un chute de energía en toda regla. La Real disputó los 90 minutos de partido alentada por una hinchada bulliciosa que no dejó de animar. Sin embargo, esta vez la diferencia respecto a otras citas residió en lo vivido durante la previa del encuentro. Esta se presumía caliente. Y así lo fue. El autocar de la Real tardó diez minutos en recorrer la donostiarra avenida de Madrid, entre cánticos y bengalas. La noticia residió en que su carrocería resistiera sin aparentes desperfectos. Se llevó golpes de todo tipo, en forma de empujones no ya para el vehículo sino para el equipo, a modo simbólico. Y las lunas laterales también recibieron lo suyo, por parte de los futbolistas, que agradecían desde dentro el apoyo de la afición aporreando las ventanas. Si se trataba de proporcionar a los txuri-urdin una calurosa bienvenida, todo salió a pedir de boca.

La afición había sido convocada a las siete. Las dificultades para estacionar en las zonas habituales de aparcamiento, ya una hora antes de la cita, hablaban de que esta iba a resultar multitudinaria. Y así sucedería, a partir de un pistoletazo inicial a la algarabía que se dio a las 18.50 horas. Fue entonces cuando los seguidores que calentaban motores en los bares de la zona se lanzaron a la carretera y cortaron la propia avenida de Madrid 20 minutos antes de que llegara el autocar. Este salió puntual, a las siete, desde el Hotel Monte Igueldo, lugar de concentración del equipo. En torno a las 19.15 horas ya estaba enfilando la recta final hacia el estadio. Una recta final agradablemente eterna.

Los realistas atravesaron vítores, bengalas, banderas y, principalmente, una riada humana de constante banda sonora. Las luces de los teléfonos móviles daban fe de que todos los presentes querían también inmortalizar el momento, además de alentar a un equipo cuyos técnicos, sentados en primera fila, agradecían el apoyo saludando a la hinchada. Imanol, en la ventana junto a Mikel Labaka. Tras el chófer, Jon Ansotegi y el preparador físico David Casamichana. Con los cristales opacos en la mayor parte del autobús, ellos eran las caras visibles de una expedición que, cuando a las 19.30 horas pudo tomar el túnel de acceso a la zona de vestuarios, correspondía ya a los ánimos con una sonrisa, superado el subidón inicial. Con los depósitos de ilusión rebosando, esperaban el vestuario y el partido. Hora de plasmar todo el empuje recibido en una buena actuación futbolística. O al menos de intentarlo. - M. Rodrigo