Partidos cada tres días.

"¿Qué queréis? Es que somos la Real... No podemos ganar todos los partidos". Esa es la frase que suele repetir Imanol Alguacil cuando vienen mal dadas. Los números están ahí, este equipo sigue sin lograr ser competitivo cuando la cuesta se empina y debe afrontar partidos cada tres días. Sucedió el curso pasado, con dos victorias en 17 partidos. En esta ocasión, la estadística se ha mejorado con seis triunfos en el mismo número de encuentros, pero no es suficiente porque le ha sacado de la Copa, de los puestos europeos en Liga y se juega todo a una carta el jueves en la Europa League ante el Leipzig tras el buen 2-2 de la ida.

La dirección deportiva tiene trabajo porque no se puede repetir un nuevo bache el curso que viene en los mismos meses, ya que en el fútbol no existen las casualidades.

Sí, es cierto, la Real llegó mermada por las bajas a la semana clave de la temporada y es evidente que tenía parte de su mente el duelo de Anoeta ante el Leipzig, pero lo que no es tolerable es que sea incapaz de competir en muchos encuentros por pensar más en el siguiente y porque no le da el físico. El paso ese que se busca en los últimos meses es lograr ser fiables en las tres competiciones y poder ser solventes cada tres días y por ahora la empresa parece demasiado lejana. A los hechos hay que remitirse.

Venirse abajo

No se puede entender el bajón que ha experimentado el equipo cuando ha visto cómo se quedaba sin opciones en días clave. No es de recibo que, en un derbi en Bilbao, y después de estar completando un partido para olvidar, resistiendo como se puede las continuas embestidas, bajes los brazos tras encajar dos goles y te dejes llevar como si no importara demasiado acabar con un resultado más abultado. Sucedió entre olés y beste bat en Bilbao, el equipo, cariacontecido y con la cabeza baja, deambuló sin pena ni gloria ni atisbo de ser capaz de protagonizar una mínima reacción basada en la casta y el orgullo. Justo lo mismo que sucedió en el partido del Betis de Copa, en un Anoeta lleno y entregado a la causa. O en la visita al Villamarín, víctimas de errores puntuales. Una de las mejores formas de medir la fortaleza de una plantilla es valorar su capacidad para levantarse cuando vienen mal dadas. Y esta Real, al menos durante los partidos, no tiene la madurez ni el carácter suficiente para sobreponerse a las bofetadas inesperadas. No acredita jamás una capacidad de reacción para creer y confiar en una inesperada remontada.

Los fichajes

No se puede decir que esta temporada la dirección deportiva y la unidad de reclutamiento hayan tenido dos buenas últimas ventanas de mercado. Ryan, Rico y Sorloth son claramente suplentes y ninguno de ellos tiene pinta de que vayan a adquirir una preponderante en lo que queda de competición. El australiano ha cumplido cuando ha jugado, aunque Remiro siempre ha estado por delante, probablemente beneficiado por la competencia entre ambos. El burgalés es una decepción mayúscula, que no ha sido capaz de desbancar a Aihen, que tenía un pie fuera el pasado verano. Y el noruego, que es un futbolista de mucho nivel con balón, deja muchas dudas en lo que respecta a otros apartados del juego como la actitud, la entrega, el estar metido en los encuentros, el concentrarse, el ayudar en la estrategia tanto en ataque como en defensa...

Rafinha es el que mejor impresión está causando, pero hasta la fecha continúa siendo suplente de Silva. El brasileño merece más minutos, como lo acreditó en Leipzig, pero si no ve que es un futbolista importante, no va a poner ningún empeño en continuar vestido de txuri-urdin.

De los refuerzos del Sanse, mejor ni comentar...

Un centro del campo desaparecido y la estrategia

En Bilbao, el planteamiento de la Real no era resistir para salir vivos como en de Alemania. Imanol regresó a su habitual 4-3-3, pero no se esperaba que la presión del Athletic no iba a ser tan adelantada y le iba a esperar para cerrar todas las vías con la sala de máquinas txuri-urdin. Mal el inmovilismo de Imanol, que no fue capaz de reaccionar y orquestar un plan B para evitar una más que previsible derrota por lo que estábamos viendo y muy decepcionantes los medios realistas. Y no eran unos cualquiera, porque dos de ellos, Zubimendi y Silva, no habían participado ni un minuto el jueves, por lo que no se puede hablar de cansancio. No es el caso de Merino, que sí pareció que estaba sin gasolina al perder un sinfín de pelotas y no adueñarse en ningún momento de su parcela. Eso sí, los cambios le salieron por la culata a Imanol, ya que fue sustituir al navarro y al canario y llegar los goles rojiblancos: "Con el 2-0 bajaron un huevo. Mucho trote llevan en el cuerpo", comentaba ayer en privado un futbolista del Athletic.

Una cosa es jugar mal o estar sin fuerzas para competir y otra, después de mantenerse con vida a lo que ya era un asedio sin tregua, encajar dos goles a balón parado en sendos remates casi dentro del área pequeña. No son aceptables los marcajes cuando has trabajado que el rival cuenta con excelentes centradores y una amplia gama de rematadores. La Real es uno de los equipos que menos partido saca a la estrategia.

Un derbi

Resulta gracioso recordar que, con el ambiente extraordinario que se vivió en los prolegómenos, todavía haya aficionados rojiblancos que pretenden vendernos la cantinela de que para ellos es un partido más. Solo constatar el odio y la agresividad con la que se le recibió a un Remiro que, por cierto, fue la mejor noticia de la noche, al sobreponerse demostrando una enorme personalidad y una madurez extraordinarias. No se olvidaron de él en todo el encuentro, al igual que sucede con los que cruzan la A-8 en la otra dirección. Era la primera vez que la Real visitaba San Mamés tras la consecución de un título de Copa y se notó. Le tenían muchas ganas y muchos aficionados rojiblancos reconocieron que, aunque es evidente que no compensa la herida de Sevilla, sí que duele menos después de lo vivido ayer.

Muchos de los críticos en el entorno bilbaino por encadenar tantos malos resultados contra la Real afirmaban que si para ellos no se trata de un duelo especial, que comiencen a tomárselo así, porque van a seguir perdiendo muchos más derbis. Y así fue. Tanto la grada y los propios rojiblancos demostraron desde el minuto uno que era uno de sus partidos del año y que no estaban dispuestos a que les volvieran a sorprender. Simplemente afrontaron un choque de máxima rivalidad con la energía y motivación necesarias. Y la Real, no. Se presentó en una cita clave del curso con la cabeza en otro envite. Y pasó lo que pasó, que fueron cayendo los goles sin que nadie se rebelara y recordara que cada uno de ellos era un navajazo en la yugular de la parroquia txuri-urdin. "Ya era hora de que les ganáramos de una vez", comentaban en el vestuario local. La actitud con la que afrontó el derbi la Real fue impropia de un derbi, algo sencillamente imperdonable, porque se puede perder contra el eterno rival en su siempre exigente estadio, pero nunca jamás de esta forma.