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Felicidad, qué bonito nombre tienes

Felicidad, qué bonito nombre tienesFoto: Ruben Plaza

si fuera psicólogo, lo recomendaría en casi todas mis consultas: “Cuando esté triste, no deje de ver la película Love Actually una o dos veces para reconciliarse con el ser humano”. Una película que es un culto al amor, en cualquiera de sus variables, y al cariño. Que se fija en un espacio que emociona hasta al más rudo e insensible, la sala de llegadas de un aeropuerto. Con sus habituales estallidos de alegría o los brotes de lágrimas cada vez que las puertas se abren y aparecen nuevos pasajeros. Pocas cosas enternecen y contagian más que contemplar la felicidad de la gente. A mí siempre me ha pasado. Sobre todo en el fútbol. Creo que lo he contado más de una vez, compartí habitación en casa de mi abuela en Madrid durante diez años con mi primo Martín, un hermano de por vida para mí, al que le llamaba poderosamente la atención que en las imágenes de las repeticiones de los goles siempre me quedaba con las reacciones de la gente en la grada. Por cierto, un Martín que siempre ha sido del Barça y que me llegan informaciones de que poco a poco se ha ido contagiando de la fiebre txuri-urdin, imagino que por una pequeña influencia mía y por el recuerdo de su padre, mi querido y añorado tío Iñaki, que sentía tanto como el que más nuestros colores.

Me acuerdo de muchos vídeos que me han impresionado a lo largo de mi vida por la euforia de los hinchas, la narración de los comentaristas o el festejo de los protagonistas. En mi retina, para siempre y por poner un ejemplo, un vídeo de la televisión colombiana en el Mundial de 1990, cuando su selección perdía por 0-1 ante Alemania y parecía condenada a la eliminación. A falta de pocos minutos para el final, la narración era fatalista hasta que en el 90 marcó el empate Rincón y la explosión de júbilo tanto de los jugadores como del periodista, que proclamaba a los cuatro vientos que iban a ganar el Mundial, todo ello aderezado con la motivante y mítica canción de Felicidad de Albano y Romina. Fue memorable.

Felicidad, qué bonito nombre tienes. Voy a intentar escribir en clave txuri-urdin porque no necesitamos a nadie para ser felices. Sabemos lo que somos y lo que queremos. Y nos tiene que dar igual lo demás. Esto funciona así. Para lo bueno y para lo malo. A ver si nos damos cuenta de una vez.

Somos la Real Sociedad. No hay nada más grande que eso. Que sentir estos colores. No importa lo demás. No nos interesa el resto. A mí lo que me gusta de verdad es ver a Mikel Oyarzabal celebrar un gol con su gente. Con la grada enloquecida sin ninguna cámara de móvil para inmortalizar el momento, celebrando el tanto que decidió el derbi. “Es imposible describirlo con palabras”, dijo el bueno de Mikel. Normal, solo hace falta ver las imágenes. ¿Hay algo más increíble que ver a familias blanquiazules celebrando el tanto de Oyarzabal? ¿De verdad han visto los planos? Familias enteras festejando como merece la consecución de un tanto clave de su Real. Eufóricos y exultantes. Amigas abrazadas y saltando, un padre con su hijo pequeño en brazos y pegando gritos, señores mayores señalando al 10 con el otro puño en alto? ¡Se detuvo el tiempo! Esto es lo que yo entiendo como el verdadero fútbol. El que me apasiona, el que considero inmortal pese a que algunos villanos se estén empeñando en destrozarlo. El fútbol es de la gente. La Real también. De su afición.

Felicidad, qué bonito nombre tienes. Este no es un artículo para sacar pecho ante nadie. No nos interesa lo más mínimo. Es una reivindicación del sentimiento realista. Aunque lo tuvimos que descubrir a base de disgustos, comprobamos que en la competición no hay amigos. Que la Liga son 19 rivales que no se van a preocupar por ti. Que tenemos un estadio precioso, con un fondo incansable que se ha convertido en la envidia de la Liga. Que tenemos claras las señas de identidad de nuestro club. Sabemos quién es nuestro eterno rival, al que más nos gusta ganar. Pero tampoco le damos demasiada importancia. Nos gusta la rivalidad y nos pone derrotarle. Pero nada más. No nos pasamos una semana entera dándole vueltas a una derrota porque somos conscientes de que puede pasar, como ha ocurrido tantas y tantas veces a lo largo de la historia. Y duele, pues claro, por eso los partidos tienen ese componente de rivalidad germinada a lo largo de épicas batallas. El sábado pasado disfrutamos a lo grande de una gran victoria. Nos lo merecíamos. Nos la debían. Por eso estábamos tan contentos. El lunes envié un vídeo de la grada al final del encuentro a uno de los muchos grupos de WhatsApp y el comentario que más me gustó fue el de un gran amigo madridista: “Qué guapo. Qué feliz hace el fútbol a la gente”.

Estamos orgullosos de los nuestros. Aunque por momentos nos enfaden y este año nos hayan puesto en guardia con su comportamiento con el anterior entrenador. Los queremos, porque son los nuestros. Nos da igual su lugar de procedencia. Con ponerse la txuri-urdin y darlo todo ya les vale para conquistarnos. Contamos con una cantera impresionante porque lo confirma cada año, pero tampoco somos pretenciosos. No creemos que sea la mejor del mundo, porque no lo es. Pero es la nuestra. Y tenemos a Mikel Oyarzabal. Uno de los mejores productos salidos de Zubieta. Un futbolista extraordinario, una estrella con alma de peón y, lo que es más importante, una persona ejemplar. Y el que no lo quiera ver, allá él. Tiene que costar no hablar de los dos intentos de fichaje multimillonario que le han hecho. Nunca lo ha admitido. Por respeto. Que alguien pueda perder los papeles por una puyita, he dicho bien puyita, con la que respondía al ataque frontal de un portero desconocido, es de no creer. ¿Que se la pudo ahorrar? Pues sí, o no. ¿O es que tenemos que callar siempre nosotros? El abrazo que le dieron dos niños de Beasain en Zubieta después de que les firmara la camiseta, que arrancó la mejor de sus sonrisas, nos recordó que esto es la Real. Que nos encanta que sea así. Y que seguimos y seguiremos nuestro camino teniendo claro quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos. Y lo que digan los demás, está de más. Siempre con Oyarzabal y sus besos al escudo. Mikel, tú celebra los goles como más te apetezca. Pero celebra muchos, por favor. Por nosotros. Siempre con los míos. ¡A por ellos!