pues ya lo ven. Un año más, tres finalistas españoles en las dos competiciones europeas. El espectacular registro vuelve a poner de actualidad un viejo debate sobre si la Liga es la mejor del mundo. Resulta evidente que los dos gigantes son una referencia planetaria, algo que deben agradecer a la incondicional complicidad de la LFP, y que la clase media-alta, esa en la que no consigue instalarse la Real, es lo suficientemente competitiva como para aspirar a títulos en el viejo continente. Pero a nosotros ya no nos la cuelan. A lo largo del año creo que he desgranado suficientes ejemplos como para sentirnos más que molestos, pero ninguno tan grave, como el circo que se forma en las últimas jornadas.

No sé si se han dado cuenta. La Liga española tiene que ser el paraíso para los apostantes. En las etapas finales, casi todos los equipos que realmente lo necesitan suelen sacar adelante sus partidos pese a que su media de puntos es paupérrima hasta este momento. Salvo el Levante en Málaga, donde le anularon un gol legal a falta de un cuarto de hora que le hubiera dado los tres puntos, todos los demás candidatos a perder la categoría han sellado triunfos que todos sabemos que no hubiesen logrado en, por poner un ejemplo, enero.

Pero no se confundan. Todos son igual de culpables. En este tema no se libra nadie, y no es solo responsabilidad de la LFP que, al menos en los últimos años, ha comenzado a intentar poner coto a la barra libre de compra de partidos que se daba anteriormente. La cuestión es que el problema está completamente enraizado y naturalizado. No hay más que recordar el vergonzoso e intolerable comentario realizado por José Antonio Camacho el pasado sábado ante el Madrid cuando Rulli, por aclamación popular, algo que debería haber oído porque estaba en la grada, subió a rematar la última falta ante el Madrid: “No entiendo por qué sube, si la Real no se juega nada”. Imposible no pensar varias cosas. A estas alturas, uno llega a aceptar que pese a ser el patrocinador principal de la Real y de cubrir cerca del 70% de su millonario presupuesto, haya comentaristas como el propio exseleccionador o Rubén de la Red que se refieren al Madrid en primera persona del plural, como si nuestro equipo fuese extranjero. Lo que no vamos a permitir jamás es que pisoteen nuestro orgullo y nuestros deseos de intentar vencer siempre pese a nuestra manifiesta inferioridad, sobre todo si tenemos enfrente al club más poderoso del mundo. La cuestión ahora es plantearse el nivel de oposición que tuvieron los conjuntos que entrenó Camacho cada vez que se enfrentaron a su querido Madrid, porque lo que está claro es que lo único que le importa es que gane siempre.

Lo que pasa es que tampoco podemos mirar hacia otro lado, porque la Real ha formado parte e incluso ha asumido una cuota demasiado grande de protagonismo en el lamentable circo de las últimas jornadas de la Liga. No es fácil convivir y sobrevivir entre trampas y sospechas, pero la forma de evitarlas es afrontando todos los partidos de la misma forma para que nadie te pueda reprochar lo más mínimo. Y nuestro equipo no lo ha hecho, como bien sabemos todos. A esto hay que sumar que, pese a que muchas veces no ha sido queriendo, cuando no afronta los duelos con la máxima intensidad, en lugar de ofrecer su mejor versión sin tanta presión se convierte en un adversario del montón capaz de perder contra cualquiera, como ya acreditó la pasada campaña en el sonrojante 0-3 frente al Granada.

Mi opinión la tengo muy clara. Todos los años, cuando se negocian las primas, hay unos partidos con premios especiales que se escogen a dedo. Unos los elige el club y los otros la plantilla. Una vez analizado lo sucedido en los últimos años, si fuese Aperribay, tendría claro que designaría los últimos en casa para intentar que la afición acabase el curso mínimamente contenta pese a no haberse alcanzado los objetivos programados en verano. Porque lo que está sucediendo no es una cuestión de este año, ni del pasado, viene de lejos. Y como ejemplo recordar que el origen del sonado fracaso de Krasnodar estuvo en un final de campaña anterior penoso, con una última derrota ante el Villarreal en Anoeta cuando se disputaban la sexta plaza.

Pocos tienen más motivos que yo para desear que se salve el Rayo. Cubrí tres años la información de su primer equipo, con todo lo que conlleva en un club que se hace querer como ninguno. Con una afición con la que vamos a alucinar hoy, que acompañó a los suyos de la misma forma hace unos años en Segunda B. Pero lo siento mucho. Han tenido la mala suerte de que la Real arrastra una deuda con su gente y nada, absolutamente nada, me perturba más que el bienestar de la afición txuri-urdin. Insisto, deseo como el que más que certifiquen su permanencia el próximo fin de semana, pero el conjunto realista está obligado a ganar esta tarde. Y si los jugadores no son conscientes de ello, es que no se puede contar con ellos para nada.