El consumo de alcohol está muy normalizado en nuestra sociedad, ya sea para celebrar algo, para animarnos en los malos momentos, para disfrutar de un concierto, después del trabajo con los compañeros o como "recompensa" al terminar de hacer deporte.
Aunque sea un consumo moderado, que parece un gestos inofensivo, en los últimos años la comunidad científica ha puesto el foco en un mensaje claro: no existe un nivel de consumo de alcohol completamente seguro para la salud, ni siquiera en dosis bajas.
Riesgos cardiovasculares y metabólicos
Durante muchos años se ha pensado que el consumo moderado podía tener un efecto protector sobre el corazón. Pero numerosas revisiones científicas ya han desmontado ese mito.
Los estudios más recientes indican que incluso pequeñas cantidades pueden aumentar la presión arterial y alterar el metabolismo de la glucosa. En personas con antecedentes de hipertensión, colesterol alto o enfermedades cardiovasculares, el alcohol regular actúa como un factor añadido de riesgo.
Por otro lado, el alcohol afecta a la calidad del sueño, dificulta la recuperación muscular y favorece la acumulación de grasa abdominal. Aunque la cerveza tenga fama de suave o ligera, su aporte calórico y la presencia de etanol son suficientes para influir en el peso corporal y en la salud metabólica a largo plazo.
Impacto en el cerebro
El cerebro es uno de los órganos más sensibles al alcohol, y es importante saber que consumir cerveza todas las semanas puede provocar cambios en la estructura y el funcionamiento neuronal.
La investigación señala que el consumo habitual, incluso moderado, se asocia a una reducción del volumen cerebral, peor desempeño en tareas cognitivas y mayor susceptibilidad a alteraciones del estado de ánimo.
Además, la exposición repetida al alcohol puede facilitar la aparición de tolerancia: la persona necesita cada vez más cantidad para obtener el mismo efecto. Esto no implica necesariamente dependencia, pero sí aumenta el riesgo de que se desarrolle con el tiempo.
Cáncer incluso con bajas dosis
La evidencia científica hace un especial hincapié al relacionar el alcohol con distintos tipos de cáncer.
La Organización Mundial de la Salud y la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer incluyen el alcohol en la lista de sustancias cancerígenas.
Su consumo está ligado a tumores de mama, hígado, colon, esófago y cavidad oral. Y lo relevante es que el riesgo comienza desde el primer vaso, aunque aumente de forma proporcional con la cantidad.
Salud emocional
El alcohol también influye en la salud mental, ya que consumirlo de forma habitual puede empeorar casos de ansiedad y depresión, reducir la capacidad de regulación emocional y sentir la necesidad de consumirlo como "mecanismo de escape".
Incluso en personas sanas, tomar alcohol semanalmente puede afectar a la motivación, la productividad y la estabilidad del estado de ánimo.
Moderación no significa ausencia de riesgo
Beber cerveza o cualquier otra bebida alcohólica todas las semanas no es inocuo.
Aunque la cantidad sea pequeña, el consumo regular tiene un impacto acumulativo sobre el corazón, el cerebro, el metabolismo y el riesgo de enfermedades como el cáncer.
La recomendación más extendida entre sanitarios es clara: cuanto menos alcohol, mejor. Para quienes decidan mantener su consumo, la clave pasa por reducir la frecuencia, limitar la cantidad y priorizar alternativas sin alcohol que permitan disfrutar sin poner en riesgo la salud.