Herido por la nueva jugarreta que le apartó de la Alcaldía de Barcelona, merced a un pacto de los socialistas con los comunes, ambos bajo el necesario paraguas del PP; el independentismo pretende cobrarse el precio al margen del escenario resultante tras el paso por las urnas el próximo 23-J. Bien sea encareciendo una posible reelección de Pedro Sánchez, bien ejerciendo como dique de contención frente a una mayoría absoluta de PP y Vox, cuya llegada al poder en La Moncloa podría reactivar en Catalunya el procés soberanista ahora aletargado. La bofetada enfureció al soberanismo hasta el punto de que, por momentos, sirvió como pegamento interno tras meses de desavenencias desde que Esquerra y Junts separaron sus caminos en el Govern, hasta el punto de que Pere Aragonès apeló a pasar de una dinámica de competencia a una de cooperación para desafiar tamaño ultraje. Bajado el diapasón, ambas fuerzas, además de la CUP, acuden a esta cita desde diferentes posiciones y estrategias pero con un objetivo común: el referéndum de autodeterminación.

La pérdida de 300.000 votos en las municipales provocó en ERC un primer tsunami de la militancia que cuestionó tanto su vía de acción como a figuras de peso como Oriol Junqueras y Gabriel Rufián, que parte de nuevo como cabeza de lista, arropado por Ernest Maragall como referente del “golpe de Estado, otro 155”, en la ciudad condal. El temor a sufrir otro revés que comprometa incluso al Ejecutivo de la Generalitat fuerza a los republicanos a rebajar su moderación y elevar el listón de las exigencias. Si en 2019 fijó la mesa de diálogo como botín para ofrecer sus apoyos al Gobierno de PSOE y Unidas Podemos, el órdago a Sánchez sería esta vez mayor en tanto que esta herramienta ha quedado descafeinada, casi en el limbo, y satisfechas ya las demandas de los indultos y la reforma del Código Penal. Si la izquierda salva los muebles, el president podrá impulsar el acuerdo de claridad, cuyos trabajos han sido aplazados hasta septiembre, y presionar con la vía Montenegro. Pero si la derecha se hace con el timón, Esquerra repensaría su renuncia a la unilateralidad consciente además de que, no solo el referéndum pactado quedaría desterrado del guión, sino que habría serias posibilidades de que se revierta la supresión del delito de sedición y de que se emprenda desde el Estado un combate contra la lengua y la cultura catalana, como en la Comunitat Valenciana. Rufián llamó a la participación el 23-J en contraposición a las propuestas por parte de entidades como la ANC en favor de la abstención. “Que todo el mundo vaya a votar, a quien sea, si no es a ERC a cualquier partido independentista”, reclamó, mientras se sinceraba: “Es muy probable que ir a votar no cambie las cosas como queremos, pero no ir sí las empeora“.

La decisión del Tribunal General de la Unión Europea de retirar la inmunidad a Carles Puigdemont contribuye a tensionar el clima. Si ya antes de esta resolución Junts avisaba de que no investiría a Sánchez “por miedo a la extrema derecha”, el propio Puigdemont descarta ya abiertamente apoyarlo a él o a Feijóo. La posconvergencia está enfrascada en una campaña dura que recupera la dialéctica de la confrontación con el Estado con el fin de plasmar el fracaso del diálogo preconizado por ERC. “Ahora lo que toca es defender Catalunya”, proclama Míriam Nogueras, quien considera que en la última legislatura, y en buena parte por la falta de una plancha conjunta del soberanismo, “se perdieron oportunidades, bienestar, recursos y competencias”. Su partido entiende que llega la hora de retomar el discurso beligerante y agitar el sentimiento de pertenencia y la bandera del 1-O. Un nuevo choque de trenes después de que JxCat haya reanimado su espíritu con el triunfo estéril en Barcelona, curiosamente de la mano del pausado Xavier Trias, que sería capaz hasta de conversar con Alberto Núñez Feijóo. “Yo no me negaría a hacer una negociación seria, siempre que estén dispuestos a reconocernos”, señaló quitando a Vox de la ecuación. Pero en la rama más impetuosa de Junts no hay espacio para acuerdos sectoriales ni de autogobierno que no pasen por que los catalanes expresen en las urnas su modelo territorial. Un esquema muy parecido, con distinta perspectiva ideológica en cuanto al ámbito socioeconómico, al que enarbola la CUP, que se presenta con dos rostros muy visibles, Albert Botran y Mireia Vehí.

Los comunes y su ambigüedad

En el espectro de la izquierda española la ambigüedad vuelve a apoderarse de los comunes, con Aina Vidal a los mandos tras apartarse Jaume Asens. El partido de Ada Colau, después de entregarse al antisoberanismo en Barcelona en pro del socialista Jaume Collboni, navega entre asentir que el referéndum permanece en su ideario y claudicar ante las intenciones del movimiento donde se integra, Sumar. La formación de Yolanda Díaz se conforma con someter a una consulta el acuerdo que salga de una mesa de diálogo, sin profundizar en más aristas y reivindicando los logros de los últimos años en cuanto a la pacificación social. Lo que el PSOE, y su alter ego, el PSC, llaman “el reencuentro”. Con la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, como jefa de filas, los socialistas se postulan como la mejor baza para reforzar las aspiraciones de Sánchez, quien admitió un giro en su relación con el independentismo en aras de generar un deshielo en el irresoluble conflicto catalán. Que sus opciones para la reelección pasan, en el mejor de los casos, por el secesionismo resulta impepinable, y que pueda depender de Junts y no solo de ERC sería una vuelta de tuerca que quién sabe si no acabaría en repetición electoral. Lo único cierto es que, con la derecha, toda esa calma saltaría por los aires sin remisión.

El 28-M, amén de certificar también en Catalunya la defunción de Ciudadanos, abrió la puerta a la extrema derecha y dio un balón de oxígeno al PP, que yacía arrinconado. Los populares tiran esta vez de Nacho Martín Blanco, exdiputado y portavoz naranja en el Parlament. Vox, por su parte, lo hace con el desconocido Juan José Aizcorbe y la exdiputada de C’s y del PP Carina Mejía, al calor de los dirigentes negacionistas aupados en otras instituciones del Estado.

La gran incógnita es si el desembarco en Madrid de la ola reaccionaria, con la onda expansiva hacia el resto del Estado, reactivaría de inmediato el procés y devolvería el entuerto a la casilla de salida, y quién sabe a qué lugar a los líderes independentistas. Incluido Puigdemont. 2017 tampoco está tan lejos.