Desde la sociedad científica, con su trabajo pretenden concienciar a la población y a las administraciones públicas sobre la existencia de mitos peligrosos en torno a los ahogamientos que pueden agravar ciertas situaciones, y la urgencia de implementar medidas de prevención eficaces.
Contrario a la imagen que se tiene, el ahogamiento no es un suceso ruidoso ni visible. “Seguimos esperando que alguien grite socorro cuando se ahoga. Pero es un proceso rápido, silencioso y difícil de detectar, que en la mayoría de los casos transcurre en menos de dos minutos. Lo mismo que tardas en contestar una llamada, cepillarte los dientes o ver un par de post en redes sociales”, explica con preocupación Roberto Barcala, coordinador del Grupo de Trabajo SEMES-Socorrismo. “Si ignoramos esto, contribuimos a retrasos críticos en el rescate y la activación de los servicios de emergencia”, añade.
Impacto real
En el Estado, el ahogamiento representa una amenaza de salud pública que se traduce anualmente en entre 400 y 600 fallecimientos. Por cada víctima mortal, se estima que entre 3 y 5 personas más requieren atención sanitaria urgente por incidentes relacionados con el medio acuático, lo que eleva el impacto asistencial a entre 1.200 y 3.000 personas cada año.
Además, las 3.551 playas, 75.000 km de cauces fluviales y 1,2 millones de piscinas registradas en el país, aumentan la exposición al riesgo, latente e invisibilizado durante casi todo el año. No obstante, este explota con la llegada del verano, durante el cual se concentran casi el 75% de los ahogamientos.
Respuesta global
En 2021, Naciones Unidas declaró el 25 de julio como Día Mundial de la Prevención del Ahogamiento, con el respaldo de la Organización Mundial de la Salud (OMS), bajo el lema Cualquiera puede ahogarse, a nadie debería sucederle. Esta resolución reconoce al ahogamiento como una epidemia silenciosa con un importante coste humano, social y sanitario.
Factores de riesgo
Entre los principales factores de riesgo, desde SEMES- Socorrismotiene varios identificados y muchos evitables: falta de supervisión directa en menores, uso de móviles mientras se vigila a los niños, baños cuando hay bandera roja o no hay socorristas, consumo de alcohol, saltos desde alturas, y alquiler de embarcaciones sin formación adecuada.
Además, alertan de la “falsa sensación de seguridad proporcionada por flotadores, manguitos o la creencia errónea de que todo el mundo sabe nadar”.
Recomendaciones
1. Vigilancia directa de los menores de 6 años.
2. Barreras físicas en piscinas para limitar el acceso no supervisado.
3. Aprendizaje de habilidades básicas de natación desde una edad temprana.
4. Formación y entrenamiento en seguridad acuática desde la etapa escolar.
5. Protocolo de rescate seguro por parte de personas sin experiencia.
6. Regulación del uso de embarcaciones recreativas.
7. Planes de gestión de riesgo en inundaciones.
8. Enseñanza universal de maniobras de reanimación cardiopulmonar (RCP).