s aconsejo que leáis la historia de Margherita Lotti, ahora que disponemos de tiempo libre y se aproximan días de oración y recogimiento, para que descubráis por qué es la patrona de lo imposible. Quería ser monja, pero tardó mucho hasta conseguirlo. El camino está plagado de sucesos. Aquella señora, esposa y madre, fue canonizada santa en 1900. Pasa a la historia como Santa Rita de Casia y entre las oraciones que se le atribuyen se distingue una: "Aumenta mi paciencia en la medida que aumentan mis sufrimientos". Después de perder anoche, más.

¿Cómo no voy a ser feligrés de esta monja agustiniana? ¡Con la que cae! Fijaos en los últimos días. Justo hoy, hace una semana, veía el partido del Barça con el Huesca. De repente, el árbitro señaló un penalti contra el cuadro catalán que el rematador oscense subió al marcador. La decisión no se sostenía. Hasta el más fiel seguidor del equipo aragonés reconocía que aquella jugada no era un tiro desde los once metros para batir a Ter Stegen. Si el de abajo sancionó con pena máxima la jugada, al de arriba le debió pillar en un aprieto mingitorio. Ni mú, ni llamada, ni revisión, ni nada. Es probable que vierais la acción. Si eso es penalti, yo soy Loretito de Punta Umbría o Lucerito de Carmona. Como luego llegaron los tantos locales, el asunto no pasó a mayores.

El responsable de los árbitros suele salir de vez en cuando a dar explicaciones en inocuas y hueras ruedas de prensa. Se empeña en defender a los suyos, cosa loable, destacando que son admirados en el mundo y que son los mejores y que patatín y que patatán, como si estuviera encantando serpientes. No le cree nadie. Desde que se implantó el VAR no levantan cabeza y vamos descubriendo que saben poco de fútbol, que disponen de poca cintura a la hora de aplicar las reglas. ¿Sabéis lo que os digo? Actualmente, los clubes se preocupan mucho más por el árbitro que está delante de las pantallas que por el que pita en el terreno de juego. No es normal. Pero de eso, y de los criterios por los que se deciden por unos u otros para desempeñar sus funciones, hablan poco. Tenemos tantos argumentos para el mosqueo€Ya veréis la que nos preparan en la cita cartujana de Sevilla. ¡Al tiempo!

Y hablando de ese partido, la que han montado con los aficionados es para (con perdón) hacer un pis y no echar gota. Estamos ante la final más larga de la historia del fútbol. Desde el idílico partido de Becerril de Campos hasta la fecha han pasado catorce meses. Si el encuentro decisivo no se disputó antes fue, en teoría, por respeto a los aficionados, porque se defendía con tesón que los partisanos no podían faltar. Se entendió la decisión, porque se argumentó con una razón de peso.

Digo, en teoría, porque en la práctica no va a cambiar nada. La final, que está muerta antes de disputarse, se jugará sin el color y el calor de las buenas gentes que llevaban meses esperando el momento. Para esto no hacían falta tantas alforjas. Luego, se suman las lesiones, los estados de forma, las convocatorias internacionales de los jugadores, etc. ¿Quién ha sido el lumbreras que dispuso esta fecha para jugar una final entre dos equipos a los que les faltarán futbolistas en los días precedentes? Sinceramente, vamos de desastre en desastre. Un año largo para terminar decidiendo semejante chapuza. Y se quedan tan anchos, sacando pecho y de rositas. Dos finales en quince días, sin aficionados que jaleen la fiesta. ¿Se puede ser más lerdo? Si hemos esperado hasta la fecha, no hay problema para seguir haciéndolo. El 22 de mayo, festividad de Santa Rita, podía ser un día idóneo y, si no nos llega, miramos al verano que se supone hará mejor tiempo, habrá más gente vacunada y el personal disfrutará de vacaciones y podrá moverse donde le dé la gana. Y que no me hablen de reglamento y normativas que se los están saltando a la torera desde hace meses. ¿Cuesta tanto apartar lo imposible de nuestras vidas?

Durante mucho tiempo, los partidos frente al Barça se calificaban del mismo modo. Si os acordáis, los encuentros ante estos equipos los metía entre paréntesis, los daba por perdidos antes de disputarse, y seguía el camino. Ahora, no. Ahora, se miran de frente, compitiendo al máximo nivel y sin cerrar la puerta a las posibles opciones por imposible que parezca. Cuando cambia el talante, se aplaude. Y cuando dispones de gente amueblada, también. La entrevista compartida entre Jorge Valdano y Mikel Oyarzabal, emitida por televisión el pasado viernes, nos llevó a un universo distinto, fiable, maduro y reconfortante. Aplausos al estilo, a los compromisos y a la confianza. ¡Eso sí que es fútbol!

Lo era también el partido de anoche. Jugar sin lateral izquierdo con talante defensivo por las ausencias de Monreal y Aihen, exigía de Martín Merquelanz un plus de sacrificio y confianza para tratar de frenar las oleadas de un equipo que está en forma y que no dejó en casa ni el pañuelo para los mocos. No era una noche fácil para él. Dest marcó dos tantos por su lado. El Barça se trajo todo lo posible y hasta lo imposible. ¡Más difícil todavía para la Real y su deseo de ganar, sumar tres puntos y seguir en el camino que le debe llevar a la competición europea del curso que viene. El inicio y la disposición de partida fueron un ejercicio de táctica. Ante el Manchester, Imanol fue de cara y nos dieron un meneo. Frente al Barça, montó una trinchera con una defensa más poblada de lo habitual. Y nos dieron otro meneo, porque la defensa con la que hoy puede competir es inexperta.

Pese a ello, nos estaba yendo bien, creando un par de ocasiones, pero la diferencia está en los pequeños detalles. Aparece Ter Stegen y las manda al limbo, como Oblak el penalti del Alavés. Sin darnos cuenta, nos enchufan un par de caracoles. Griezmann se regaló un gol el día de su cumpleaños y Messi le puso a Dest un balón que agradeció. Contado así, dos dianas en contra después de tanto esfuerzo y un segundo tiempo por delante en el que pesó demasiado la diferencia en el marcador. El Barça se recreó en la suerte y para el cuarto de hora ya había marcado dos más. Ahí se acabó todo. No estábamos para nada. Lo confirman la jugada y el tanto de Dembelé. Daban igual los cambios, porque no había partido. Se trataba de que cuanto antes llegara el final. El gol de Barrenetxea sirve para reconfortarle. Por lo demás, hay cosas que siguen siendo imposibles.