Quizá el día en que la borrasca Nelson da sus últimos coletazos de esta pasada Semana Santa no sea el más idóneo para recorrer y conocer las localidades, más allá de Baiona y Anglet, que durante siglos han vivido íntimamente ligadas al río Adour, principal vía de comunicación comercial de esta región.

El río Adour, el Gran Adour, se forma en las proximidades de Peyrehitte por la unión de otros tres Adour, el de Payolle, el de Gripp y el de Lesponne. Tras recorrer la parte sur de Las Landas interiores, entra en Baja Navarra al encontrarse con el Gave Reunis. Desde ese punto se convierte en la muga entre los departamentos de Las Landas y Pirineos Atlánticos, ambos de la región de Nueva Aquitania, hasta su desembocadura en el mar Cantábrico.

Desde el Bidouze

Aunque la bajonavarra villa de Sames no está estrictamente en la orilla del Adour, Aturri en euskera, sí es el ejemplo perfecto de la relación de los pueblos de su entorno con este río.

Sames, Samartze en euskera y Samas en gascón, cuenta con un puerto fluvial que durante años fue uno de los núcleos más importantes del transporte fluvial de mercancías y pasajeros hacia el mar.

El lago de Sames es un centro de ocio acuático y centro de vacaciones. J.M. Ochoa de Olza

Desde su barrio más antiguo, el de Saint-Jean, se accede al río Bidouze, uno de los principales afluentes del Adour. Desde allí partían las gabarras hacia el puerto de Baiona con parada en otros embarcaderos intermedios. Numerosas edificaciones nobles, como el castillo de Poulit, la casa Dufrene o la finca de Laborde de Garat, al igual que la iglesia de la Asunción, dan fe del esplendor de la localidad desde el siglo XVII.

En la actualidad, la ganadería y la agricultura se han convertido en un motor económico importante, al que se ha unido el atractivo de lago de Sames, un importante centro de ocio acuático y vacacional.

El siguiente amarradero, puerto le llaman, es Guiche, Gixune en euskera y Guishe en gascón, desde cuyo castillo en lo alto de una colina los duques de Gramont vigilaban el cauce del río y la llegada de posibles enemigos. Sus gruesos muros y la un profundo foso no evitaron que fuera atacado y destruido varias veces. Desde hace unos años se llevan a cabo labores de reconstrucción y puesta en valor.

Rehabilitado también se ve el puerto, que cuenta con una reproducción de una galupe, una chalupa fluvial característica de esta región. En la temporada de verano se organizan excursiones en ella para conocer el río desde dentro. Los que prefieran andar y caminar, pueden recorrer el Circuito de Descubrimiento del Adour Marítimo, que une Lahonce con Guiche por la orilla izquierda del Adour aprovechando parte del camino de sirga.

La visita a Guiche muestra un pueblo medieval muy bien cuidado alrededor del castillo, entre cuyos edificios destaca el ayuntamiento, que se conoce como el Palomar y antes fue una escuela. La iglesia de San Juan Bautista, un tanto alejada del casco histórico, cuenta con una muestra de estelas discoidales muy interesante. Además la casa de la benoîterie, de la serora que custodia el templo y el cementerio, es una de las mejor cuidadas de la comarca.

Hacia Baiona

Ya en el Adour y siguiendo su corriente, Urt, se alza como el centro espiritual del río, a la iglesia de la Asunción en el centro del pueblo, y al capilla de la Inmaculada Concepción en la isla de Berens, dos comunidades benedictinas se asientan aquí. El monasterio de Santa Escolástica y la abadía de Nuestra Señora de Belloc ofrecen lugares donde retirarse a unos días para la reflexión y el encuentro.

La capilla de la Inmaculada Concepción junto a la casona en el puerto ‘bonito’ de la isla de Berens. J.M. Ochoa de Olza

En el río, el puerto de Vern ofrece un largo muelle de embarque a lo largo de la orilla del Arán, otro afluente del Adour, pero de fluvial ha pasado a ferroviario, evitando así que la corriente y las mareas influyan en la llegada y partida de pasajeros y mercancías a su destino. El puente de Saint-Laurent-de-Gosse cruza el Adour acortando el camino hacia Las Landas y el acceso a la isla de Berens.

Tras pasar por Urcuit, Urketa en euskera y Urcueit en gascón, que cuenta con un precioso parque natural en cuyo centro se alza el Castillo de Souhye, del siglo XVII, se llega a la localidad de Lahonce, Lehuntze en euskera y Lahonça en gascón. En este extendido municipio, como todos los de la zona, además de su iglesia de Notre Damme, del siglo XII y remozada en el XVII, son numerosos las grandes casonas y palacios que se pueden ver perfectamente integrados en el paisaje. Un ejemplo de ello son las casas señoriales de la Naguille y de Lhoste, de los siglos XVIII y XIX, o la de Harritchouriéta, del XVII.

Pero en pleno centro histórico de Lahonce, junto al Ayuntamiento y el frontón libre se encuentra la abadía de Prémontrés, que ahora es solo parroquia con el nombre de la Asunción, en la que una moderna restauración hace destacar más su origen medieval. Además expone en el jardín una interesante colección de estelas discoidales antiguas.

Saliendo de Lahonce merece la pena separarse un poco del Adour, tomar distancia y subir hasta Mouguerre, Mugerre en euskera y Moguerre en gascón, para ver su castillo o alguna de sus iglesias, la de San Juan Bautista o la San José del Puerto. Pero esto son solo extras. Lo realmente espectacular es subir hasta la Cruz y el Obelisco y desde ese alto disfrutar de la panorámica sobre el Adour y su cuenca. Si el día es claro, el mar aparece detrás de las torres de la catedral de Baiona y por la izquierda Urt y Guiche se identifican en la lejanía. Si el día ha tocado nublado y lluvioso es fácil imaginar las inundaciones que dieron forma al actual recorrido del río.

La iglesia de San Juan Bautista de Mouguerre. J.M. Ochoa de Olza

De vuelta a la orilla del Adour, Baiona y sus conjuraciones se apelotonan en la orillas. Saint-Pierre-d’Irube, Hiriburu en euskera, en la orilla izquierda precede a Baiona y Anglet, mientras que Boucau, Bokale en euskera, en la margen derecha, es la última localidad del departamento de Pirineos Atlánticos antes de entrar al de las Landas por Tarnos y alcanzar el mar.

A pesar de que ambas orillas son profundamente industriales, con importante legado de astilleros y comercio metalúrgico, Anglet, Angelu en euskera, ha mantenido la desembocadura bastante libre respetando las playas de arena que hacia el sur llevan hasta Biarritz. Boucau muestra desde el río un pasado industrial, pero detrás de esta fachada ribereña se puede conocer una ciudad convertida en un importante destino turístico.

Una desembocadura viajera

Por lo general tenemos la idea de que la desembocadura de un río con el mar es un punto fijo en el mapa, más o menos ancho si es una marisma o un delta. Pero en el caso del río Adur no es así. A lo largo de la historia se le han conocido al menos tres puntos distintos. En la actualidad, Anglet, en la orilla de Iparralde, y Tarnos, en la orilla landesa, marcan el lugar. Pero no siempre ha sido así.

Se cree que en la época de la ocupación romana el Adour contaba con una desembocadura principal a la altura de Capbreton, parte de un delta que llegaba hasta el actual Vieux Bocau.

Pero en el primer tercio del siglo XIV, una descomunal riada provocada por deshielos e intensas lluvias, unida a un violento temporal, hicieron que frente a Capbreton se acumulara una inmensa barra de arena que taponó la desembocadura del Adour y lo desvió hacia el norte, desde Baiona hasta Plecq, donde salió al mar y en un nuevo boucau, que en gascón significa boca, se fundó Port d’Albret, algo que perjudicó a Baiona.

Casi dos siglos y medio después, los baioneses convencieron al rey Carlos IX para tener una salida directa al mar con la construcción de un canal que llevara el Adour a una nueva desembocadura. La obra comenzó en 1571 y se alargó hasta 1578. Una nueva Boucau, la actual, nació en la margen derecha y Port d’Albret pasó a ser Vieux Boucau.