Me hizo gracia leer la reacción del valencianismo tras el set en blanco que le endosó un Barcelona cuyo material ofensivo asusta. La parroquia ché se queja de que ante los azulgrana su equipo nunca es rival y que, por el contrario, cuando se enfrentan al Madrid siempre plantan cara. Como pueden comprobar, en todos lados cuecen habas y se repiten los mismos cánones de lamentos. “Que si contra un grande sí y con el otro no, que son el conjunto aspirina, que tienen el récord del mundo de lesiones porque el cuerpo médico no vale para nada…”.
Suena a topicazo, pero el fútbol es así. Nunca sabes por qué un mismo jugador funciona de maravilla en un sitio y no da un pase de tres metros en otro. O un equipo es incapaz de competir en un estadio que parece accesible y, en cambio, se le da muy bien otro en el que en teoría debería estar condenado al fracaso.
No se puede decir que a la Real se le haya dado especialmente bien Sevilla. Tampoco olvidamos que perdimos una Liga allí, probablemente en la que ha sido más superior a sus adversarios, al caer cuando el equipo realista jugaba con dos futbolistas más. Para nosotros, el famoso color especial lo tiene La Cartuja. El estadio de la Copa para siempre, donde volvimos a tocar el cielo tras derrotar al eterno rival en una final inmortal. Por los tiempos de los tiempos. Y eso que el estadio pierde mucha magia y mística cuando lo conoces, ya que por fuera da la sensación de ser un edificio de oficinas más que un recinto deportivo y porque en su momento contaba con una pista de atletismo que le hacía parecer todo menos un campo de fútbol. Tengo amigos del Celta y del Zaragoza que no salían de su asombro allá por 2001 debido al estado de un escenario inapropiado para eventos de máxima categoría como una final.
Eso sí, esta vez no estaré, pero, aunque se encontraba vacío por la maldita pandemia que nos privó de, probablemente, el segundo estallido de euforia más potente de nuestra historia, solo comparable al Gol de Zamora en Gijón, no me olvido ningún detalle de la experiencia. Todavía me acuerdo de la primera vez que visité El Molinón y, privilegiado como periodista, estaba en el terreno de juego y me acerqué obnubilado e hipnotizado a la portería en la que Castro no pudo impedir el edén txuri-urdin eterno.
Reconozco que tampoco estuve en el encuentro de 2007, en el que, también en un mes de abril, una falta lejana de Javi Garrido le dio la primera victoria a domicilio de la temporada a un equipo que no logró evitar definitivamente la caída a los infiernos 40 años después.
La Cartuja
La Cartuja es tierra santa y, más allá de que la Real haya vencido 0-1 las dos veces que ha comparecido allí y que una de ellas fuese para tocar el cielo tras 34 años, también aparece como un símbolo de lo que no queremos nunca jamás ser y de lo que nos convierte en poderosos para aspirar a codearnos con los mejores y soñar con tocar metal. Les voy a repetir el once de aquel triunfo con Lotina porque no tiene desperdicio: Bravo; Gerardo, Ansotegi, Víctor López, Javi Garrido; Xabi Prieto, Garitano, Juanito, Savio; Díaz de Cerio y Kovacevic. También jugaron Mikel Alonso, Herrera (no Yangel, Martín, que no es lo mismo) y Diego Rivas. Duro, muy duro de digerir. Y así se fueron a Segunda, que bastante hicieron con llegar vivos hasta la última jornada y obligar a varios de sus contrincantes directos a manipular partidos (todos sabemos lo que hicieron).
La historia es de sobra conocida. Nos fuimos a la B, purgamos nuestros pecados durante tres años, y resurgimos de nuestras cenizas cuál Ave Fénix gracias a una gestión ejemplar de nuestro presidente de la mano de los poderes fácticos guipuzcoanos. Pero lo más importante, regresamos a nuestros orígenes, miramos de verdad hacia adentro antes de buscar fuera y con una base sólida basada en la cantera, reforzada por buenos fichajes foráneos, volvimos al sitio de nuestro recreo. Nada que ver con los que rodearon al pobre Xabi Prieto.
Se diga lo que se diga, esta lección es mucho más importante incluso que el recurrente “no se desunan, juntos pueden hacer muchas cosas” de don Martín Lasarte (contigo empezó todo), que si lo analizamos con el tiempo no deja de ser una entrañable obviedad. Y La Cartuja fue testigo de lo bien que aprendimos la lección, con una alineación catorce años después y en toda una final, esta sí recitable de memoria, compuesta por Remiro; Gorosabel, Zubeldia, Le Normand, Monreal; Zubimendi, Merino, David Silva; Portu, Isak y Oyarzabal. Casi nada al aparato. También jugaron Aritz Elustondo, Guevara, Barrenetxea y Carlos Fernández.
Soñar en grande
Así sí que se podía soñar en grande. No son pocos los que, como sucedió en su día con Ormaetxea, comienzan a alimentar la cruel teoría de que se ganó a pesar de Imanol y que con ese elenco de jugadores top que esta semana están compitiendo repartidos en la Champions se podía haber optado hasta a otra Liga. Aparte de ser un pensamiento pesimista y amargo, es injusto. Porque como le respondió, a mi modo de ver con concreción y acierto Aperribay a Kubo cuando declaró en verano que antes jugaba con otro nivel de futbolistas, “cuando Merino vino no era un jugador contrastado, cuando vino Kubo, tampoco, y cuando se fue Odegaard, todos pensábamos que iba a ser un desastre y al día siguiente vino Silva... O cuando Zubimendi debutó en abril y hasta el año siguiente no jugó de forma habitual y lo hizo porque se lesionaron Guevara e Illarra, no puedes ponerte nervioso porque los que puedan ocupar el puesto de mediocentro sean Gorrotxategi o Turrientes”.
En este deporte resulta complicado comparar individualidades, sobre todo cuando no juegan en el mismo puesto, épocas y momentos de las carreras de los distintos futbolistas. Estoy de acuerdo que con los mejores exrealistas que compiten ahora a nivel mundial todo hubiera sido posible, pero al final no se puede olvidar que son lo que son gracias a la Real y a que apostó por ellos cuando todavía no eran estrellas.
Zubimendi
No me gusta hablar mucho de los que ya no están, aunque me haga mucha gracia que el madridismo parezca que haya descubierto ahora a Zubimendi y lamenten que Florentino se lanzara a por su fichaje cuando ya había firmado por el Arsenal bastantes meses atrás. Pero me voy a quedar con unas palabras que pronunció Montella tras el Turquía-España en el que Merino le clavó un hat-trick: “Me parece un jugador único, con una combinación de fuerza, visión y definición que lo hace imparable. Si no fuera por él, el partido hubiera sido mucho más igualado”. Y muchos se echaban las manos a la cabeza cuando Imanol, al que hay que reconocerle que construyó el proyecto a su alrededor, repetía que le parecía el “mejor jugador de la Liga”.
Solo hace una temporada entera y el comienzo de la presente que se ha ido y ya parece toda una eternidad. El navarro era un jugador sin igual, un futbolista que hacía mejor a todos sus compañeros y que podía desenvolverse sin bajar el nivel en casi todas las posiciones del equipo. Que pregunten en la afición bética el recital que ofreció en aquella final por Europa que disputaron en el Villamarín y a Turrientes los motivos por los que sustituyó de forma magnífica al lesionado Zubimendi. La Real no puede acudir al mercado a buscar un sustituto que se acerque a su nivel, pero está claro que en los dos anteriores ventanas no ha sido capaz de encontrar un recambio. Todos los que van pasando por el jardín del 8 están saliendo escaldados. Porque Brais y Sucic son mediapuntas y, aunque se defendieran aludiendo a que juntos podían asumir esa función, están lejos de ser lo mismo. Imanol recurrió a Pablo Marín, uno de los grandes héroes de la gesta sin final feliz del año pasado en el Bernabéu, pero, aunque no se le pueda reprochar nada en trabajo, sacrificio y solidaridad con sus compañeros, le faltan centímetros para dominar el juego aéreo y algo de fútbol, a pesar de haber sido un jugón toda su formación. No le ayuda que ahora, con Sergio, siga jugando tanto sin estar a su mejor nivel.
Ahora llegan Soler y Herrera. Dos futbolistas que actúan en ese puesto, pero que son polivalentes y compatibles, lo que nos invita a imaginar que los va a utilizar juntos. El venezolano es una petición expresa del entrenador, porque considera, con buen ojo, que necesitan una pieza que asuma las funciones de Merino, pero mal haremos en compararle y en creer, no ya que va a estar a su altura, sino que puede rendir de la misma manera.
Yo sigo viendo a la Real como un enfermo sentado en un diván que piensa, como le sucedía a Ricky Rubio, que era “el peor” y podía “perder contra cualquiera”. Y el cambio llegará cuando le dé la vuelta, gane, y empiece a pensar como lo hacía Pau Gasol, que solía responderle: “A mí me pasa justo lo contrario, salgo a a la pista y pienso que soy el mejor”. Así es cómo podrá derrotar a cualquiera nuestra Real. Cuando se cure de tanto negativismo. ¡A por ellos!