Además de ser el epicentro del brote viral que ha puesto en jaque a todo el mundo, Wuhan es un fiel reflejo del desarrollo incontrolado de las megalópolis durante los últimos años y de su peligro para la salud. Ubicada en el centro de China, la capital de Hubei cobija a cerca de 11 millones de habitantes y es sede de una industria del acero en declive. A pesar de ello, Wuhan siempre ha sido uno de los centros del comercio en China, gracias a su ubicación junto al río Yangtsé, y un destino popular para la inversión extranjera. Como la mayoría de ciudades industriales de la potencia asiática, la contaminación siempre ha estado presente.
A pesar de que todavía se desconozca a ciencia cierta el origen del coronavirus, la ciudad de Wuhan reúne todos los ingredientes para ser el vivero de un virus que se ha expandido rápidamente por todo el mundo. Y no es la única. Desde 2007, más de la mitad de la población humana habita en ciudades, algo inaudito en la historia de la humanidad, y las previsiones auguran que para el 2050 la población urbana sea de cerca del 70%. Esto coloca al mundo ante un reto mayúsculo, especialmente en términos de salud y de planificación urbana.
Históricamente, las enfermedades infecciosas han prosperado en ciudades superpobladas o en aquellas en las que no disponen de acceso adecuado al agua potable o instalaciones de saneamiento. A pesar de que Wuhan sea considerada una ciudad "moderna", el coronavirus ha azotado especialmente a los habitantes de los asentamientos informales que cubren gran parte de las grandes ciudades en países subdesarrollados de África, Asia y América Latina. Lugares donde el mantenimiento de la distancia social o la higiene se hacen prácticamente imposibles.
Por ello, los expertos coinciden en que la fase post COVID-19 ofrece una oportunidad única para replantear el diseño de las ciudades y hacerlas más resilientes a futuras pandemias o rebrotes. La ONU avisa de que todavía no se ha construido el 75% de la infraestructura que estará en funcionamiento en 2050, por lo que los próximos años se antojan claves. "Las inversiones en la planificación urbana y territorial basadas en la salud aseguran legados de salud y bienestar a largo plazo para una proporción creciente de seres humanos", asegura la Nathalie Roebbel, jefa de la Unidad de Calidad del Aire y Salud de la OMS.
Movilidad sostenible
Hasta la fecha, el parámetro de la salud siempre ha estado en un segundo plano en la planificación urbana. Durante los últimos años, los vehículos privados y el comercio han estado en el centro a la hora de diseñar el espacio público de las ciudades, dejando a los peatones y ciclistas en aceras y carriles estrechos. El coronavirus, sin embargo, ha obligado a modificar el espacio público en pos de poder mantener un espacio de seguridad para evitar la expansión del virus.
En los primeros días de la desescalada, ciudades de todo el mundo decidieron sacar el coche de las calles y hacer un reparto más justo del suelo público. En Gipuzkoa, Donostia cortó puntualmente el tráfico en los paseos Eduardo Chillida, el Paseo Nuevo o el de La Concha en los horarios de ejercicio y Hondarribia hizo lo mismo en las zonas de la playa, el barrio de Kosta o en la Benta con el objetivo de asegurar el mantenimiento de la distancia de seguridad. En Arrasate, el Ayuntamiento ha decidido ampliar algunas zonas peatonales hasta el fin del estado de alarma para evitar la congestión de personas.
Estas medidas, impensables hasta hace unos meses, han dado pie a reabrir el debate de los hábitos de movilidad. Estudios recientes aseguran que existe una correlación entre contaminación y mayor incidencia de la COVID-19. Grandes ciudades como Barcelona o París han anunciado la creación de nuevos kilómetros de carril bici y de más espacios peatonales para reducir la contaminación y la masificación en el transporte público. En Gipuzkoa, asociaciones como Balazta o Kalapie han sido las primeras en hacer un llamamiento para que se replanteen los hábitos de movilidad y que se otorgue mayor protagonismo a la bici y al peatón.