Sucede en más de una ocasión que,cuando nos enfrentamos a unequipo de la vieja tradición, afloran en la memoria recuerdos imperecederos. Además, con el paso de los años,disfruto compartiendo con vosotros lasexperiencias y los momentos vividos.Valladolid siempre fue una plaza fuerte.Viaje cómodo, en el día, al que se sumabaa menudo mucha gente. Lo nuestro, enlugar de un grupo de enviados especiales,parecía la expedición al Anapurna. No sécómo pero al final nos juntábamos elciento y la madre. Nos gustaba (y nossigue gustando) un restaurante que se llama El Figón de Recoletos, ubicado alcomienzo de la Acera de Recoletos.

Creo que fue la última vez, o de las últimas, que nos reunimos más de veintecomensales. Entre turistas, comentaristas, adjuntos e informadores, cerca dedos docenas. Había que reservar contiempo y siempre se encargaba un compañero al que le apasionan los riñones.No faltaban nunca en el picoteo del principio, lo mismo que las morcillas, eltorrezno de Soria o el chorizo cocido a laolla. De segundo, para todos lo mismo, elplato emblemático: lechazo asado enhorno de barro. El postre, casi daba igual.A la hora del café, por gentileza de lacasa, nos sacaban unas rosquillitas deanís y una copa de mistela. Era elmomento en que asomaban los colores alos mofletes, rosáceos como los angelotesde Murillo.

Los días de partido, normalmente, hacemos una comida frugal, pero en algunoslugares nos pasábamos un poco. Nuncatanto como en Pucela. Sucede que losinformadores pertenecemos a dos bandos. Los de la radio que debemos irmucho antes que los de la prensa, porquehay que montar los artilugios, conectarsecon la emisora central e iniciar la transmisión mucho antes de que se juegue elmatch. A la prensa escrita le sucede locontrario. Puede llegar poco antes de queruede la pelota, pero terminan muchodespués porque deben escribir las crónicas. Gestionábamos bien esa situación.

Aquel día que os cuento, casi nos pilla eltoro horario. Para cuando llegamos aZorrilla ya se notaba el trajín previo.Cogimos las acreditaciones y subimos alcielo del estadio que es donde se sitúanlas cabinas. No hay un campo de fútbolen el que haga tanto frío, ni que tenga lospeldaños de las escaleras tan altos. Siempre, al día siguiente, las agujetas paseaban por mis gemelos y los sóleos se quejaban del esfuerzo. Después de aquellacomida de mariscales, eufóricos y convencidos de que sacábamos tajada, iniciamos la transmisión con mucha alegría.Al cuarto de hora perdíamos 2-0 ycomencé a atragantarme. Me salían losvapores por todas partes, me repetíatodo. Era el 23 de febrero de 1996. Nosmetieron tres y nos quedamos a dosvelas.

El viaje de vuelta venía marcado por elresultado. Tanto para nosotros comopara los peñistas que se desplazaban enautobús y con quienes coincidíamos enalgún restop. Siempre cerca del equipo, alas duras y a las maduras. Siempre reconocí el mérito de esas personas que, poramor a los colores, se pegaban (lo siguenhaciendo) unas palizas formidables. Nunca les agradecerán tanto esfuerzo. Solíamos comentar con ellos el partido, mientras tomábamos el café de turno. La historia era bien distinta según el tanteadorfinal. Un abanico, entre la alegría y elenfado. A la vuelta, de noche, como losgatos son pardos, no pasaba nada, pero ala ida, sobre todo en el tramo BurgosValladolid, por la autovía, había que controlar mucho la velocidad. Entre los radares fijos y los móviles, te pillaban como lepisaras mucho. A más de uno y a más dedos, les recetaron multas interesantes. Sile dabas zapatilla, te la jugabas.

Valladolid es también un lugar de cultura. He ido más de una vez al MuseoNacional de Escultura, una joya. Comodisfruto con iglesias y conventos, deborecomendar la catedral (mezcla de estilos), San Pablo (monumental fachada) yla muy románica iglesia de La Antigua.En el centro hay tiendas de vinos y quesos y lugares de tapeo, buen ambiente y casi siempre sol. Quedan algunas librerías emblemáticas que os sorprenderán.Siempre encontraréis algún libro curioso. En esta ciudad hemos vivido muchashistorias. Ahora, como siempre, las cosascambian. Rige los destinos de la entidadlocal Ronaldo Nazario. A su lado, DavidEspinar, director del gabinete de presidencia, muy buen amigo. Compartimostrabajo en los JJOO de Barcelona. Cenamos juntos en Madrid la noche en la quedebimos salir tarifando, antes de tiempo,del Santiago Bernabéu, y muchosencuentros más en el camino, incluidauna novela que publicó hace años con eltítulo de El hombre triste.

Estuve tentado de pedirle que ayer meinvitara al palco. Como ahora voy a misanta bola, estoy dispuesto a cualquierbombardeo. Hubiera sido divertido compartir asiento cerca de los mandamases.Si alguno de los conocidos me ve por allí,se pone malo o le entra la carrampa. Ja jaja. Disfruto con las travesuras. Comopodéis comprobar no he escrito una solapalabra del partido de ayer. Más allá delresultado final, llega un momento en quecuesta apasionarte. Y eso sorprende en elentorno de Zubieta. Cuando comienzauna temporada las expectativas sonenormes, crees que vas a estar con losmejores y que todo será maravilloso. Amedida que las jornadas avanzan se instala un gris. Entre claro y oscuro. Cuandolas matemáticas dejan de hacer milagros,se habla de transición. Que si lesiones,que si mala fortuna, que si cedidos, prestados?, el runrún de lo venidero (los quese quedan, los que se van, los que puedenvenir) lo que queráis. Y si encima ves laclasificación, sientes envidia del Getafe,del Alavés, del Betis que es nuestro próximo rival. Además, partido entre semana,un jueves de abril, a oscuras. Sin discutir,prefiero aquellas excursiones con paraday fonda, a orillas del Pisuerga o en Albacete, ciudad de la que también guardogratos recuerdos. El camino está plagadode momentos inolvidables. De vez encuando, alguno de ellos, de índole futbolística. ¡Faltaría más!