ue como plantar a dos rottweiler frente a frente después de tres días sin comer. Se lanzaron al cuello el uno del otro y salió lo que salió, un partido en el que la táctica supuso únicamente el telón de fondo. Lo que sucedía en el escenario, mientras, respondía principalmente al acierto o al error individual. Porque tanto Imanol como Coudet se encargaron en la previa de entregar a sus futbolistas las herramientas necesarias para competir ayer en Anoeta. Y porque, a partir de ahí, la primera hora de encuentro significó una loca sucesión de zarpazos. Tuvo mucho mérito la Real por no descomponerse cuando recibió el 0-1. Tras sumar dos puntos de quince y verse superada (ante un gran Sevilla) solo cuatro días antes, se mantuvo fiel a su libro de ruta para conseguir que la pelea no se detuviera. Empató enseguida e incluso se marchó al descanso en ventaja.

El 2-1 del intermedio hablaba por sí solo. Más por el modo en que llegaron los goles que por el marcador en sí mismo. El Celta generó el córner de su diana tras una voraz presión alta que le permitió recuperar el balón. La Real igualó con el chip de la verticalidad bien configurado en su computadora: robo, vía directa y a la cazuela. Y se puso luego por delante repitiendo fórmula. El saque de esquina previo al penalti transformado por Januzaj nace en un robo de Guridi a 60 metros de la portería rival, tras el que cada uno de los jugadores txuri-urdin que recibe el balón piensan en cuál puede ser el modo más rápido de llegar a la meta del adversario.

Medió en la acción una maniobra deliciosa de Carlos Fernández, que ayer marcó la diferencia sobre el césped. Con su intervención en esta jugada y con su asistencia a Portu. También con su trabajo incansable en la presión, marcando a su par y realizando valiosas ayudas en el costado derecho. El club ha encontrado en el sevillano un activo de los que valen su peso en oro, por nivel, por polivalencia y por adecuación al fútbol de hoy en día. Porque hablamos de un jugador con llegada y hambre de gol (pudo marcar ayer en un remate de killer en el primer palo), con capacidad física en cuanto a despliegue y envergadura, y con inteligencia para ejecutar en el campo lo que le pide su entrenador. No hace falta ser muy avispado para entender que Imanol le ha solicitado esta semana elevadas dosis de vértigo. Carlos es un delantero con la capacidad goleadora de un buen punta y la calidad necesaria para moverse entre líneas y lanzar a sus compañeros. Un día sacará un córner y lo rematará.

Ayer se tuvo que retirar lesionado mediada la segunda parte, coincidiendo con el momento en que la Real empezó a conseguir que pasaran menos cosas. Con el paso de los minutos, la presión txuri-urdin fue adquiriendo matices más conservadores, ya que los dos extremos permanecían más fijos con sus respectivos laterales. Y además Imanol dio a su equipo una vuelta de tuerca adicional con el ingreso del multiusos Zubimendi. El donostiarra es un pivote moderno que, incluso actuando como centrocampista, puede incrustarse en la defensa para formar una zaga de cinco en fases de repliegue. Es lo que hizo ayer cuando entró al campo, antes de terminar como central propiamente dicho junto a Aritz y Sagnan.

El beasaindarra no jugará en Eibar, sancionado. Tampoco lo hará Carlos Fernández. Y tiene toda la pinta de que Le Normand causará baja igualmente. Pero importa poco. Porque a estas alturas de la temporada el precio de cada victoria resulta bastante más alto que el coste de tres ausencias. Una cosa está clara: la Real jugará con once en Ipurua. Y además es muy probable que lo haga con la gasolina necesaria para seguir proponiendo el juego que viene poniendo en práctica últimamente. Desde fuera la vemos justita, cogida con pinzas. Pero dice Imanol que hay gasolina en el depósito y obra en consecuencia. Porque pasan los partidos, se suceden los rivales, y el equipo nunca renuncia a correr. Seguramente lo vuelva a intentar el lunes.