El pasado jueves por la mañana era evidente que por la cabeza de Javier Esparza Abaurrea (natural de Aoiz y nacido el 20 de julio de 1970) pasaban un montón de cosas. El presidente de UPN, en primera fila de la toma de posesión de María Chivite como presidenta, estaba como ausente. La mirada vacía, los hombros caídos, el gesto derrotado. Es obvio que presenciar la reelección de una rival política no es agradable. Pero ahí había algo más.

Hoy sabemos qué era: que Esparza tenía la certeza de que esa iba a ser la última vez, que esa era la primera de las últimas veces de muchas cosas, todo lo que se va cuando se renuncia a volver a ser el candidato de UPN. El lunes, tras ver al rey en la ronda de consultas, Esparza repetía que “la vida son ciclos”. Y el suyo como aspirante a presidente de Navarra ha terminado. Los resultados de las generales –con UPN en cuarta posición– y la formación del segundo Gobierno de Chivite han agotado el crédito del dirigente regionalista después de tres intentos fallidos –2015, 2019, 2023– por volver al Palacio de Navarra.

Atrás quedan ocho años de oposición marcados por un liderazgo hermético, una propuesta política pobre y errática, llena de cálculos electorales erróneos, y una baza definitiva –la de la intervención de Madrid en los asuntos navarros– agotada. Al calor de la final de Copa entre Osasuna y el Real Madrid, UPN presentó su campaña para las últimas forales como si fuera un equipo de fútbol. Tres meses después, ha llegado el pitido del final del partido. Al menos para su capitán. En realidad, no va a dejarlo ya mismo. De hecho, su plan es quedarse toda la legislatura en el Parlamento. Y luego ya veremos. No tiene sentido que se presente a la reelección interna en abril de 2024. Les tocará a otros dar el paso. Luego volvemos sobre esto.

2015 El final del barcinismo

Apatía y mano dura

Él ya lo dio en 2015. Se vivía la crisis del barcinismo tras una legislatura calamitosa. Esparza ganó la partida tanto a Alberto Catalán –hoy es su hombre de confianza en Madrid– como a la expresidenta –con un órdago por las listas– y a Amelia Salanueva –por la presidencia interina–.

Pero la marejada no fue sino el reflejo de lo que se vino en las urnas. Esparza pagó la cuenta electoral del barcinismo y tuvo que empezar de muy abajo. El desalojo del poder fue un drama para UPN. El palo fue también anímico. Y Esparza, o no quiso o no supo reconstruir el partido. El congreso de UPN de 2016 fue apático como pocos: sin apenas debate, sin alternativas. Esparza se dejó el 17% de los votos aunque era el único candidato, síntoma de la apatía interna. Y en lugar de aprovechar para restañar el partido en una legislatura que se sabía que iba a ser en blanco, Esparza optó por colocar una ejecutiva de afines para ir al choque frontal con el Gobierno.

Fueron años duros, esos de 2017 y 2018. Esparza siempre pensó que el cambio iba a ser un mal sueño, una pesadilla breve, y que luego volverían. Calienta el ambiente –son los tiempos de las manifestaciones de la txistorra, de las tournés madrileñas, de utilizar el Gobierno del PP para hacer contrapoder– y espera.

2019 Navarra Suma

La apuesta fallida

Se guarda una carta: una gran coalición para la batalla de las forales de 2019. Navarra Suma. En la práctica, una unión de derechas entre UPN, Cs y PP. Si los años de Esparza han sido de un tacticismo oportunista es por movimientos como éste.

Entonces, Esparza estaba convencido de que juntos sumaban más que por separado. Ahora, en 2023, ha invocado la razón exactamente contraria, que por separado iban a ser más. Lo cierto es que en mayo de 2019 sobrevolaba un miedo atroz en la derecha navarra, algo así como una tormenta perfecta. Cs estaba en su techo, pero su declarado antiforalismo podía pasarles factura aquí. Y el PP estaba en los huesos tras la abrupta salida de Moncloa y la llegada de un tal Pedro Sánchez.

La coalición optimizó todos los votos. Pero esas alforjas eran bien pesadas. UPN perdió su sigla y unió su destino a dos partidos de derechas. Se lo puso muy complicado a los socialistas. Veníamos de la foto de Colón –Esparza mandó a Yolanda Ibáñez– y la estrategia es doblar la presión sobre el PSN. Esparza confía en que la sombra de Bildu mueva a una intervención desde Madrid, al estilo agostazo. Pero 2019 no era 2007. Y todos sus intentos chocan contra el muro de Ferraz, donde para entonces ya manda Santos Cerdán, el arquitecto del giro del PSN y el hombre de confianza de Sánchez. Esparza no tiene interlocutores, o al menos no tan buenos. La esperanza de volver al antiguo esquema de pactos –con los socialistas sometidos– se esfuma. Mucho tiempo después, en noviembre de 2022, Esparza desafía a Chivite, en una amenaza rabiosa: “¿Le cuento la gestora que preparaba el PSOE en Navarra en 2019?”.

La formación del primer Gobierno de Chivite es un golpe tremendo. Esparza vive la soledad del aspirante. Lejos de cualquier posibilidad de volver al Palacio y al frente de una coalición que da muestras de incoherencia desde el principio.

La pérdida de la sigla, la férrea gestión interna, las malas perspectivas. Son temas con los que se llega a un congreso que fue un termómetro. Esparza gana, pero por poco. Sin campaña –por culpa del covid–, Sayas saca el 40% de los apoyos. La sensación de que cualquiera, daba igual quién, hubiera sacado un resultado similar. Esparza no integra, se bunkeriza. Su círculo es cada vez más pequeño y su control interno, mayor. Auge de la línea dura de Marta Álvarez, de Mario Fabo y no tener complejos, de colocar a Patxi Pérez –un perfil dócil y de confianza– al frente de Organización. De recuperar a Sanz como guía.

La pandemia lo acapara todo en el invierno más triste del mundo, el de 2020, sin esperanza y sin vacuna. No se puede entrar peor a 2021, el año del resquebrajamiento. Hasta entonces, Esparza contiene bastante bien la exposición pública de las discrepancias. A partir de ahí, será un goteo. En Villava y Andosilla, dimisiones de concejales, críticos con las formas de la dirección. Hubo más. Y justo al principio de 2022, la peor crisis: Sayas y Adanero.

Fue una bomba. Era un paso de Mahoma para Sánchez, sin el apoyo de los soberanistas. Esparza se deleita durante un mes, consciente de que UPN iba a ser determinante. Contemporiza, hace cálculos. Y desoye a voces internas que le recomiendan no convertir el episodio en una especie de mercadeo de bazar. Decide. Y a última hora, encarga a Ibáñez dar la orden a los diputados. Sayas y Adanero desobedecen en el pleno del Congreso, con todas las cámaras grabando. Fue la medida perfecta del estado interno de las cosas. Y de la forma de hacer de Esparza. En esos días, un tuit del que hasta 2019 fue diputado de UPN, Íñigo Alli: “Las crisis siempre llevan mar de fondo”.

2023 La crisis UPN-PP

Liderazgo sin crédito

Desde entonces hasta hoy, historia conocida. Y bien reciente. La peor crisis de la derecha navarra. UPN se parte en un proceso interno contra los diputados díscolos. La coalición de 2019 salta por los aires. Cs desaparece. El PP se crece con las perspectivas electorales. Y es evidente que a las elecciones de mayo se va a llegar por separado. UPN comienza a desangrarse con la marcha de los diputados al PP. Les siguen militantes y exaltos cargos, con declaraciones que ilustran ese mar de fondo del que hablaba Alli. Luis Zarraluqui, exconsejero de Fomento y parlamentario con Esparza, dice haberse sentido marginado por la dirección regionalista. Hay otros. En mayo, Esparza salva los muebles electoralmente hablando. Pero el proceso negociador es otro. Prácticamente, ni lo intenta, resignado a una situación similar a la de 2019. Ya no tiene fuerza, políticamente hablando. Ni dentro ni fuera. La cara del pasado jueves lo ilustra.

2024 La reconstrucción obligada

Candidato (y rumbo)

Queda un partido internamente herido, con dos rivales en su espectro político –PP y Vox– y el PSN en la presidencia. Ya se han acabado los tiempos de la inercia, de la oposición frontal como única baza. UPN, dice Esparza ahora, abre “un momento de reflexión”. Hay “tiempo de sobra”, insistió el lunes. El horizonte es 2027. Ya hay voces que dicen que ahora sí, ahora es el momento de pensar el partido. De sentar bases ideológicas, de fijar un rumbo tras ocho años erráticos. De que UPN decida qué partido quiere ser para los próximos años, qué papel desempeñar en una política navarra que no se parece en nada a la de 2015.

Lo que pasa es que el partido no está sobrado de liderazgos. Son dos los nombres que hoy tienen más fuerza: Cristina Ibarrola y Alejandro Toquero. La alcaldesa de Pamplona fue una apuesta de Esparza. Le falta pegada y el sillón consistorial va a ser incómodo con nueve de 27 concejales. Ya lo está siendo, con un recule histórico en la Plaza de la Cruz que no ha gustado a los poderes fácticos. Está cerca de esa élite regionalista muy cómoda en la segunda línea –los Sánchez de Muniáin, Carlos Salvador, Ana Elizalde...– y que cuyo favor ayuda o complica a otros hacerse con las riendas del partido.

Toquero tiene la mayoría absoluta de Tudela y un perfil distinto: ribero, joven, echao palante. Quizá tenga más mano para reconducir la relación con el PP. UPN abordará esa batalla estos próximos años, está obligado.

Pero es todo especular. UPN necesita un nuevo líder. Pero también un nuevo corpus ideológico para resituar al partido en un tiempo político para el que no sirve la vieja receta esparzista, a todas luces fracasada. “Va a haber tiempo de sobra”, decía Esparza el lunes. UPN tiene una legislatura para repensarse como partido de arriba abajo.