fue una de esas imágenes o pequeños detalles que te llegan al alma. En las horas previas al viaje a Ceuta, nos habían citado en el parking del Z7 para subirnos al minibus que nos llevaría a los periodistas hasta el aeropuerto pamplonés de Noáin. Mientras esperábamos, intenté sin éxito ir al baño y escuché unos cánticos a lo lejos. Me acerqué a la barandilla y me pareció reconocer al C, el equipo entrenado por Sergio Francisco, bajando la cuesta con sus jugadores escalonados y entonando el conocido y pegadizo “Goazen Erreala, Goazen txapeldun”. En este caso, a diferencia de la afición en Anoeta, sin bufandeo pero con una improvisación y una alegría que me pusieron la piel de gallina.

La escena resume a la perfección el estado de optimismo y de máxima ilusión y expectación que se respira esta temporada en Zubieta y en la Real. A tres puntos de los puestos de la Champions, con un partido menos y a falta de ese encuentro de vuelta de la semifinal de Copa en Miranda que como no llegue pronto va a terminar por volvernos a todos tarumbas. En esta escalera de méritos, no resto ni un ápice de valor a la planificación realizada por la dirección deportiva formada por Aperribay, Olabe y Erik Bretos. Salvo el lunar de un melón sin abrir aún del todo como Sagnan, sus apuestas han sido un rotundo éxito y, aunque se pueda entender la susceptibilidad de los adalides defensores de la cantera, la realidad y la sensación es que esta plantilla necesitaba un giro de tuerca para dotarle de un plus de nivel. Algo que, hay que decirlo antes de que se decida la temporada, se ha logrado con creces. Monreal, a pesar de su edad, Odegaard, Portu e Isak son fichajes de talla Champions. Y la consecuencia es que, con la materia prima que ya había, esa que define Remiro con un concluyente “pensaba que los chicos que han subido de la cantera iban a dar nivel, pero la mayoría me sorprende a diario para bien”, la Real se ha convertido en un referente y en uno de los proyectos más solventes y atractivos que han aparecido en la Liga en estos últimos años. Lo digo porque su media de edad justifica en su plenitud algunos vértigos que ha sufrido a lo largo del presente curso.

Pero yo me quiero centrar en Imanol. No solo por su trabajo y su apuesta ofensiva y enamoradiza que nos ha enganchado a casi todos, sino por todo lo que representa. El oriotarra podía haber sido el pregonero de ese cántico de un equipo de la cantera al término de cualquier entrenamiento. Seguro que lo ha hecho alguna vez. Destila sentimiento txuri-urdin por los cuatro costados y un sentido de la pertenencia sobrecogedor. Y sí, estoy de acuerdo con que a la plantilla le urgía un lifting, pero es la pasión que desprende Imanol la que regenera el espíritu de la Real. Casi al mismo nivel que si se alcanza una final, con todo lo que ello puede conllevar para un club histórico huérfano de emociones fuertes durante demasiados años.

Hay una cuestión que me seduce especialmente. Imagino que a la gran mayoría se la traerá al pairo, como es lógico, porque en este tipo de cosas somos egoístas y cada uno mira por lo suyo. El técnico tiene muy claro y pone en valor, porque lo ha hecho en más de una ocasión, que los periodistas a los que tiene enfrente son la mayoría igual de realzales que él. Ni más ni menos. Cada uno a su manera y en el formato que su vida o su profesión se lo permite. Así lo recordó en un momento sensible como fue la espantada de Willian José, cuando le preguntaron por cómo se lo había tomado: “La mayoría de aquí sentís la Real, ¿no? Pues ya está todo dicho”. O cuando al acabar la rueda de prensa previa a la ida de la semifinal de la Copa, antes de abandonar la sala, espetó con una imborrable sonrisa: “A ver si mañana estamos todos muy contentos”. Insisto, para alguno será absolutamente intrascendente, pero después de ver desfilar a demasiados entrenadores que nos han visto como el enemigo cuando el banquillo de la Real es un balneario comparado con el de otros clubes y que, aún más grave, han hecho de menos a nuestro club, al menos a mí me reconforta.

Me encanta el mensaje que predica Imanol. Siempre sentido, directo e improvisado, algo digno de destacar hoy en día en el que todos los protagonistas se protegen y salen a las comparecencias públicas con todo preparado y detrás de una coraza diseñada por sus asesores. Pero esto, a veces, conlleva meter la pata. Es normal. Son muchas ruedas de prensa, con momentos más o menos delicados en los que puede no estar a la altura. Sobre todo cuando sale a hablar después de un partido con las pulsaciones revolucionadas. También me convence la forma con la que digiere las críticas. Podrá estar más o menos de acuerdo y le escocerán las cosas en mayor o menor medida, según las considere atinadas o no y dependiendo de la situación, pero al contrario que otros, no creo que haya sentenciado a ningún periodista que cubra la información de la Real.

Entiendo que muchos, sus más exacerbados devotos, que además me alegro de que los tenga porque uno de la casa siempre necesita una mayor protección, se tomaran mal los palos que recibió por sus palabras al término del duelo ante el Mirandés, con las que reconoció que el extraordinario recibimiento de la afición en la Avenida de Madrid “en lugar de darnos fuerzas y energía nos las ha quitado y nos ha cargado de responsabilidad”. Que conste que valoro su posterior aclaración, que no rectificación, de la semana pasada, una vez más bañada en cariño y en reconocimiento a su gente. Pero al igual que considero que, a pesar de lo que dijo Simeone, no fue la afición del Atlético la que marcó el 1-0 ante el Liverpool por su acogida, sí que creo que esa debe ser siempre la lectura positiva de un entrenador de todo lo que pueda suceder fuera del verde. Quien más o quien menos de los que vivimos el increíble recibimiento lo pensamos. No es la hora de admitir y desvelar puntos débiles, sobre todo cuando te encuentras a las puertas de disputar El Partido. Ya hemos comprobado la postura de otros semifinalistas, que presos de los nervios ya han adoptado una actitud amenazante y arrogante. Y esto no ha hecho más que empezar.

El que tiene boca se equivoca. Le puede pasar a cualquiera. Hasta a nuestro entrañable entrenador. Uno de mis ídolos, Totti, se despidió con una emotiva carta de su afición: “Roma es mi familia, mis amigos, la gente que amo. Roma es el mar, las montañas, los monumentos. Roma, por supuesto, son los romanos. Roma es el amarillo y el rojo. Roma para mí es el mundo. Este club, esta ciudad, han sido mi vida. Siempre”. Como nuestros colores para nosotros. La Real es el mundo de Imanol. Y el mío. Siempre. ¡A por ellos!