Bastaron dos minutos de partido en Mestalla para entender por qué Imanol se había desgañitado el miércoles, alertando a los suyos del peligro valencianista en las transiciones. El entrenador txuri-urdin tenía ya decidido encarar el encuentro a pecho descubierto, quizás animado por los esfuerzos coperos del rival. Y esa contienda de ritmo alto que pretendía forzar, basada muchas veces en duelos individuales a campo abierto, exigía dosis muy elevadas de concentración e intensidad. Ante un rival de estructura fija, un 4-4-2 inamovible, fue la Real quien apostó por mover fichas para exponerse y llevar la pelea a su terreno. Lo logró en muchos momentos. En otros, no tanto.
Zubeldia, esta vez pivote, se incrustó entre centrales a lo largo de los 90 minutos para generar superioridad numérica en la salida de balón, abrir al Valencia y generar pasillos interiores. Perderla en ellos era letal. Avanzar desde esa zona, prometedor. Mikel Merino, por su parte, saltaba a presionar a Roncaglia y deparaba con el movimiento un uno para uno en todo el campo. Que cualquier pivote o delantero rival lograra recibir y girarse era letal. Apretarle y robar, prometedor. A eso jugó ayer la Real, a llevar el partido a un escenario en el que, sobre el papel, el paso de los minutos castigara a los che.
No salió mal en la primera parte. Paradójicamente, se dio peor en la segunda, estando nuestro equipo más descansado. Porque quien acusó la fatiga fue Merino. Tras un notable despliegue previo, empezó a llegar tarde a la presión, y provocó así dos circunstancias. Primera: el Valencia encerró a la Real. Segunda: la Real, con el navarro justito, perdió capacidad de salida. Algo solucionaron el oxígeno de Sangalli y las cabalgadas al espacio de Theo, pero en líneas generales hubo que sufrir para amarrar un buen punto.