El documental memorialista Aita cumple una década. El filme fue un emotivo estudio de introspección del periodista vasco Chema Salcedo, toda una figura mediática en Perú, país al que se exilió su familia teniendo él tan solo 4 años. En la cinta, que se estrenó hace una década en ETB, el cronista abunda en diferentes aspectos de la intensa vida de su padre, José Salcedo Molinuevo, gudari del batallón Irrintzi del PNV, unidad en la que fue uno de los encargados de la sección de morteros.
Echando la vista atrás, este combatiente del lehendakari Aguirre cumplió 96 años el 12 de agosto de 2012. Antes de pasar la última hoja de aquel calendario falleció el 1 de diciembre en Lima, capital de Perú, donde residió más de 65 años. En ese momento, su hijo puso en marcha todo el engranaje para ir gestando el documental Aita con su material audiovisual familiar.
El periodista viajó a Euskadi sur. Visitó algunos de los lugares que su figura paterna pisó en su infancia y en los días de aquella guerra surgida tras un fracasado golpe de Estado ejecutado por militares españoles contrarios a la legítima Segunda República.
Salcedo hijo visitó Trapagaran, donde su padre nació en 1916, o Zorro-tza, donde residieron. Aquel hombre fue hijo de Fidela Molinuevo y de Esteban Salcedo. La primera al cargo del hogar y el segundo trabajaba en una panadería. Contaban con un huerto y algunas vacas. “Mi padre vendió una res cuando tenía 14 años y llegó a un buen precio de venta”, relata Chema desde la capital de la república amazónica.
El panadero había combatido en Cuba y Filipinas con España. Su hijo, sin embargo, acabaría siendo gudari voluntario. “En Filipinas, Esteban huyó con otros compañeros de armas a un convento franciscano y logró volver a casa”, detalla al respecto su nieto periodista.
En el momento en que la Segunda República hizo frente a los golpistas, José Salcedo, junto a otros amigos de su barrio, consensuó partir a defender las libertades y los derechos humanos enrolado en el batallón del Ejército de Euskadi número 77, MAI Irrintzi, del PNV. “El cuartel lo tenían donde están ahora las escuelas de Briñas en Bilbao”, desvela.
Según un estudio de Francisco Manuel Vargas Alonso, este batallón de Máquinas de Acompañamiento de Infantería (de ahí las siglas MAI) era una unidad de morteros y artillería anticarro que actuó distribuyendo sus compañías en los diferentes sectores del frente, desde Asterrika (Ondarroa) hasta la zona de Orduña. Su nombre hacía referencia al famoso grito de guerra euskaldun. Su primer comandante fue Gabino Artolozaga, a quien sucedió en Santander Koldo Azkue. La unidad conoció como acuartelamiento en Bilbao las Escuelas de Briñas, y también el colegio de los padres Escolapios.
En enero de 1937 eran 1.243 hombres. Sus compañías lucharon en Legutio, Otxandio, Barazar, Urkiola, Eibar, Errigoiti, Sollube, Jata, Gondramendi, Amurrio, Orduña, Bizkargi, Peña Lemona, Cinturón de Hierro o Artxanda. En un manuscrito del gudari Salcedo incluía también que él fue testigo de cómo quedó Gernika tras el histórico bombardeo: “Vio las columnas de humo desde un alto de Eibar y al día siguiente pasaron por las ruinas”. Los gudaris del batallón Irrintzi fueron apresados en el denominado Pacto de Santoña.
“En la retirada, a mi padre –explica Salcedo– le encargaron la defensa de Artxanda y luego alguien de ANV, por orden del Gobierno republicano, quiso dinamitar las fábricas. Sin embargo, mi padre se encargó de protegerlas, hasta que se replegaron hacia Santander”, señala. Añade que su padre “fue interrogado, no tenía cargos, era un militante de base y no llegó a ser afiliado al PNV, pero sí era un simpatizante del partido, como el resto de su familia”.
En ese momento regresó a su hogar, lo que fue una sorpresa para la familia. Pero en Trapagaran un vecino falangista le denunció y le llevaron detenido a comisaría. “Su padre, panadero, que había defendido a España contra Estados Unidos, se dirigió a casa de un rico del pueblo y le acompañó a la comisaría. Con su intermediación logró que José recuperara la libertad”. El gudari ayudaba a la familia haciendo labores agrícolas, y logró un empleo en Babcock & Wilcox como tornero. Pepe –como le llamaban– conoció a su futura esposa en Zorrotza: Matilde de la Torre Ortiz era conocida como Chirri, por el apodo de dos famosos jugadores del Athletic de la época, porque en un recreo del colegio dio un patadón a un balón.
Exilio en Perú
La mujer y otros familiares habían sido evacuados a Euskadi norte, a Kanbo (Lapurdi). Desde allí, con el avance de los nazis en Francia durante la Segunda Guerra Mundial, buscaron exilio en Perú, donde ya residía un familiar desde la década de los 20. “Era muy nacionalista, tenía la ikurriña en el comercio del que era propietario. Y la foto de la selección de Euzkadi de fútbol, aquella que salió de gira mundial. En blanco y negro y la tenía coloreada con camisolas verdes”, relata a este medio.
Chema fue educado en Lima, en el colegio de los jesuitas. “Tenía educación diurna y nocturna. En la nocturna, era mi padre quien me hablaba de la guerra, de las trincheras… Yo como era un chiquillo, esas historias me eran absolutamente fascinantes”, sonríe quien vivió una “impresión tremenda” cuando descubrió la firma paterna en las nóminas del Irrin-tzi de la mano de Eduardo Jauregi en Sabino Arana Fundazioa. Y vuelve a sentir lo mismo cuando recibe más halladas por Kepa Ganuza, de Euskal Prospekzio Taldea.
“Te diré que al ver la firma la comparo con la que aparece en las notas de mi colegio y corresponde a la misma mano”, curiosamente aquella que sufrió un percance durante la guerra. El gudari lo narraba en el documental. “Me cayó una caja de morteros encima. En vez de coserme el dedo, me lo vendaron mal, y me ha quedado deformado para toda la vida”, señalaba meses antes de fallecer.
Su hijo poco después llegó a visitar una cueva donde se protegió su padre y otros compañeros en la zona de Eibar. “Al principio uno cree que va a Euskadi a buscar algo, luego se da cuenta de que lo que quería era estar simplemente allí, con todos los que estuvieron allí”, asevera. Meses antes cumplió el último deseo del gudari: poner una ikurriña sobre su féretro. Fue entonces cuando una mujer se encargó de ir a que le confeccionaran una. Compró la tela de fondo roja y cintas verdes y blancas. En un mercado, un hombre que hacía maletas se la confeccionó perfecta. “¡Esa fue mi vida!”, concluye a cámara el antifascista en el emotivo documental que aún se puede visionar en la web de ETB. A continuación, le despide la voz de su hijo en pantalla: “Agur, aita, agur”. l