omo quiera que mañana nos levantan un biombo insalvable a la salida de las ciudades y no podemos llegar a la colindante, aceleré el proceso de llenar la despensa, cargando el carro con todo tipo de opciones. No fui nada original, ni compré papel higiénico. La avalancha del personal (y eso que madrugué) fue colosal, al menos en el lugar que elegí para que no me pille desprevenido el confinamiento perimetral como la primera vez. Es obvio que, si hay mucha gente, te encuentres con personas conocidas. Así fue. Tres paradas en tres pasillos y en los tres la misma conversación. ¡Willian José! Ninguna referencia del partido que se disputaba por la tarde y el final de fustigamiento al que nos sometieron.

Normalmente, discuto poco. Más bien, nada. Escucho. Si estoy de acuerdo, asevero. En caso contrario, guardo silencio. Las opiniones de estos seguidores aficionados, respecto del killer, eran diversas. Desde el que "si se quiere ir, que se vaya" hasta el "le vamos a echar en falta". Hace décadas que dejé de agobiarme por estas cosas, porque si un jugador quiere cambiar de aires, poco más queda hacer salvo que los responsables reaccionen y eviten en lo posible los daños colaterales. El fútbol se olvida de la memoria con mucha facilidad. Hay protagonistas que caen en gracia y se meten a la feligresía en el bolsillo. Otros, en cambio, sin saber muy bien el porqué, no sienten el cariño de su gente, aunque pertenezcan al mismo equipo y formen parte del objetivo común. El camino está plagado en las dos direcciones.

No seré quien sitúe al delantero brasileño en uno u otro lado de la balanza. Lo dejo en vuestras manos. Willy no pasa desapercibido. Honestamente, creo que fue un buen fichaje, de rendimiento, con goles decisivos en el camino y con la sensación de ser un referente en el campo. Sin embargo, es seguro que los detractores disponen de argumentos para aplaudir su salida temporal. Como entramos en la semana decisiva de las decisiones y como no se puede echar por tierra el trabajo acumulado, se supone que a no mucho tardar se hará oficial el nombre de quien le sustituya. A partir de ahí, los ojos de todos abiertos como platos para comprobar el nivel y su rendimiento. El pan nuestro de cada día.

La fiel hinchada soñaba con la vuelta de Martintxo. Ese es un claro ejemplo de lo que supone caer de pie. Se ganó a la gente sin decir una palabra más alta que otra. Simplemente, con lo que aportaba en el terreno, que era mucho. Se ganó el respeto de sus compañeros en el vestuario, donde no ejercía como estrella rutilante ni nada que se relacionara con el divismo. Sucede que las decisiones de los clubes responden a mil parámetros y en este caso, pese a la ilusión del jugador, que no hacía ascos a un retorno, no ha sido posible. ¿Las razones? Se supone que unas cuantas y diversas. Cuando llegó Silva nos dejaron boquiabiertos porque era un crack en toda regla, humilde también y jugador de Disney. La mala suerte se relaciona con la lesión y el tiempo en que no ha podido ayudar al equipo durante tantos partidos.

El de ayer entraba en esa larga lista verdiblanca de enfrentamientos consecutivos contra Córdoba y Betis, aunque los andaluces llegaran vestidos de morado, de nazarenos, como si quisieran ofrecer un brindis a las cofradías que este año se quedan sin vestir santos, montar pasos y sacar las procesiones. Por ahora, se conforman con un calvario. El que debimos recorrer en los últimos cinco minutos y la prolongación. Los partidos hay que cerrarlos y no se pueden fallar tantas ocasiones y regalar otras. De un saque de esquina a favor, no puedes encajar un gol en tu portería. Es una máxima que no se debe olvidar nunca, aunque vayas ganando el encuentro con holgura y no parezca que la vayas a liar. El Betis no empata ayer. Quien se equivoca es la Real. Lo reconoció Canales al final del encuentro cuando se refería a los goles encajados, a los que pudieron subir al marcador. Lo mismo que valoraba la aportación de los jugadores que entraron al campo en el último tramo del partido. Cuando estaban más perdidos que Arpavieja, creyeron y se aprovecharon de los errores del rival o de la bajada de intensidad.

De ese modo, con Merino, Guevara, Guridi y Oyarzabal, más la pujanza de Isak en la vanguardia (gol y pase de gol), el equipo se comportaba de modo solvente y dominador. Hizo muchas cosas bien y merecía de largo la victoria. El segundo tanto fue un diseño maravilloso de Merino, Isak y la puntita del borceguí de Oyarzabal. Completaba la acción del primero, más de reaños que de otra cosa. Subió al marcador y abrió un camino. Luego, con todo de cara, nos equivocamos de punta a cabo. El equipo se descompuso y se atolondró desde el exceso de confianza. Echó por tierra el trabajo precedente y se dejó dos puntos para aumentar la racha negativa en Liga, sin victorias y con la sensación de muchas oportunidades perdidas. Demasiadas. Ocho puntos de los últimos treinta disputados obligan a un análisis. Supongo que se sentarán para reflexionar sobre el partido y tratar de evitar que la historia se repita en Copa dentro de un par de días. Seguro que es un encuentro diferente, una oportunidad de resarcirse, pero la Liga es la Liga y estamos cediendo demasiado. El resultado, que es lo que cuenta, supone un mazazo para todos. A mi juicio, incomprensible.