El martes asistí por primera vez a una rueda de prensa de Luis Enrique. Tanto verlo en la televisión con su habitual bordería que, lo reconozco y vista la campaña que sufrió desde Madrid, me ha terminado por atraer y hasta divertir: “No os leo porque creo que sé más de fútbol que la mayoría y porque tengo más información que vosotros. No hay una opinión que pueda leer que me pueda interesar”. Bueno, eso también lo decía el gran Lillo y, como le argumentaba, tampoco era para tanto, ya que muchos llevamos viendo fútbol casi desde la cuna. El asturiano manifestó que no tenía ningún amigo entre los periodistas porque siempre se trataría de un matrimonio de conveniencia que tarde o temprano le reclamaría una interesada información o colaboración. Bueno, después de tantos años de experiencia y asumiendo el mensaje del entrenador del PSG, voy a desvelar un secreto: yo tengo un amigo en la Premier. Se llama Phil. Me invitó a ver un partido de la Premier y todo. Nada más y nada menos que un clásico Everton-Arsenal, con Arteta de toffee y Cesc de gunner. Un partidazo que acabó 1-4. Lo reconozco, la objetividad total es imposible, sería incapaz de criticar a mi gran amigo Phil, que fue el que me cedió las entradas a través de Arteta para que pudiésemos asistir al encuentro. Por si no lo han adivinado, me estoy refiriendo al hermano pequeño de los Neville. Su hermano mayor es una leyenda del United, donde ambos se formaron, y se hizo inseparable de Beckham con el que compartió la banda derecha durante muchos años.

Los ingleses son distintos y viven el fútbol de una manera muy diferente. Hasta el punto que mi amigo Phil y su hermano Gary se vieron las caras cuando eran los capitanes del Everton y del United y su imagen pasó a los anales de la historia. En el estrecho pasillo de Goodison Park, un estadio que recuerda al añorado Atocha, los dos Neville encabezaron a sus respectivos equipos. Pegados, sin apenas espacio entre los dos, no se saludaron ni se cruzaron la mirada. Esto es fútbol. Y aquí no hay amigos ni familiares que valgan. Competir a cara de perro. Cuanto más te conoces y más veces te ves las caras, más crece la rivalidad y las ganas de derrotar al otro. Ni más ni menos. Si es un duelo fratricida, ni te cuento…

Lo que sucede al Mallorca y a la Real es parecido. El caprichoso sorteo de la Copa y el éxito de los dos en la competición ha querido que se vean las caras en tres ocasiones en apenas un mes. Y como es comprensible, esto provoca roces, piques y ardientes deseos de venganza. Si con todo el foco mediático, el año de los cuatro clásicos en menos de veinte días acabó como el rosario de la aurora, lo lógico es que en el triple duelo vasco-insular salten chispas. Y eso que todavía nos encontramos en los albores del segundo choque, pero ya se tienen ganas y hay cuentas pendientes.

La verdad es que la eliminatoria de Copa se está convirtiendo una belicosa partida de ajedrez entre los dos entrenadores. El punto fuerte de los dos es lograr un extraordinario ambiente en el vestuario para construir un ejército sin fisuras capaz de dar la vida por su gurú. Por eso ha extrañado tanto, sobre todo fuera de aquí y para los que no le conocen demasiado, el monumental palo que dio Imanol a Traoré tras su ida de olla en París. Yo en cambio lo naturalizo y le veo normal. No sería congruente por mi parte criticar que el oriotarra sea sincero cuando siempre denuncio que no puede mentir sin tapujos y a la cara a los medios. Esto no fue un fallo de un pase o de un despiste concreto, sino que acabó siendo un error continuado en el tiempo que no admite comprensión cuando puedes impedir que tu equipo no defienda un córner ante una de las mejores plantillas del mundo. Una maniobra demasiado arriesgada y reincidente que nunca le había convencido a Imanol. Si en el partido más importante casi de la carrera del entrenador, uno de sus pupilos hace su guerra y lo echa todo por la borda por una desconexión evidentemente evitable, pues se puede aceptar que, en caliente, explote. Más aún cuando estoy convencido de que en privado le mimó y protegió como a ninguno. Porque ese es el secreto de Imanol. Y lo que opinen fuera de aquí, está de más. Que ya somos todos mayorcitos para asumir responsabilidades. A lo sumo su error fue no cambiar la marca de Mbappé para que no la asumiera Kubo, pero no tuvo demasiado tiempo.

Lo cierto es que, a pesar de los elogiosos mensajes de la prensa francesa y de su entrenador, que parten desde la victoria final porque en el descanso la grada de prensa echaba humo, la eliminatoria está casi imposible. Lo mejor que se puede decir de lo acontecido en París es que la Real cayó porque perdonó demasiado cuando fue bastante mejor a todo un PSG. Eso al menos nos vale para sentirnos orgullosos. Hablar, referirse o alimentar al espíritu de la remontada parece un mensaje vacío y carente de sentido a día de hoy. Solo hay una cuestión que podría alimentar la esperanza de lo más parecido a un milagro y es que, después de tener muchos frentes abiertos, ya tenemos claro que el duelo más importante de la campaña en el que no se puede fallar es en la vuelta de la semifinal de la Copa precisamente ante el Mallorca. Si ese día se consigue el triunfo, cambiará todo. Se hará la luz. Todos recordaremos lo mucho que nos han hecho disfrutar estos jugadores esta temporada. Y esa misma noche volveremos a pensar en que cualquier cosa es posible en nuestra guarida de Anoeta. Ya lo verán, al tiempo, ni el famoso espíritu de Juanito en el Madrid…

Lo que es indiscutible es que cualquier triunfo que se logre por el camino, como hoy mismo y ante el mismo rival, se dará por bueno para recargar batería, confianza e ilusión.

Por último, un recuerdo para el mallorquinista Samu, que al término de la ida declaró que “lloran demasiado y que somos un club humilde”. Tiene narices que lo diga cuando se enfrenta a la Real, que ganó dos Ligas con todo aldeanos en los años ochenta, que brilla en la elite con muchísimos canteranos en su plantilla a pesar de que convive y sobrevive a un abusón vecino que siempre les ofrece más dinero a sus promesas desde mucho antes de llegar a profesionales, que se ha clasificado entre los 16 mejores de la Champions con una media de siete jugadores de casa en su once, que es el conjunto con más futbolistas formados en su vivero de los 16 que quedan vivos en la competición más importante de clubes, que cuenta con nueve guipuzcoanos en su plantel además de todo su cuerpo técnico y que el martes le plantó cara y fue mejor durante muchos minutos a un gigante mundial que tiene un presupuesto siete veces mayor que el suyo. A lograr eso sin creerse mejor ni mirar por encima del hombro a nadie se le llama humildad. A las cosas por su nombre. No como Phil, que por supuesto no tiene ni idea de quién soy yo a pesar de hacerme un gran favor por el que le estaré agradecido de por vida. ¡A por ellos!