A Pacheta le va muy bien y al menos en este modesto espacio nos alegramos. Un tipo íntegro, cabal, que respira fútbol por los cuatro costados. No el actual, el de la versión VAR; el de siempre, para los más nostálgicos, o el antiguo para algunos más jóvenes. José Rojo Martín, que es su nombre en realidad, no destacaba mucho en nada y hasta reconoce que con Camacho llegó a jugar en todas las posiciones del campo, salvo de portero, por la simple razón de que “siempre me di cuenta de que el que jugaba en mi sitio era mejor que yo”. Pero participó en casi 400 partidos en su carrera. Por algo sería.

Suele contar que ya con 22 años y recién casado, trabajaba en una carpintería en Quintanar de la Sierra, el pueblo de su mujer, a unos 25 kilómetros del suyo, Salas de los Infantes (Burgos), cuando le llegó una oferta del Marbella, en Segunda B, y dio el salto cobrando la mitad que en su puesto. “Salió bien, porque ascendimos a Segunda, pero luego me pasó la primera desgracia gorda en el fútbol: estuve ocho meses sin cobrar. De ahí me fui a Mérida, pero ahí tampoco cobramos y hay un momento en que nos planteamos volvernos a casa”. Esto, también hay que decirlo, eran gajes del fútbol de antes. Incluso cuando recaló en el Espanyol, ya en Primera, llegó con muchísimas deudas, comiendo de sus padres y sus suegros e incluso tuvo que pedir a Fernando Lara, vicepresidente del club, que le ayudara con la fianza del piso. “No tenía dinero”.

Las desgracias no cesaron. A los pocos días, sufrió una rotura de fibras y tardó mes y medio en recuperarse, para reaparecer en septiembre de 1994. “Esa semana era el derbi contra el Barça en Sarriá. Al que Camacho daba el peto el jueves, jugaba el domingo, y cuál es mi sorpresa cuando me da uno. Y digo: Hostia. Estuve cuatro días sin dormir. Debuté contra el Barça. Sarriá hasta la bandera, ambiente de fútbol… Bueno, bueno. La rivalidad Espanyol-Barça. Ahí empecé a saber lo que era el Espanyol. Yo no había jugado con 40.000 espectadores en mi vida. Nunca. En el minuto siete u ocho, hubo una falta que la tiró Arteaga. Centró y metí un golazo de cabeza… Buah. Tremendo. Oye, celebrándolo, todo el campo patas arriba. No sé ni lo que hice. Porque lo vi en televisión después, pero no me acordaba de nada. Un gol de la leche a Busquets, con Guardiola, con Koeman… Y lo anuló. Lo anuló el árbitro. Si me pinchan no sale sangre. Había hecho falta Pochettino a Koeman. A los 40 minutos me rompí un metatarsiano para cuatro meses. Estoy seguro de que fue de todo el estrés de esos días”. Tremendo. Lo contó en El País.

Dice que disfruta mucho más de entrenador, aunque reconoce que su rutina está llena de minas y alguna de ellas no deja bien parada a mi profesión: “El mayor riesgo de un entrenador es la rueda de prensa, porque una frase mal dicha puede tirar dos años de trabajo maravillosos. A mí me martillea meter la pata. A veces, puedo no estar acertado, pero no meto la pata. Y es difícil después de un partido, porque el estómago te pide decir otras cosas”. Y, como no podía ser de otra manera dado su carácter ganador, reconoce que digiere y convive muy mal con la derrota: “Me cuesta. Soy de los que se lleva el partido a casa. La derrota no me autoriza a cenar fuera con mi mujer o la familia. Si pierdo, que procure todo el mundo estar lejos. Necesito pasar el duelo, estar solo y pensar. Cuando encuentro la solución entonces llamo a mis asesores. Mientras tanto, que se olviden de mí”.

Me recuerda tanto a Imanol y no solo porque sean de la misma época... He ido muchas veces a Valladolid a ver a la Real y siempre me ha parecido un estadio frío, en el que pocas veces se vivían buenos encuentros, aparte de por las gélidas temperaturas que suele sufrir. Además de por la inercia del ascenso, que no es cualquier impulso, Valladolid ha dado un cambio radical. Incluso el ambiente que se respira en Zorrilla es mucho más apasionado que antes. Una atmósfera más futbolera gracias al binomio formado por Ronaldo (el bueno) y Pacheta. Parece que nada malo podía salir de ese matrimonio de conveniencia: “Un fenómeno, es cojonudo conmigo”, suele repetir el técnico siempre, con estilo campechano.

Una de las primeras decisiones que tomó el presidente fue controlar la cantidad de aficionados visitantes para que no hubiera auténticas invasiones como las que protagonizaban habitualmente las hinchadas vascas, asturianas o gallegas. Pucela se encuentra a una buena distancia de muchas ciudades importantes y, aunque seguro que la hostelería no estará tan contenta, lo cierto es que el clima dentro del campo de la pulmonía es distinto con una parroquia local que presiona y empuja bastante a los suyos. Aunque como es lógico hemos vivido alguna experiencia positiva, como el 0-4 con ese gol de Rekarte, en nuestra retina se encuentra el 3-0 del año del subcampeonato, el dramático 3-3 de la salvación definitiva ante nueve jugadores, el penalti de Aranzabal a las nubes en un 0-0 o el inmortal recuerdo de Onésimo dejando cadáveres realistas por la banda, a los que les esperaba para que se volviesen a levantar y dribrarles otra vez con una finta.

Hay una frase que odio escuchar a los entrenadores y jugadores cuando un resultado cambia de forma una trayectoria positiva o negativa, pero en boca de Pacheta al menos adquiere algo de gracia: “Ni antes éramos tan feos, ni tan pequeños, ni olíamos mal ni ahora somos tan altos, tan guapos y tan simpáticos”. Y en este caso tiene toda la razón si la aplicamos a la excepcional y sin parangón trayectoria de ocho victorias seguidas de la Real. No es normal lograr tantos éxitos, por lo que Imanol se afana en convencernos de que estamos viviendo un momento único y que así se lo hemos de transmitir a los más jóvenes. Por eso, aunque muchos salieron preocupados de Anoeta por el cuarto de hora del final contra el Mallorca, es lógico y previsible que los nuestros sufran para sacar adelante tantos duelos. Y cuando vence por la mínima, su logro todavía adquiere mucho más valor, porque simboliza la madurez del grupo y la extraordinaria evolución competitiva que ha experimentado en los últimos meses. Cuando ya no se puede más porque estás lastrado por las lesiones y por un desgaste acumulado muy superior al de tu adversario al no haber podido recuperarte del anterior esfuerzo, lo mejor es echar la persiana y aguantar como sea para que no te empaten. Si encima dispones de un estadio y de una afición que te sostienen cuando comprueban que flaqueas y se remangan para ser el jugador número doce que despeja balones de tu área, siempre contarás con muchas más opciones de salir vivo.

La Real va a disputar un partido de verdad esta tarde. Auténtico. Su racha ya no pasa inadvertida y le tienen ganas, porque todos quieren ser su verdugo. El Valladolid es un duro rival en el que se nota mucho la mano de su entrenador. Pero ya hace tiempo que este equipo no ataca con fuegos de artificio, sino que aparte de jugar de maravilla, compite de forma espléndida y, por si fuera poco, sobrevive a situaciones límite. Y es ahí donde de verdad se forjan los campeones, los que siempre se levantan y cuando se ven con el agua al cuello sacan fuerzas de donde no las hay para aferrarse a la gloria. Gracias, Real, por convertir las cuatro horas de la semana contigo en mis preferidas. Estamos dispuestos a sufrir a tu lado lo que haga falta. Pero queremos más. La novena. ¿Quién no ha soñado con meter el gol de Pacheta en Sarriá con la txuri-urdin y entrar en trance junto con tu gente como contaba Aldeondo? Hoy puede ser un buen día... ¡A por ellos!