Comparar la grada en una canasta icónica de Michael Jordan en la década de los 90 con la que logró esta semana LeBron James para batir el récord de anotación en la NBA no deja lugar a la duda: nos estamos volviendo todos gilipollas. Por increíble que parezca y aunque habían pagado un auténtico dineral por esas localidades, solo tres personas de una grada abarrotada disfrutan en vivo del tiro en suspensión del jugador de los Lakers porque el resto está filmando vídeos con su teléfono, mientras que en la del de Chicago solo se puede ver a gente siguiendo el vuelo de la pelota. Es lo que hay. Y por supuesto que yo me incluyo en el club (se pronuncia clab) de los gilipollas. La mejor demostración es que hace unos días tenía un par de horas libres en mi sofá de casa para ver una película y me las pasé recorriendo las distintas plataformas digitales sumergido en un mar de dudas sin decidirme por ninguna. A posteriori lo piensas y no das crédito a tus propios actos.

El caso es que con la masificación televisiva muchas veces no nos enteramos cuando emiten programas que te encantan, como Informe +, heredero del programa Informe Robinson que inventó con la maestría y el estilo particular que le caracterizaba el añorado delantero de Liverpool y Osasuna. En otro de mis momentos hogareños sin excesiva motivación, creo que fue en el típico madrugón de fin de semana porque mi hija había decidido que ya no le apetecía dormir más, me encontré con el recomendable reportaje sobre Canito. Este ídolo rebelde, como le catalogan en el documental, es una leyenda del Espanyol, algo que acredita que la puerta 43 del RCDE Stadium y la grada joven llevan su nombre. Y es curioso, porque en realidad disputó menos de un centenar de encuentros con la camiseta perica divididos en tres etapas, pero se ganó su corazón jugando en el Barcelona, su eterno rival. Después de brillar con luz propia en Sarriá y cuando lo tenía casi hecho con el Madrid, finalmente optó por quedarse en la Ciudad Condal aunque fuese en el enemigo. Lo cierto es que, aunque era querido en el vestuario, nunca encajó en Can Barça. Cuentan que incluso había días que se entrenaba con la camiseta del Espanyol por debajo. Nunca ocultó su sentimiento, hasta el punto de que en un partido contra el Athletic en el Camp Nou se puso a celebrar en mitad del campo un gol de Morel en Alicante que anunció el marcador y que acercaba al conjunto perico a la salvación. Tras el consiguiente escándalo, poco después fue expulsado a los diez minutos por una entrada muy dura a un jugador del Lleida en una eliminatoria de Copa y cuando se retiraba la grada le despidió con una bronca monumental, a lo que respondió con aplausos. Fue el punto final a su etapa blaugrana, ya que solo jugó otro choque más, también en el torneo del KO, con su zamarra.

Pero la historia que cuenta Informe + y que arranca con un gol que marca a Arconada para derrotar a la Real el año del segundo título, no tiene nada de divertida. Más bien es un drama sobrecogedor. Después de vivir una infancia complicada, cuando solo tenía catorce años se marchó de un duro internado y empezó una vida nada recomendable en las calles de la Zona Franca, en uno de los barrios más pobres de Barcelona. Su éxito en su segunda etapa en el Espanyol trajo consigo los excesos. Se compró un Seat 1430, se hizo trajes a medida y empezó a alternar la sala Bocaccio, una de las discotecas de Barcelona, aunque todavía no bebía en esa época. Su obsesión por la ropa fue tan grande que dicen que llegó a hacer la apuesta de que vestiría un modelo distinto cada día de la temporada. Y la ganó. En esos momentos de bonanza económica, Canito no se olvidó de sus amigos del barrio de las casas baratas, del colegio de la Salle de Nuestra Señora del Port, a quienes visitaba para hacerles regalos o prestarles dinero. Después recaló en el Betis, donde unas nuevas supuestas amistades le llevaron por el mal camino de la noche, el alcohol y, lo que es peor, las drogas. En esa etapa, le encargó al dueño del restaurante que frecuentaba que sus amigos pudieran ir a comer y cenar cuando quisieran y que él pagaría la cuenta a fin de mes. Murió a los 44 años en los brazos de su hermana, abandonado por esos colegas que solo buscaban su dinero, arruinado y autodestruido por dentro. Kubala, que le hizo debutar en la selección, dijo que “podía haber sido el mejor líbero de la historia de nuestro fútbol” y muchos le comparaban por su elegancia en el campo con Beckenbauer.

Me contó un buen amigo recientemente que cuando Modric dudaba entre renovar o marcharse del Madrid, tuvo una conversación con Butragueño y este le dijo: “Hay una gran diferencia entre irse del Madrid siendo una leyenda para siempre o pasar como uno más que ha ganado títulos. Si te han ofrecido eso para renovar aunque te hayan prometido más dinero fuera, no lo dudes, porque luego para toda la vida serás un referente del madridismo”. Esa misma semana firmó su nuevo contrato.

A David Silva nunca le pasará lo mismo que a Canito, porque siempre ha tenido los pies en el suelo y ha unido sensatez a su inteligencia para acertar en los valientes pasos que ha dado. Se fue de niño de Canarias a Valencia con su familia, después recaló cedido en el Eibar y en el Celta, lejos de su zona de confort, y tras triunfar en Mestalla se convirtió en una de las primeras estrellas de la Liga en emigrar a la Premier. Tras diez años memorables en el City, decidió que era el momento de regresar a su país, declinando propuestas más poderosas en lo económico de clubes de diferentes países, Oriente Medio incluido. Tres años después, cuando tiene 37, le llega otra oferta despampanante de la Saudi Pro League en lo que, para casi todos, había sido la noticia de la semana hasta la reconfortante firma del gran Oyarzabal. Aunque todavía no se ha decidido y va a esperar a escoger su opción definitiva, pase lo que pase siempre nos quedará un fenomenal recuerdo de su trayectoria por nuestro club. Pero si se queda una campaña más, la cuarta, y vuelve a rechazar los astronómicos cantos de sirena procedentes del Golfo Pérsico, será un ejemplo para todos y, en función de los éxitos obtenidos tras dos pasaportes europeos consecutivos y un título de Copa, lucharemos para siempre por que se le considere mundialmente como una gran leyenda de la Real. No es solo por su aportación, dada su irrebatible calidad de talla mundial, sino que una figura de semejante calibre ejerce de profesor en un club de cantera como el nuestro y convierte en mejores jugadores a los que aún le miran anonadados cuando se lo encuentran cambiándose en el mismo vestuario.

Sé que cuenta con el reconocimiento casi unánime de una afición que quiere que siga pero, quizá porque aquí somos como somos, a mí me sigue faltando una de esas ovaciones que te erizan el pelo con Anoeta en pie despidiendo a don David Silva tras destapar una vez más el tarro de las esencias en un partido en casa. Con Odegaard sucedió algo parecido y, cuando se fue de forma precipitada, se nos quedó esa desazón por no haberle podido despedir como merecía. Yo lo tengo claro, apuesto por que quiere y va a seguir otra temporada más en Anoeta, generando esa alucinante percepción de incredulidad cuando comprobamos que el 21 de nuestra querida Real es el campeón de todo Silva. Solo le falta la Liga española. Todavía está a tiempo... ¡A por ellos!