La relación entre nuestros hábitos diarios y la esperanza de vida son evidentes y no generan debate en el ámbito sanitario.
En un contexto de población cada vez más envejecida y de interés por la prevención, las recomendaciones de especialistas en longevidad adquieren un peso especial.
Entre ellos, el doctor Manuel de la Peña, presidente del Instituto Europeo de Salud y director de la Cátedra del Corazón y Longevidad, defendió recientemente en 'Y ahora Somsoles' un enfoque sencillo, accesible y respaldado por la evidencia científica para vivir más y mejor.
Según explicó, existen tres hábitos cotidianos pueden marcar la diferencia en la expectativa de vida
La dieta, el primer pilar
Los estudios en nutrición muestran que las poblaciones más longevas del mundo comparten un patrón alimentario común: consumo elevado de frutas, verduras, cereales integrales, legumbres, pescado y grasas saludables, con un uso moderado de proteínas animales y casi sin productos ultraprocesados.
Este modelo, similar a la dieta mediterránea, contribuye a reducir el riesgo de enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2 y algunos tipos de cáncer.
No se trata de dietas estrictas ni restrictivas, sino de recuperar una forma de comer basada en productos frescos y locales. Este tipo de alimentación favorece un envejecimiento más lento y protege órganos clave como el corazón y el cerebro.
Ejercicio diario, clave para retrasar el envejecimiento
El segundo elemento es el movimiento diario. La Organización Mundial de la Salud recomienda al menos 150 minutos de actividad física moderada a la semana, aunque también se debe apostar por integrar el ejercicio como un hábito cotidiano y natural.
Caminar, nadar, montar en bicicleta o practicar ejercicios de fuerza contribuye a mantener un peso saludable, mejorar la circulación y preservar la masa muscular, un factor decisivo a medida que avanza la edad.
La actividad física regular también se asocia a una reducción del riesgo de demencia y a una mejor salud emocional, aspectos cada vez más valorados en el envejecimiento saludable.
Música: un impacto directo
La propuesta de De la Peña incorporó un tercer hábito menos habitual en las guías médicas, pero con beneficios demostrados: la música.
Cantar o bailar activa áreas del cerebro relacionadas con la memoria, la coordinación y la emoción. Además, favorece la socialización y reduce los niveles de estrés, un factor que influye de forma directa en el envejecimiento celular.
Numerosos trabajos han señalado que las actividades musicales ayudan a liberar endorfinas y a mejorar parámetros cardiovasculares. Esto explica que en muchas comunidades longevas el baile sea una práctica presente a diario.
Un mensaje centrado en la prevención
El presidente del Instituto Europeo de Salud fue claro: adoptar hábitos saludables no requiere cambios radicales ni inversiones económicas. Se basa en acciones sencillas, repetidas a lo largo del tiempo, que pueden añadir años de vida.
"Esos tres ingredientes tan sencillos son la clave para vivir más. Se puede llegar a los 120 porque la persona más longeva de la historia de la humanidad ha vivido hasta los 122", sostuvo.