omenzaron a moverse las redes sociales. Los comentarios apuntaban a que Mikel Oyarzabal sufría una grave lesión. Se confirmó pocas horas después que era cierto, quizás porque el ruido ensordecía. Estado colectivo de shock y catarata de mensajes de aquí, acá y acullá. Traté de leerlos todos, pero resultaba imposible hacer frente a semejante tsunami de cariño. Llegaban desde todas las partes. El contenido era similar, pero en todos anidaba la solidaridad con la persona, que lo es mucho antes que futbolista. Cometería un error si tratara de escribir los nombres de todos. Desde sus compañeros de vestuario hasta deportistas de otras modalidades, pasando por el mundo del fútbol, incluyendo en ellos rivales. Iker Muniain e Iñigo Martínez expresaron lo que sentían y lo escribo para que nos situemos en un escenario más sentimental que agreste, más pacifista que bélico.

Primero, pensé en él. Sentí pena porque le tengo cariño y me ha respetado siempre. Es el afectado y el que deberá seguir, durante unos cuantos meses, un camino diferente al que le gustaría. Es el que no podrá afrontar los retos previstos y las metas soñadas. Es el que no llevará el brazalete, el que no podrá apretar a sus compañeros en el vestuario, el que no vaciará las bombonas de la pasión como tantos días de partido. Es el que no podrá tirar penaltis que suponen victorias. Es el que no compartirá las alegrías con sus partisanos, los que le admiran y han sufrido un colapso al conocer la noticia. Los besos al escudo serán ocultos y las lágrimas que afloren en este tránsito se reflejarán en el espejo de la soledad que le espera.

Aunque disfruto adornándome, no seré yo quien lloriquee. No es fácil extraer conceptos positivos ante situaciones como la que nos ocupa. Voy a tratar de hacerlo. Mikel ha podido comprobar cuánto le quiere la gente y la capacidad, más allá de los postureos, de movilizar a centenares de personas para recibir el cariño que merece desde el corazón. Los que le conocen destacan su fortaleza. Él mismo, en su cuenta de Instagram, reflexionó en voz alta y no expresó ni un solo lamento. Cuando le operen, comenzará un largo recorrido que terminará cuando se sienta de nuevo futbolista. No hay más.

Bueno, sí. Queda llegar al final de temporada de la mejor manera posible, reflexionando con calma y buscando soluciones al problema. No es fácil acertar. Menos aún si las prisas se instalan en el entorno del club y dentro de él. Con un Mundial en noviembre, con las posibles salidas de jugadores, toca reinventarse a corto y largo plazo. Desde el escenario previsto sin sobresaltos hasta la nueva necesidad planteada con la lesión de un jugador diferente, comprometido, dispuesto siempre a darlo todo. Es él con todas las consecuencias. Se incorpora a la larga lista de infortunios que acompañan al plantel. El duro golpe que supuso la caída de Carlos Fernández, afectado por lo mismo, conllevan el involuntario apartheid del 9 y del 10. Eso, en cualquier equipo del mundo, supone un quebranto. Y qué decir de la situación de Martín Merquelanz, Nacho Monreal y tantos otros cuyas ausencias se prolongan en el tiempo.

Es evidente que la suerte no está del lado del equipo, ni por estas situaciones, ni por las que se desarrollan en el terreno de juego. ¿Qué más se debe hacer para ganar? Un palo, un larguero, un rebote y mil oportunidades que se perdieron en el camino. El equipo mereció la victoria en el Sánchez-Pizjuán, estadio que no es moco de pavo sino la casa del conjunto que va segundo en el campeonato. Otra vez la puerta a cero ante un rival plagado de futbolistas determinantes. Cuando al final del partido le preguntaban a Aritz Elustondo su opinión, reconoció que esperaban que el Sevilla notara en el segundo tiempo el esfuerzo de la eliminatoria del pasado jueves. Quizás por ahí se entendiera la decisión de guardar a Silva e Isak para ese periodo. Quizás, también, la de desgastar durante una hora a Mikel Merino antes de que Guridi pudiera poner en valor lo mucho que es capaz de aportar el colectivo. El parón que nos llega en el inmediato horizonte, sin llamada del seleccionador, le permitirá un baño de agua milagrosa, una pasada por la piscina de Lourdes que es para lo que está el chico en este momento. Lo da todo, lo pone todo, se deja la piel a jirones, pero no es normal que no disfrute, que cada partido sea un calvario y que calzarse las botas suponga recorrer la calle de la amargura.

Entre unos y otros dejaron alto el pabellón en un partido siempre complejo. El punto es bueno aunque sepa a poco. Al menos un par de rivales que juegan a lo mismo no sumaron más. Ni el Betis en Vigo, ni el Villarreal en Cádiz. Europa hace estragos y bien que lo sabemos. Como sarna con gusto no pica, queremos repetir. ¡Nos quejamos de vicio! El día en que se iniciaba la primavera, en Sevilla, con el aroma de azahar, los paseos den calesa, los finos y las birras, ese día va y se pone a llover. Un turbión en toda regla que les cayó encima a miles de aficionados, incluidos los realzales que no salieron descontentos del estadio sevillista, a pesar del shock. Los buenos resultados ayudarán a superarlo poco a poco. Quince días por delante para llenar los depósitos, a pesar de los precios, y a prepararse para el tramo final de la temporada que se presenta apasionante.

Apunte con brillantina: En el tiempo de espera del match elegí el Ponferradina-Eibar. El empate final llegó desde la remontada azulgrana. Hacía mucho que no veía jugar a Fernando Llorente. El cabezazo del primer tanto armero fue un monumento, lo mismo que el centro. Sin embargo, luego, fue expulsado con roja directa en una decisión muy discutible. Cargarte a un futbolista, por una acción como la protagonizada por el delantero, cuando menos clama. Evidentemente, ni el VAR intervino, ni nada cambió. Entre bomberos no se pisan la manguera y así nos va. ¿Quién es el compañero guapo que se atreve a corregir la decisión, cuando dentro de nada los papeles se van a intercambiar y la lotería puede tocar a otro?