P ues no. No es lo mismo, obvio. El enfrentamiento Nápoles-Barcelona ha resucitado el mito napolitano de Maradona. Algo así, aunque a mayor escala, como el espíritu del pobre Juanito, al que no van a tardar en volver a resucitar para que lidere la remontada imposible en Manchester. En las charlas de dos radios escuché a varios periodistas jóvenes que reconocían que les había decepcionado mucho el ambiente del Estadio San Paolo. De las instalaciones ni comentar porque, por lo que cuentan, no ha cambiado demasiado 40 años después. El caso es que durante estas semanas se han emitido muchos vídeos de Maradona relacionándolo con la primera visita de Messi al patio de su recreo. En Cataluña ha debido ser brutal la repetición y las alusiones al decaído astro argentino, hasta el punto de que han acabado saciados. Eso sí, cuando un par de periodistas comentaron que estaban hartos del tema en la tertulia nocturna en la Cope, fue salir de nuevo su nombre y pasarse media hora hablando del cebollita. Siempre ha sido así. Tiene un influjo y un halo especial que no pierde fuerza con el paso de los años pese a que no se cansa de verter sacos de piedras sobre su propio tejado para acabar descendiendo del Olimpo de los Dioses al decrépito infierno de los pobres humanos que han arruinado sus vidas.
Entiendo la decepción de los primerizos visitantes de San Paolo. Imagino que a mí también me pasaría. Pero es que no se puede comparar. Un amigo de mi hermano, de ascendencia argentina, que nos rompió dos huesos jugando a fútbol en la misma semana (algo que no viene a cuento aquí, pero que siempre que se comenta de paso debería recordarse: a dos hermanos, siendo mi padre abogado y salir airoso sin denuncia), nos dejó una vez un vídeo VHS que guardaba como oro en paño sobre Maradona en el Nápoles. El comienzo de la pieza era escalofriante. Dos horas antes del inicio del encuentro, cuando quizá aún no habían llegado ni los autobuses, el estadio se encontraba abarrotado, pero no con los 55.000 asientos de los que dispone ahora, sino que, como estaban de pie, había más de 100.000 enloquecidos tifosis. Todos ellos saltando y bailando como locos. Solo Dios el auténtico, no el suyo, Maradona, sabe cómo no sucedieron auténticas tragedias allí. Entonaban la canción más recordada sobre su héroe: “O mamma mamma mamma, o mamma mamma mamma, sai perche mi batte il corazon? Ho visto Maradona, ho visto Maradona eh, mamma, innamorato son” (Oh mamá, ¿sabes por qué me late el corazón? He visto a Maradona y oh, mamá, me he vuelto a enamorar). La lista de éxitos de temas compuestos en honor a su estrella es interminable y algunos párrafos de otros cánticos son auténticas declaraciones de amor: “O Diego, o mi vida, o corazón de este corazón, tú fuiste el primer amor, el primero y el último serás para mí...”.
Aunque el presidente napolitano De Laurentiis lo catalogó como “un retrete”, el San Paolo es uno de esos campos que no se pueden olvidar. Aunque ahora esté venido a menos y ya no infunda tanto respeto. Me encantaría visitarlo algún día, como tantos otros estadios. En las horas previas al partido contra el Mirandés, conocí a un groundhoppers, traducido literalmente como saltacampos, aunque definido de forma correcta y precisa como coleccionista de estadios. Era cuestión de tiempo que Anoeta se erigiera en uno de los objetivos de estos aficionados que han convertido su afición en una moda. No coincidí con él en la salida pero imagino que se quedaría anonadado con el ambiente que se respira en la nueva caldera txuri-urdin.
Siempre me ha gustado pasear por los aledaños del estadio. El acercarme poco a poco y encontrarme cada vez más camisetas blanquiazules. Comprobar que somos de costumbres fijas, ya que suelo recorrer habitualmente el mismo camino tras lograr el milagro de aparcar la moto más o menos siempre en la misma zona y podría adivinar a los grupos de amigos o de conocidos que me voy a ir encontrando en cada bar. Yo suelo comprar el bocadillo, de tortilla, en el mismo establecimiento. O incluso me viene así a la cabeza la famosa y entrañable anécdota que contaba un aficionado que vivía en el centro y que no había nada que le gustara más que al volver, las personas mayores con los que se cruzaba le preguntaran lo que había hecho la Real y él siempre les informaba encantado.
Es la magia del fútbol. Y pasa en todos los estadios, donde cada afición tiene su propio modus operandi. Pero a mí siempre me ha gustado fijarme en lo que se genera en torno a un partido de liga. Después de mucho tiempo, demasiado, creo que podemos decir que contamos con un estadio extraordinario, que por fin ha logrado tener su identidad y su vida propia. Algo que le sobraba a Atocha, donde hicimos unas locuras impensables en un recinto que se caía a cachos y que solo Dios, el de todos, no Arconada, evitó una tragedia de gran magnitud. Y resulta una maravilla. Es increíble cómo ha cambiado el acudir a Anoeta. Lo que nos divierte. Lo bien que se lo pasan los niños. Si hasta nuestro portero reconoce tararear la canciones de la Zabaleta mientras está jugando, ¡cómo no vamos a hacerlo nosotros cuando trabajamos en nuestras respectivas oficinas! Supongo que los que pretendieron vendernos en 1993 una mudanza para una vida mejor se referían a esto. Solo ha llegado 17 años tarde y sí, nos la colasteis y bien que lo pagamos, hasta con un descenso ayudado por la incompetencia de varios gestores.
Ahora tenemos un estadio que es un referente y nuestra afición y su aliento son la envidia de todos los que nos rodean. Con una grada que disfruta tanto que no baja la guardia ni cuando se ha llevado una decepción, algo que me recuerda a las palabras de Markel al hablar de lo que vivieron el día de Old Trafford: “Tengo grabada la salida del hotel, ver a la afición, y estuve como dos días pensando: ¡Qué bonito es cuando el equipo y la afición están unidos!” La Real puede dormir tercera esta noche y entrar en la final de Copa el miércoles. Con un estadio así, con una comunión entre todos, se puede aspirar a todo. La afición del PSG sacó una pancarta tras perder en Champions: “Kombouaré, Gino y Rai tenían una mentalidad ganadora. Thiago Silva, Mbappé y Neymar: ¿Os asusta ganar? Echadle huevos”. Ahora es el momento de demostrar que además de muy buenos, con vuestra gente y en un coliseo así, también sois ganadores. Confiamos en vosotros, no tengáis miedo, juntos somos muy fuertes y lo vamos a conseguir. ¡A por ellos!