o tiene pinta de ser especialmente divertido, pero la verdad es que me hizo gracia el enfado de Rubí tras caer en casa su equipo, el Almería, líder destacado de Segunda, contra el Cartagena, rival de la zona intermedia de la categoría. El motivo de su queja era el brote de covid que había afectado a su plantilla y el protocolo que dictamina que no se suspenderá un partido si hay cinco futbolistas aptos del primer equipo: “Al fútbol se juega con once, pero ahora nos dicen que si tienes cinco ya puedes. ¿Esto qué es?”. Más ácida y peligrosa fue la suspicacia que dejó caer sobre los test de antígenos: “Desde el primer día que llegamos a entrenar no nos hicimos un PCR. El último antígeno fue ayer y si metes el palito más adentro, te da o igual no. Hemos jugado sin saber realmente. Veo que en Inglaterra o Portugal se suspenden partidos sin que pase nada”. Aunque pertenece a la cuerda del aquí el que no llora no mama, lo cierto es que no le falta razón, salvo poner en duda la validez de la prueba, ya que, como abramos ese melón, podemos volvernos todos majaretas. Y que conste que no lo descarto porque para picaresca o, mejor dicho, el mayor Manual de Trampas jamás elaborado, la historia de la Liga.

Molesto con la organización, Rubí fue más allá respecto a la poca importancia que le daba a la participación de los suyos en la Copa y al duelo que les aguarda mañana en su estadio ante el Elche: “Toca levantar la cabeza e intentaremos hacer lo posible el jueves, pero la Copa del Rey ya nos da un poco igual”.

Esto es lo malo de la competición del KO, que cuando comparece en una situación inoportuna, te coge sin ganas y con poca motivación. Nadie mejor que nosotros para explicarlo, porque nos hemos excusado en este pretexto hasta la saciedad en la mancha más humillante de nuestra legendaria historia y porque todos sabemos lo que hicimos el mismo año pasado, cuando no nos pareció tan mal que sucumbiéramos en el Villamarín para tomar algo de aire. La situación era muy parecida a la actual, con una crisis galopante en el campeonato doméstico (tampoco recuerdo muy bien si estábamos un poco, bastante o muy enfadados con los árbitros, pero, conociéndonos nosotros y al colectivo, seguro que mucho sin contar aún con la tomadura de pelo del trencilla de hoy ante el Betis) y una muy meritoria clasificación para los dieciseisavos de final de la Europa League, que, dicho sea de paso, tampoco sabíamos muy bien cómo administrar. Y así nos fue, cómo no.

Yo siempre he sido de la opinión de que cuando afrontas un torneo en eliminatorias a vida o muerte se tiene que detener el tiempo. Aunque sea normal que a veces resulte imposible abstraerse del pasado y futuro inmediatos, si de verdad crees que puedes hacer algo importante, la única manera de lograrlo es tomándote la competición como si no hubiese un mañana. Estos concursos están hechos para los jugadores. Todos los partidos de todas las eliminatorias cuentan con invitaciones a la gloria. Con pases de privilegio para ser héroes por un día. Para convertirte en inmortal por una jugada o un gol de esos que nunca se olvidan y te acuerdas para siempre hasta de lo que estabas comiendo y cómo te abrazaste con el desconocido que tenías al lado. Con lo suyos que son los ingleses para sus cosas, y con el permiso del obús de Gerard al West Ham que supuso el 3-3 en la edición de 2006, ¿saben cuál está considerado como el mejor gol de una final de la Cup? Uno que marcó Ricky Villa con los Spurs al City en 1978. El argentino, que aterrizó en White Hart Line acompañado del talentoso Ardiles tras su triunfo en el Mundial con la albiceleste y que ya había abierto el marcador del encuentro, firmó una obra de arte, sin que se supiera muy bien “de dónde apareciste para dejar en el camino a tanto inglés” y lograr el definitivo 3-2 (mi modesto homenaje a don Víctor Hugo Morales). “Fue un tanto muy sudamericano; a los británicos tanta pausa y gambeteo les parecía una pérdida de tiempo, una acción contracultural”, definió el protagonista años después. Pero sin saberlo, se había convertido en un mito imperecedero: “No me di cuenta entonces, ni cuando acabó el partido; necesité mi tiempo. No me lo imaginé jamás, no me lo podía esperar, pero, como los británicos tienen mucho cuidado y respeto por sus historias, trataron con cariño esas sensaciones. Cuando me contrataron, esa hinchada esperaba algo grande. Me encantó porque pude brindarles algo grande, un recuerdo para siempre que no puede comprarse con dinero. Quedar en la historia de un club de esta manera es lo más bonito. Son satisfacciones que sigo disfrutando, porque se las sigo contando a mi familia y a mis nietos siempre que puedo”. La inesperada receta para la eternidad.

Como el gol de Antonio Puerta que derribó la frontera de las finales para el Sevilla y le permitió conquistar después nada más y nada menos que seis Europa League y dos Copas en este siglo. De largo, el club que mejor ha entendido la forma con la que hay que afrontar estas competiciones de la era moderna, porque su metamorfosis es digna de estudiar en las escuelas de los gestores de fútbol. De patito feo a cisne, en un camino marcado por la alegría y la desgracia. Tras la trágica muerte casi en el ruedo del autor de la diana que cambió su destino, los hispalenses se pasaron tres años sin levantar ningún título hasta llegar a la final de la Copa de 2010. Cuentan en un reportaje de Dazn que después de la charla del entrenador Antonio Álvarez ya en el vestuario del Camp Nou, escenario de la final, pusieron a todo volumen el gol de Puerta al Shalke. No hubo que motivar más a un grupo con muchos más canteranos que ahora, ya que salieron con sangre en los ojos bajo un solo grito: “Por Antonio”. Y ganaron, claro, 2-0, porque un mito así te da alas.

Aunque hay momentos en los que se nos olvida, nosotros también contamos con el comodín de la llamada a los dioses para incentivarnos. El gol de Zamora, la parada de Arconada o el penalti de Oyarzabal que, queremos creer, también ha cambiado nuestra historia. Lo bueno es que, además, nuestro nuevo héroe moderno es de carne y hueso y esta noche volverá a defender la 10 txuri-urdin con la ikurriña en el brazo. Y sí, lo sabemos de sobra, nadie nos lo tiene que echar en cara ni nos excusamos solo en los atropellos arbitrales, el equipo no está bien y ha repetido los mismos errores de planificación del curso pasado, pero esto es un duelo a cara de perro que dura 90 minutos y los nuestros han demostrado con creces que pueden ganar a cualquiera. Es la hora de volver a confiar en ellos, de sentir que pueden hacernos tan felices como lo lograron aquel 3 de abril que perdurará para siempre en nuestros corazones, y de constatar que, por estadística, ningún título se encuentra tan cerca como esta Copa.

Cuando llega este torneo es obligatorio hacer un lavado de mente, resetear y afilar los cuchillos, porque para apear a esta Real en una batalla se necesita ser un campeón de todo como el Manchester United o contar con una mano externa incontrolable de un personaje de poca monta que no me da la gana ni de citar. A ver si caemos en la cuenta de que no ha pasado un año desde que Illarra levantara la Copa y Aperribay protagonizara una escena casi erótica agasajándole por la espalda al estilo del baile final de Dirty Dancing. Vamos a frenar, evaluar y constatar que los daños son mínimos y que nos encontramos a tiempo de todo, para proclamar a los cuatro vientos que este equipo quiere y va a por la Copa. Y se la puede llevar. Merece la pena soñar, ¿o es que acaso se han olvidado de ese sonido redondo de aquel esférico alojándose en la red de la portería de Simón cuando Oyarzabal desató desde los once metros el nudo que oprimía nuestros estómagos desde más de un año atrás? Caviar del bueno. Solo debemos mirar hacia atrás para, además de que los terrenales nos recuerden que somos humanos y batibles, como sucedía en Roma, conmemorar que nuestra plantilla está plagada de dioses que se hospedarán en nuestro Olimpo cuando se retiren por habernos colmado ya de una felicidad plena al hacernos campeones. Ahora bien, cambiar la historia de verdad es lograr ganar de forma recurrente y para eso todavía nos tienen que dedicar más momentos de gloria. ¡A por ellos!