o de anoche podía pasar y pasó. Ni tocó la lotería ni se ganó el partido. Los realistas jugaban un número que terminaba en 85 y en la rifa del césped tampoco el bombo sacó una bola de pedrea. Así que toca recuperarse lo antes posible, física y anímicamente, aunque no haya demasiado tiempo para relajarse. Compitieron ayer y lo volverán a hacer dentro de una semana. ¡Sic transit gloria! Estoy pensando que a los jugadores que viven lejos se les complica compartir con los suyos estas fiestas navideñas. Hubo un tiempo en que la liga se detenía en torno al 20 de diciembre y no regresaba hasta Reyes, más o menos. Lo mismo que concluía en mayo y no se reanudaba hasta septiembre. Aquella realidad de entonces hoy es utopía. Si Willian José debe viajar a Brasil y volver en un santiamén es un supermán. No creo que se arriesgue. Si David Silva quiere trasladarse a Arguineguín y dar un par de besos a la familia deberá hacer malabares. ¡Qué decir de Isak! Entre que coge tres aviones, o cuatro, para llegar a Estocolmo y vuelve, se le ha pasado la semana. ¿Y el pobre Janu? Sagnan y Le Normand, si cruzan el Bidasoa, no están lejos de sus lares. Al igual que los navarros. Nos queda Moyá, cuya base está en Mallorca, y alguno más que es posible que se me escape. Por ejemplo, Portu. ¡Son tantos! Anoche contamos hasta 25, aunque no todos estaban para ruidos. Supongo que la mayoría se quedará aquí al calor de su chimenea.

Se me ocurre sugerir una cena navideña telemática, es decir, mientras te pones las botas en casa, te conectas con el resto de tu gente y que miren. Sale baratito. Tengo varias preguntas sin respuesta. Digo, por aquello del número de comensales. Ya nos han bajado a seis. Supongamos que los hermanos Gasol se sientan en una mesa a cenar. ¿Son dos o valen por cuatro? Pensemos en la gente amplia, oronda, cilindros como mesas camillas con faldón ¿Cuentan uno? Hace muchos años, un señor cenaba una chuleta en la sociedad de pelota a la que pertenecía. La compraba en una carnicería de confianza, se presentaba en la cocina y la hacía a su gusto. Casi todos los días del año el mismo ritual. Se la tapiñaba solo con la única compañía de su satisfacción. Le estoy viendo con la servilleta blanca, saliendo del cuello de la camisa, con una botella de vino que prolongaba hasta el postre, siempre queso. Otros socios entraban y le saludaban. Un día se acercó uno de ellos y, saliéndole del alma, le dijo: ¡Qué buena pinta! Sonrió el comensal, que siguió a lo suyo y escuchó seguido: ¡Ya me comería un pintxito! Sonrisa más amplia e inmediata: ¡Mira, Antton, es mejor que se quede uno de hambre que no dos! Nunca nadie le volvió a molestar.

Cuando las cosas se hacen como se debe, y la raya de separación está clara para todos, no surgen mayores problemas. Sin embargo, existen y de qué manera. Llevamos con las manos dentro del área y las interpretaciones algo así como una larga travesía por el desierto sin que aparezca el menor oasis. El penalti de Costa en el Metropolitano, el "no penalti" de Ramos por su mano en Ipurua, y una larga letanía de incongruencias no se sostienen. No soy capaz de dominar las situaciones. ¡Bonjour, torpeza! Según quién pite, quién disponga del monitor de turno, quién trace la bisectriz, la mediatriz, la hipotenusa y la tangente, son capaces de mantener que la Torre Eiffel esté en Moscú y el Califato de Córdoba en Luxemburgo. Y no pasa nada. No les tiembla el pulso, ni se ponen coloraos. En El Alcoraz anoche, bajo la niebla, al Levante le pitaron uno en contra con un criterio. En otras situaciones análogas, miran al tendido y a otra cosa.

Tampoco lo hacen los dirigentes que se sienten perseguidos por la opinión de los comentaristas televisivos, tertulianos y demás. ¡A nosotros nos van a tocar las maracas con esa boutade! Nos han dado y lo siguen haciendo con toda la pasión del mundo. Se creen que somos tontos y no nos damos cuenta. Es un coro que desafina bastante y que forma parte de una banda que no es precisamente la del Mirlitón. Les tenemos muy vistos. Primero, yo; luego, yo y, más tarde, también yo. ¿Los demás? A enjaretársela y dar palmas, como si fuera un concierto de Raphael. Si no me refiero a él, reviento. ¡Maravilloso corazón, maravilloso!

No es posible calificar el resultado ante los colchoneros con ese adjetivo. Fundamentalmente, por la derrota. Hay partidos que cuesta ganar. Son los férreos, los que el oponente te amarga la existencia. Pasó con el Nápoles, sucedió anoche y se repetirá cuando enfrente se plante un equipo con tablas, experiencias, recursos y plantilla de mucha calidad. Una cosa es el entusiasmo y otra la capacidad de ganar a rivales como los de Simeone. Un primer tiempo impecable en lo defensivo permitía mantener un pulso estupendo. No hubo goles, ni claras ocasiones, pero el partido ofrecía espectáculo.

Hemos hablado muchas veces aquí de los niveles de concentración. No es fácil mantenerlos todos los minutos del juego. En el primer gol rojiblanco la cadena de distribución chirrió, desajuste coral que permitió al marcador cambiar la tendencia en una acción de balón parado como muchas otras veces. El tanto que hizo daño llegó inmisericorde en un remate de Hermoso, aquel futbolista de deseo que tanto sonó en pretemporada. Para más inri.

Remar contra corriente frente a un rival que goza en ese paisaje. Espera sin desesperar viendo cómo el contrario va perdiendo la esperanza. En cualquier momento, el estoconazo. Lo dio Marcos Llorente para echar por tierra intentos y voluntades. La Real quiso pero no pudo y eso no es demérito. Cuando te enfrentas a un equipo que es mejor que tú y que en trece jornadas ha encajado cinco goles no es anécdota, sino confirmación del inmenso talento defensivo. Muchos éxitos en el deporte se basan en la contención, una especie de arte que no se valora en su medida. Te dejan que manosees el balón y que te acerques a la zona de las cosquillas, pero de ahí hacia adelante nada de nada. Lo intentas de mil maneras, lo mueves todo, lo que quieras, pero consigues tirar a puerta una vez y bastante al final.

Imanol y su troupe siguen arriba en zona de puestos europeos, que sigue siendo el objetivo principal. Toca desconectar un poco, ponerse las pilas y celebrar en familia esta navidad tan limitada y recortada. Eguberri on! Disfrutad de aquellas cosas que os hacen felices y sentir el cariño de la gente que os quiere. Es lo más importante, más allá de las zambombas pasajeras, de los villancicos con sordina y de los disgustos que nos dan nuestros equipos de vez en cuando o de cuando en vez. ¡Hasta el 31, que trae dinamita!