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[A por ellos] "Oda a la Real Sociedad", por Mikel Recalde

[A por ellos] "Oda a la Real Sociedad", por Mikel RecaldeN.G.

La verdad es que no sé ni por donde empezar. Es curioso, porque no paro de escribir sobre el tema y reconozco que me cuesta muchísimo hacerlo. Cuando todavía no han pasado ni las 72 horas de descanso (es viernes por mañana y no quiero que suene a ningún reproche), sigo triste. Continúo anclado en una de las fases del duelo. Todavía me escuece mucho. Entiendo a todas esas personas que ya han logrado pasar página para entrar en la fase del orgullo, del agradecimiento y de disfrutar por lo realmente bonito que fue mientras duró. Pero por ahora, al menos yo, no he sido capaz de hacerlo.

No pretendo emular a Rafael Alberti, destacado miembro de la Generación del 27, cuando le dedicó unos versos al portero húngaro Platko, en la final de Copa que duró tres partidos entre el Barcelona y la Real (justo la que estuvo a pocos minutos de repetirse en esta edición), pero sí me gustaría escribir mi oda particular a mi querida Real Sociedad.

Con las botas puestas y la cabeza alta

Es evidente que todos hubiésemos firmado que si había que caer fuese de esa manera. En pie, con las botas puestas y la cabeza alta. Con el coraje por bandera de los héroes que dan la vida por unos colores. Lo comentaba el otro día, el cementerio está lleno de valientes como la Real deImanol, que fue más fiel que nunca a su idea de juego, al plan que habían elaborado para sorprender a un coloso mundial y, sobre todo, a la casi irracional convicción en sus posibilidades cuando nadie daba un duro por ellos. En el vestuario estaban seguros de que podían dar la mayor campanada de la temporada. Y a los hechos me remito para corroborar que se encontraban en lo cierto. Que había que tener fe y creer en ellos. Que la Real siempre vuelve para codearse con los más poderosos en circunstancias de máxima exigencia.

Sigo triste

Insisto, sigo triste. Me cuesta aceptar el papel de ganador moral porque en el fondo, y aunque lo disfracemos como queramos, no es más que otra manifestación de la figura del perdedor. Y aunque seamos modestos, nuestro equipo está muy lejos de arrastrar esa L de loser tan yankee.

Ser de la Real es algo maravilloso, pero al firmar el contrato en la cuna, alguien nos debería leer la letra pequeña: “Vas a sufrir como un perro”. Lo he contado en muchísimas ocasiones, pero la mejor demostración de ello es que yo pocas veces lo he pasado tan mal como el año del subcampeonato de Denoueix. Sobre todo en la segunda vuelta, cuando la presión de tener que ganar para seguir optando al título era por momentos insoportable. Por eso me acordé de ello cuando marcó el 0-1 Barrenetxea y comenté con mis amigos Mikel Encinas y José Luis Lorenzo: “Con lo tranquilos que estábamos, ahora sí que vamos a empezar a sufrir”. Y así fue. Seamos sinceros, para los que sentimos tanto un escudo y somos de un club como la Real, el partido fue un auténtico suplicio. Una tortura. Con un oasis de éxtasis con el 1-3 que nos daba el pase a la final a falta de solo once minutos para la conclusión (en el Bernabéu, son verdaderamente molto longos), pero también con dos mazazos en forma de sopapos sin apenas tiempo para digerirlos y asimilarlos. Ahí estuvo el pasaporte a La Cartuja. En los 33 malditos segundos que pasan desde que Mbappé pone el balón en juego tras el primer gol del 10 y el remate de Bellingham dentro del área. Aunque el 3-4 llegó en el descuento, con todo lo que ello conllevaba, no fue uno de esos tantos que se resume con el mejor piropo que jamás escuché: “Sei bella come un gol al 90”. Porque, aunque la alegría fue enorme, en el aire ya flotaba la sensación de que nuestro momento había pasado y lo habíamos dejado escapar. Era un engordar para morir. No había más que recordar la demoledora estadística del Madrid, que había sacado adelante once prórrogas de sus últimas doce disputadas y constatar la abismal diferencia de los jugadores que saltaban al campo de refresco en ambos equipos. Si remontar en el Bernabéu se presentaba como una misión casi inalcanzable, aguantar en la prórroga era un milagro casi imposible. Y nuestros gladiadores se quedaron a solo cinco minutos de una tanda de penaltis que, les aseguro que es mejor pensar así, tampoco hubiésemos ganado.

El 3-4 de 2020

En la mesa de mi escritorio de la redacción aún guardo la hoja de alineaciones del 3-4 del 2020 en la que escribo lo más destacado que va sucediendo en el encuentro y siempre cuento que, después del 2-3, entré en estado de shock y no apunté nada a pesar de que no pudieron suceder más cosas. Pues bien, de forma inintencionada me volvió a suceder exactamente lo mismo tras el 1-3, con el agravante de que en esta ocasión ocurrieron muchas más circunstancias aún. Lo único que aparece en mis notas es un sueño roto con una letra de médico en una de sus recetas ininteligibles: “Minuto 113: disparo de Sucic para Lunin”. Qué bestia el croata, medio lesionado, en su último aliento de energía casi nos lleva a la gloria. El mío llegó por escrito en forma de una crónica escrita apesadumbrado con el mayor de los dolores.

Un día inolvidable

Ahora bien, quiero destacar que vivimos un día inolvidable en Madrid y eso, como la estocada final, nos lo llevamos para la tumba. Con una comida de más de veinte donostiarras con la txuri-urdin puesta en el Ñeru, un asturiano muy recomendable en el corazón de la capital en el que nos dispensaron un trato exquisito. Con una previa muy divertida (más para unos que para otros que se encontraban de servicio, obvio) en unos aledaños del feo por fuera pero imponente por dentro nuevo Bernabéu que estaba plagado de aficionados con la txuri-urdin puesta.

Cuando pasamos con el 3-4, recuerdo que una periodista criticó las escenas de celebración que vio entre los enviados especiales con la Real. En esta ocasión, en un encuentro de alto voltaje, con tantas ocasiones y giros de guion fue imposible reprimir y contener las emociones, siempre dentro de unos límites y sin responder a las faltas de respeto que recibimos por varios de los tontos que hay en todos los campos. Un buen amigo me lo recriminó al final del encuentro y no tardé en contestarle: “No me creo que os quedasteis todos sentados en vuestros sitios la noche en la que el Madrid remontó al City. No nos deis lecciones, que para nosotros esto es nuestra Champions particular”.

Un periodista suele abandonar el campo como mínimo una hora más tarde del final. Recuerdo muchas salidas levitando, como la de Riazor la tarde de la Champions en mitad de un funeral por el descenso local y otras muy tristes, compungido, como la del martes regresando al punto de partida en la previa que estaba situado en la plaza de Cuzco, a unos 20 minutos del matadero. Era un alma en pena que casi no podía ni con la mochila del ordenador. Al llegar, comprendí muchas cosas. Un nutrido grupo de amigos me hizo un recibimiento a lo grande. Dentro del monumental disgusto, se les veía contentos. No se había quitado ninguno la blanquiazul (alguno no se acordaba de nada del partido y decía que ya lo vería de nuevo en casa). No tardé en comprender que esto es la Real y me acordé de que en la noche de autos en Vigo en 2003 sucedió lo mismo, los que seguían en la calle de juerga eran los nuestros a pesar de que los locales se habían clasificado por primera vez para la Champions.

Una sensación casi olvidada

Esta es la enésima confirmación de que no hay un elemento de cohesión mayor en el territorio que la Real. El disfrutar y sufrir juntos. Sabiendo que lo normal es que no ganemos, pero creyendo que podemos derrotar a cualquiera. El ser solidarios, el darlo todo, el confiar en nosotros, el sentirnos orgullosos de que caímos con diez de casa (solo nos faltó sacar al brasero de la sidrería de Mariezkurrena mientras el Madrid no dejaba de sacar más estrellas mundiales). Y es una sensación que teníamos casi olvidada desde el mazazo de la semifinal contra el Mallorca que hemos arrastrado estos meses fustigándonos de forma inmisericorde. Nuestra afición luce y se reivindica mucho más en la adversidad.

¿Quién nos va a explicar a nosotros lo que es la tristeza, si se nos escapó nuestra primera Liga en la penúltima jornada contra nueve jugadores en 1980? Nada podrá superar esa decepción. ¿Cómo se puede hablar de fin de ciclo cuando el glorioso equipo del último lustro casi nos hace tocar el cielo otra vez? Noches así nos permiten cerrar filas y ser mucho más fuertes. Aunque no podamos culminar la mayoría de nuestras gestas y nos haga llorar más veces de pena que de alegría, siempre podremos decir que nuestra Real nos hace muy felices. Incluso marcando nuestro ritmo como una forma de vida. Mañana volverá a salir el sol. No uno cualquiera, el de Canarias. Y siempre merecerá la pena estar a tu lado, querida Real. Eskerrik asko por todo. Contigo. En la salud y en la enfermedad. En la gloria y en la frustración. Esto también es para siempre. ¡A por ellos!