a lo dijo Imanol después del partido. "Quien lo reduzca todo a esas jugadas polémicas, se equivoca totalmente. Han pasado muchísimas más cosas durante los 90 minutos". El míster había declarado la víspera que los derbis son los partidos que más especiales le resultan. A mí, mientras, cada vez me dan más pereza, por todo lo que les rodea. Por ejemplo, por las lecturas partidistas que, en uno y otro lado, se hacen de las propias decisiones arbitrales. Y, principalmente, por el modo en el que personas adultas que siguen a ambos clubes se convierten a lo largo de unos días en niños pequeños jugando al "y tú más". Esta vez hemos tenido el foco situado sobre Martínez Munuera, sobre cuatro energúmenos que lanzaron objetos a Muniain (muy mal por ellos), sobre las horas de descanso previo de las dos plantillas o sobre unas declaraciones del entrenador del Athletic ("cartas marcadas") que han sido juzgadas, en el 99% de los casos, sin conocer a qué pregunta respondían. Es decir, fuera de contexto. Comentaba hace años Juanma Lillo, a quien no me cansaré de citar por aquí, que en esto del fútbol "la guarnición se está comiendo al solomillo". Vamos tarde ya, porque hemos llegado a un punto en el que la gente se piensa que el solomillo es la guarnición.

Las patatas, los pimientos o la ensalada, allá cada cual con sus gustos, representan a la farándula extrafutbolística, a todo aquello de lo que tanto se habla y que, en realidad, tan alejado está de lo sustancial. El maltratado solomillo, mientras, es el juego en sí mismo, relegado a un segundo plano de forma injusta si de nuestro derbi hablamos. Y digo de forma injusta porque, a día de hoy, un Real-Athletic implica un partido de quilates entre dos auténticos equipazos. Del txuri-urdin poco podemos ensalzar que no haya sido subrayado ya en este mismo espacio. Los rojiblancos, por su parte, van bastante más allá del estereotipo presente en la parroquia realista, un cliché que les viene a reducir a una escuadra de korrikalaris "que se dejan los huevos" y a quienes siempre benefician los árbitros. Obviamente, no van por ahí los tiros. Hacen muchas cosas bien. Quedó demostrado el domingo en Anoeta.

Lo demostró el Athletic, por cierto, desde un registro un par de puntos más precavido respecto a lo habitual. Su resorte de la presión alta lo activa Unai Vencedor saltando a por el pivote rival, Zubimendi el domingo. Pero en Donostia fueron numerosas las ocasiones en las que el centrocampista vizcaino esperó a la Real en paralelo a Dani García, para tapar dentro. Lo hizo, muy posiblemente, en base a un plan preestablecido. Y seguro que también influyó el buen hacer txuri-urdin para girar a los de Marcelino cuando estos venían a apretar arriba: en largo a los costados del propio Dani García, en corto con Merino bajando a un doble pivote, saliendo por fuera para conectar luego con Silva desde la cal... El equipo de Imanol supo cómo superar el bloque alto visitante, más allá de que, a partir de ahí, careciera de finura y acierto para transformar en ocasiones claras las superioridades que sí llegó a conseguir. Algo amedrentado por las mismas, el Athletic apostó por dar ese pasito atrás que propició una primera hora de encuentro bastante cerrada.

La Real también contribuyó lo suyo para que el arranque del derbi tuviera ese carácter hermético. Imanol detectó que el rival se hace fuerte en ataque desde el movimiento interior de un Muniain que parte desde la banda izquierda, y diseñó su mecanismo defensivo para neutralizar al navarro. Isak, extremo derecho, saltó a presionar a Iñigo Martínez. Gorosabel le corrigió detrás yendo a por Lekue. Y a Zubimendi le tocó hacer lo que en Eindhoven con Gakpo: encargarse de ese adversario clave que busca recibir dentro viniendo desde el costado. Les funcionó a los txuri-urdin para cortocircuitar las conexiones con el propio Muniain, pero también es cierto que, actuando así, se expusieron a un peligro constante. Apretando arriba el citado Gorosabel, Aritz quedó emparejado con Iñaki Williams en un contexto de campo muy abierto que Marcelino supo explotar con varios envíos largos para la carrera de ambos. No estuvo acertado el punta visitante, sí el defensa de Beasain, y así termina de explicarse que el encuentro llegara con 0-0 al minuto 58.

Estaba el asunto para que lo decidiera un detallito. Y este pudo residir en el penalti de Iñigo sobre Mikel Merino. Sin embargo, ya tras el 1-0, anduvo hábil el técnico visitante con el cambio de Sancet por Raúl García. El veterano sigue suponiendo una amenaza constante dentro del área, pero empieza a quedarse cortito en todo lo demás. El joven, mientras, es un fenomenal proyecto de futbolista que en Anoeta dobló la amenaza interior de su equipo cayendo a recibir a los costados de Zubimendi. Durante trece minutos eternos, la Real sufrió horrores para contenerle, hasta que Imanol ajustó a los suyos con el triple cambio. No le salió bien al oriotarra de inicio, ya que Zubeldia, central diestro, llegó a quedarse sin referencia. Pero un par de jugadas bastaron para que el míster apretara el botón clave: pasó a Le Normand a la derecha para marcar a Sancet, y a Zubimendi volvió a corresponderle encimar a Muniain. La situación parecía controlada así, más aún tras la roja a Iñigo, hasta que se produjo finalmente el empate cuando, desde la superioridad numérica y también desde la pizarra, se había conseguido superar la fase de mayor apuro. El gol de Muniain hizo que a muchos se nos indigestara el solomillo. Y resulta comprensible, porque el fútbol cuenta con un marcado e innegable componente emocional. La carne, en cualquier caso, estaba cojonuda. Sepamos apreciarla. Unos y otros.