Donostia. La Real debe tener mucho cuidado para no caer en hábitos de nuevo rico. Ha llegado la hora de decirlo, se está equivocando. A todos nos gusta competir en grandes escenarios como San Mamés, o en el Camp Nou, o el próximo sábado en el Sánchez Pizjuán, pero los partidos que tiene que ganar para afianzarse en los puestos de Champions de la tabla son estos. Contra un Osasuna que se presenta en Anoeta en puestos de descenso o frente a un Eibar en un duelo regional en el que debería ser obligatorio sumar los tres puntos. Sí, estamos todos de acuerdo, ganar en San Mamés es precioso y nos llena de orgullo y de alboroto a todos los txuri-urdin, pero si no suma cuatro días después otra victoria ante un adversario menor (dicho esto con todo el respeto y aceptando el mérito rojillo, que se volvió a llevar un empatito de Donostia por segunda vez en pocos meses), la consecuencia es que el alegrón de Nochevieja se queda en muy poquita cosa. Como la efervescencia de las copas de Champán para festejar la llegada del nuevo año.Los blanquiazules acumulan cinco encuentros sin vencer en su guarida. Concretamente, desde el 8 de noviembre, cuando se impusieron al Granada B o C en aquel simulacro de encuentro. Algo falla cuando se repasa la lista de los equipos que no han perdido: Villarreal, que puede pasar; Rijeka, en un duelo de obligatoria victoria que se escapó por los regalos en ambas áreas y que complicó mucho el pase a los cruces en Europa; el Eibar, con el que ya se ha dicho todo; el Atlético, que desgraciadamente nos descubrió que se encuentra a otro nivel; y ayer Osasuna. Pues sí, ya es obvio, la Real tiene un problema serio. Durante los nueve choques que se pasó sin vencer hasta aterrizar en Bilbao, la realidad es que no llegó a transmitir malas sensaciones y la coartada a su falta de éxitos se justificaba por su mala puntería de cara a puerta. Ojo. Ayer no. En la primera parte nos encontramos con la peor versión txuri-urdin de lo que llevamos de temporada. De largo. Después de mofarnos de los vecinos, emulamos su estadística de ningún remate a puerta y solo una ocasión. Un equipo plano, previsible, lento y con, aparentemente, reducidos recursos.

Por si fuera poco, se marchó al descanso en desventaja en el marcador por culpa de una jugada que no se ve ni en los patios de colegio. Un regalo tan asombroso como incomprensible. En la única aproximación reseñable navarra antes del entreacto, Calleri cabeceó un saque de esquina y cuando el balón parecía entrar (a Remiro le daba tiempo a tirarse), lo salvó Willian José. El caso es que en la continuación de la jugada, con todo el equipo descolocado, el brasileño se encontró con la pelota cerca del córner y, en lugar de despejarla hasta La Concha para reorganizarse, se le ocurrió la desgraciada idea de iniciar una carrera en horizontal y en dirección a su propia área. La temeridad fue tal que en su camino, con toda Gipuzkoa echándose las manos a la cabeza, se encontró con el pobre Sagnan, quien, sin saber si le estaba pasando el balón o pretendía seguir con su carrera a lo William Wallace en Braveheart delante de los ingleses, estiró una de sus largas patas para tratar de regatear como pudo (sin excesiva destreza, dicho sea de paso) a un Rubén García que hacía tiempo que venía oliendo la sangre, y su corte se quedó en situación franca para Calleri, que pasaba por ahí, para fusilar a Remiro. Increíble pero cierto. De no creer. Pero el esperpento no se quedó ahí. Willian tuvo la desfachatez de señalar al galo como el supuesto culpable, cuando la responsabilidad fue única y exclusivamente suya por la temeraria idea de bombero de jugar a polis y cacos a pocos metros de su portería como si fuese la del rival. Un error imperdonable en un duelo cerrado, de los que se deciden por pequeños detalles y en el que es complicado perder cuando has logrado adelantarte en el luminoso.

En todo el primer tiempo la Real solo generó una ocasión de peligro en un buen remate de Oyarzabal que salió rozando la escuadra. El resto, nada de nada. Imanol sorprendió a todos con una alineación bastante inesperada, con cuatro cambios respecto al cuadro que ganó en San Mamés (Sagnan, Aihen, Barrenetxea y Willian José). La noticia estuvo en los ausentes, con las bajas de Gorosabel, lo que provocó que Zubeldia siguiera de lateral, una decisión en la que puede cumplir de emergencia pero en la que se le ven las costuras sobre todo si el equipo tiene que llevar el peso del juego; Monreal, que no se recuperó de una contractura ocultada; Guridi, el mejor en Nochevieja; e Isak, que también completó un notable encuentro, aunque sin gol. Lo más singular de todo es que Imanol abogó por un desconocido 4-2-3-1, con un doble pivote y una línea de mediapuntas formada por Barrenetxea, Portu y Oyarzabal, que permutaron en varias ocasiones sus posiciones. Una fórmula que hizo aguas ante un Osasuna mucho más defensivo de lo esperado, encerrado sin presionar arriba como acostumbra.

La bronca a modo despertador del oriotarra en el descanso surtió efecto porque en el primer minuto, Oyarzabal, el de siempre, se giró dejando atrás a un rival para iniciar una imponente carrera antes de proyectar en largo a Portu. El centro de este lo cabeceó Willian y se convirtió en una asistencia perfecta para que anotara Barrenetxea. Golazo. Por fin se encontraban los de arriba.

Moncayola asustó en un disparo lejano, pero la Real era otro equipo, gracias al fútbol de su talentosa línea de mediapuntas. Otro servicio de Oyarzabal estuvo cerca de convertirlo en oro Portu, pero su centro-chut se estrelló en el larguero. Barrenetxea, en modo imparable, también rozó el segundo en un disparo que acabó en córner. Con el campo inclinado hacia la meta de Herrera, cuando faltaban 25 minutos, Imanol decidió cambiar a Oyarzabal y Portu y se acabó la Real. Se desconoce el estado físico de ambos, porque en realidad nunca nos lo explican bien, pero la decisión fue lapidaria. Desaparecieron las opciones de triunfo. Incluso Osasuna se sintió más suelto en los minutos finales y pudo hacer daño por la banda de un Zubeldia que aguantó como pudo. Es más, en una jugada pareció cometer penalti al agarrar en el salto a David García. En la otra área, un bravo Bautista casi se fabrica un gol de la nada, pero se topó con Herrera; y Guridi no llegó a una prolongación de Merino en un córner. Sí, han leído bien, Merino... Qué escasa se nos quedó la aportación del 8.

Y así llegamos al final. Es incuestionable el mérito de una Real con tantas bajas, que con el empate sigue tercera en solitario y que, además, ayer acabó jugando con ocho jóvenes canteranos, la mayoría de sus excelentes cosechas del 95 y del 97. Pero también resulta obligatorio buscar y dar con una fórmula que permita al equipo encontrar un equilibrio con sus unidades A y B para sacar adelante más partidos. Vencer en Bilbao está muy bien y nos deja un gran sabor de boca, entre otras cosas, porque no sucede todos los años. Derrotar a Osasuna en Anoeta se antoja de obligado cumplimiento si se pretende dar ese definitivo salto de calidad para codearse con los nobles de la Liga.