuando venga te diré que ahí he estado yo". Y no se equivocó. Pese a que los responsables del aparcamiento habían puesto en marcha el procedimiento de seguridad ante riesgos similares -los propietarios de las plazas habían sido avisados y ya estaba desalojada una de las dos plantas, la inferior- el mar entró con un impulso imparable. Se habían dispuesto en las proximidades de la puerta de acceso cerca de dos centenares de sacos terreros de unos veinte kilos cada uno a modo de barrera y unas grandes rejillas metálicas para sujetarlos. Sin embargo, todo fue insuficiente para detener la acometida del agua y muchos de los sacos terminaron en la última planta del garaje subterráneo.
Hasta las siete de la mañana estuvo entrando agua continuamente, lo que provocó que la última planta del garaje quedara prácticamente anegada. El agua superó los 1,70 metros y todavía ayer era visible en las paredes la marca de la altura que alcanzó, pues la parte inundada del muro se quedó impregnada de restos vegetales. Desde la misma madrugada del domingo hasta la mañana del martes miembros del cuerpo de Bomberos de la ciudad estuvieron extrayendo con tres motobombas miles de litros de agua del interior del parking.
Una vez pasado el susto, Iñaki miraba ayer hacia el pretil del Paseo Nuevo, por donde seguían saltando olas. El vigilante del garaje era consciente de que en los próximos días volverán. "Aquí estaremos preparados, aunque el mar ya ha demostrado que, por muchas barreras que le pongas, siempre se sale con la suya", advertía.