Cartas entre seres queridos “que ni salían ni llegaban”. Hoy las han leído las que Consuelo, Josefa y Lola: “De ropa, me visto con lo que vosotras me mandasteis, lo demás que tenía, en los cinco años de prisión que llevo, quedó reducido a inservible”. Los testimonios de las mujeres represaliadas y sus familiares durante la presentación del libro La represión franquista ejercida sobre las mujeres entre 1936 y 1945. El caso de Gipuzkoa estremecen:

A la abuela (Petronila Goméz Aizpurua, de Zumaia) de la azkoitiarra Mari Ángeles Aranbarri (ahora reside en Azpeitia) “le dieron lo que se daba, aceite de ricino, le cortaron el pelo, y la enviaron de paso calle arriba y abajo. En mi casa pasaron muchas cosas”, reconoce esta mujer de 76 años.

"En la calle me decían con retintín que a mi amama le había cortado el pelo; le hicieron lo que se hacía, darle aceite de ricino”

Mari Ángeles Aranbarri - Nieta de Petronila Gómez Aizpurua

Mari Ángeles recuerda que ya de niña, había gente en el pueblo que le decía “con retintín que a mi abuela le habían cortado el pelo”. Su historia fue descubriéndola “poco a poco”, y aunque hoy dice sentir “orgullo” por aquellas valientes que fueron su abuela y su madre (Elbira Alonso), le embarga al mismo tiempo una “pena tremenda” por todo el sufrimiento y “las humillaciones” de las que fueron víctimas: “La guerra es la guerra, pero hasta tanto… Es una pasada”.

María Puy Intxausti también ha expuesto sus vivencias en un emotivo vídeo que ha removido lo más hondo de las cerca de 70 personas que han asistido esta mañana al acto de homenaje llevado a cabo en la Diputación de Gipuzkoa y al que han acudido representantes de instituciones públicas, asociaciones memorialistas, hijos e hijas de hombres y mujeres víctimas de la represión franquista, así como niños y niñas de la guerra. Entre ellos estaba el presidente de Aranzadi y prestigioso forense Pako Etxeberria.

Puy Intxausti lo ha contado como lo presenció: “Yo he visto en Tolosa, por toda la calle Rondilla, una pobre chavala que sería como yo, con todo el pelo cortado, diciendo soy una ladrona, soy una ladrona. ¿Y qué es lo que había robado? Manzanas”.

La venganza: quemar la casa

Testimonios aterradores: “Mi tía estaba fuera con sus hijos, y ya cuando vino, fíjate la venganza lo que fue: entraron en casa; no había nadie, porque mi tío estaba en la cárcel. Sacaron todo lo que había en casa y ahí le hicieron la hoguera. Era un miedo total, total. Horrible”.

Y más: “Cuando mi madre tenía 23 años, después de haber matado a su padre, lo que sé es cómo pasaba el panadero, y no se paraba en nuestro caserío porque éramos rojos. Y mi madre tenía que ir hasta Alsasua en tren y yo iba a la estación que está lejos. Y aunque era pequeña le ayudaba como podía”.

En la cárcel de Saturraran

Felicidad García Bienzobas lo vivió en sus carnes y así lo ha contado: “Nos obligaron a mi hermana y a mí a ver cómo torturaban a mi padre y a mi hermano, mientras nos daban aceite de ricino a los cuatro”. Cuando las soltaron, nadie quería acogerlas y tras juzgarlas, “nos mandaron a mi hermana y a mí al penal de Saturraran (Mutriku) y a mi padre y a mi hermano al de Burgos y allí pasamos cuatro años y medio”, ha recordado: “Pasamos mucha hambre. La vida en la cárcel la teníamos que hacer en 50 centímetros marcados en la pared para tener el petate, que era un colchón, que de día lo enrollábamos y era asiento y de noche lo estirábamos y era la cama”.

También Aurori Albizu contó la historia de su familia: “Mi abuela iba todos los domingos a misa. Iba encima de un caballo negro que teníamos y una vez, al salir de misa, yo no sé si un soldado, un falangista o quién era, en la plaza de Zegama, le dijeron que dijese ¡Arriba España!. Y ella respondió que no sabía hablar en castellano. Y entonces, le obligaron a dar vueltas por la plaza y la calle con la mano levantada. No debía hacer otra cosa que llorar”.

Paulina Alustiza, de Zegama, también se rebeló ante el fusilamiento de su marido y sacó un recordatorio, una esquela en la que verbalizó que “le habían matado por sus ideales”. Organizó una ceremonia religiosa que congregó a 300 personas, que fueron interrogadas, y provocó la prpia detención de Paulina y de otra mujer integrante de Emakume Abertzale Batza. “Ella se resistió”, como resistieron todas ellas, en su lucha por la supervivencia, según explicó la historiadora Ione Zuloaga, autora del libro.

“Cuando mi madre volvió a Tolosa en 1964, le hicieron un vacío, porque era roja y tenían miedo de juntarse con ella”

Ana Mari - Hija de Cecilia G. de Guilarte

La madre de Ana Mari, Cecilia G. De Guilarte, natural de Tolosa, era corresponsal de guerra. Una de las pocas que hubo en todo el Estado español. Y “sobre todo era roja”. Ello le costó el exilio al término de la Guerra Civil, junto con su marido, comandante del Batallón Disciplinario de Euskadi. Rehicieron su vida en México, donde nacieron dos de sus tres hijas, entre ellas Ana Mari, pero a su regreso a su Tolosa natal en 1964, Cecilia vivió en sus carnes la represión en forma de aislamiento. Falleció en 1989 en este municipio: “Cuando mi madre volvió, le hicieron un vacío en Tolosa. Sólo una mujer iba a mi casa de visita. Porque mi madre era roja y tenían miedo de juntarse con ella, incluso se cambiaban de acera, y en el 64 ser rojo era muy peligroso”.

Edurne Alegría Aierdi, de 74 años, nació en Venezuela, y hoy vive en Getaria. Su aita era de Getaria y su ama de Zarautz, aunque nació en Beasain. Una vez terminada la guerra, los siete hermanos, los dos más jóvenes se tuvieron que ir a Inglaterra. Fueron niños de la guerra. “Y cuando la familia se juntó de nuevo en Zarautz, tuvieron que empezar de cero, porque dejaron la casa vacía. Y como la vida era difícil, mi ama decidió irse a Venezuela para sacar la familia adelante. Y allí se casó co mi padre”.

“Nuestras madres y amonas lucharon por una Euskadi Askatuta y por eso sufrieron”

Edurne Alegría - Hija de Margari Aierdi Aldasoro

Edurne conoció toda la verdad de voz de su madre, Margari Aierdi Aldasoro, que falleció en 2005, y le hizo partícipe de un legado: “Mi madre . quería contar, transmitirnos, como nos transmitió el idioma, el euskera. Estoy orgullosa de ella y siento además que me ha tocado trasmitir eso que me transmitió mi madre y a ella la suya. Me veo como un eslabón más de esa cadena. Porque el trabajo de estas mujeres se ha ocultado y no se le ha dado valor. Dicen que nuestros padres lucharon y sufrieron por la democracia. Perdona, lucharon por una Euskadi libre, askatuta: 'Gora Euskadi askatuta', que era el equivalente a independiente. Nuestras madres y abuelas lucharon por la libertad de este pueblo y por eso sufrieron"