Casualmente, repasé anteayer un ejemplar de septiembre 1987 de la revista Gudari, en aquel entonces órgano de expresión de EGI de Bizkaia. Aparece en ella una extensa entrevista con un joven Iñigo Urkullu, recién nombrado Director de Juventud de la Diputación Foral. Afirma que prefiere servir al país desde dentro del partido, que siempre ha sido reacio a lo público. Parece aceptar el cargo con cierta resignación. Lo cierto es que su trayectoria en el PNV durante los siguientes cinco lustros –hasta 2012– corrobora sus palabras. Lo habíamos conocido fundamentalmente como hombre de partido, motivo por el cual algunos nos llevamos una considerable sorpresa cuando su nombre emergió como candidato a lehendakari. Desconocemos si también en esa ocasión se resistió o, al contrario, asumió con naturalidad que había llegado su momento. Lo que parece obvio es que el partido acertó con la decisión. Por cierto, en la citada revista aparece también la noticia de su reciente boda en Urkiola.

Se vio ayer a un lehendakari dispuesto a reivindicar con orgullo su legado político y personal. Han sido tres gobiernos en tres circunstancias diferentes: monocolor y en coalición; sin mayoría absoluta y con ella. Aunque parezca paradójico, cuando más ha sufrido ha sido precisamente cuando más apoyo tenía en el parlamento, debido a una concatenación de crisis –amén de algunos errores que reconoció y por los que se disculpó– que han terminado por causarle cierto desgaste. También a su partido. Tiempo habrá para realizar un balance más sosegado, pero soy de la opinión de que Iñigo Urkullu puede estar orgulloso de su trabajo.

Los próximos dos meses serán apasionantes. Tanto los jelkides como EH Bildu presentan a dos candidatos muy solventes. El nombre de Imanol Pradales fue acogido con sorpresa por la mayoría, también con cierto escepticismo por no pocos simpatizantes jeltzales, pero desde que ha comenzado a recorrer pueblos y medios de comunicación está demostrando muchas tablas y trasladando buena imagen. Su doble reto estriba en hacer creíble la renovación, pero a su vez retener los votos extra –valga la expresión– que Iñigo Urkullu conseguía de ámbitos electorales diversos, no precisamente nacionalistas, gracias a la imagen de confianza que trasladaba. Algo similar cabe decir sobre Pello Otxandiano: su, para muchos, inesperada candidatura, pero también su evidente fortaleza, aunque arrancó con un pequeño patinazo al referirse a las listas más votadas. Será una batalla emocionante, aunque parece obvio que, gane quien gane, el lehendakari saldrá de Sabin Etxea, debido a las alianzas posteriores. Tal vez sea esta la última vez en la que el este esquema se repita. Quién sabe.

Está por ver cuánto aportarán los socialistas al previsible nuevo gobierno. Si entre los dos socios llegarán a la cifra mágica de 38. Nunca es labor sencilla asomar la cabeza como el hermano pequeño de un gobierno de coalición, marcar territorio propio. Tengo para mí que Eneko Andueza no está acertando en el tono de sus diatribas contra sus socios de Lakua, que causan a veces cierta perplejidad. Su estilo puede agradar a sus gentes de las Casas del Pueblo, pero no parece que así pueda pescar mucho en nuevos nichos. El PP, por su parte, piensa que tiene el viento de cola y crecerán en las urnas, pero no todo lo que funciona fuera funciona necesariamente aquí; es más, a veces perjudica. Pongamos por caso la creciente embestida de muchos peperos mesetarios contra el Concierto Económico. Sobre el otro espacio, el da la llamada izquierda federal, asistimos con asombro a su inmolación. Resulta incomprensible lo que está sucediendo.