Declaró Roberto Olabe en junio que, durante la entonces recién terminada temporada, la crítica había sido “injusta con los laterales”. En los meses posteriores, sin embargo, tres de los cuatro que integraban la plantilla cruzaron la puerta de salida, una circunstancia que pareció contradecir las palabras del director de fútbol. Solo lo pareció, porque a lo que se quiso referir el propio Olabe fue a una cuestión de perfiles y de necesidades: el juego venía demandando a los carrileros de la Real Sociedad unas características que estos quizás no reunían, de ahí que sus puntos débiles quedaran a menudo de manifiesto. Hablábamos y hablamos de un equipo cuyo fútbol interior era y es de auténticos quilates. Hablábamos y hablamos, por lo tanto, de rivales que acostumbraban y acostumbran a taparse dentro para concederte la salida por fuera. Hablábamos y hablamos, así, de un contexto en el que cobran fuerza los mencionados laterales, quienes se convierten con frecuencia en tus organizadores. Traoré y Tierney lo hicieron bien en Mestalla.
Imanol había estudiado ese 4-4-2 de medular tan estrecha con el que suele defender el Valencia. Y había visto también cómo a Atlético y a Almería, los dos últimos rivales che, les costó generar peligro poblando cada banda con un solo futbolista. Él apostó por hurgar ahí con dos jugadores, lateral y extremo, bien escorados y distanciados para ensanchar al adversario a partir de las recepciones de maliense y escocés. Ambos eran los hombres libres en el inicio de los ataques. Atraían la tardía presión de su teórico par con el balón en los pies. Y, desde este permanente punto de partida, activaban con acierto alguna de las múltiples fórmulas con las que su entrenador había trabajado la fase ofensiva: envío directo a Carlos o a Cho, ruptura de Merino a la espalda de Gayá, conexión con los interiores escorados... En una de estas últimas cantaron bingo.
Servicio de Tierney a Turrientes. Pase de este al mismo Cho. Falta. Y gol. Fue el punto culminante, en clave txuri-urdin, de un encuentro que terminó con demasiado sufrimiento. Faltando 25 minutos, el Valencia dio el paso adelante que se le presuponía, asumió riesgos y se propuso robar arriba, aún a costa de conceder dos buenas vías de ataque a la Real. Para avanzar a través de la primera (enganchar dentro a la espalda de la presión local) se echaron en falta toneladas de precisión. Mientras, la segunda (el juego directo a la espalda de la adelantada zaga rival) quedó directamente desactivada por los cambios. Fueron obligados los de Turrientes y Tierney. Se protegió Imanol de posibles expulsiones sentando a Urko, Traoré y Pacheco. Y el trío de ataque, que se comió los 90 minutos, no estaba al final para romper al espacio ni para estirar al equipo.