Cuando tras la jornada electoral del 12 de abril de 1931 los concejales obtenidos por los partidos republicanos, sumados a los de los nacionalistas e independientes, superaron en más de 1.700 a los monárquicos, los acontecimientos se precipitaron y, en menos de tres días, se produjo la huida del rey Alfonso XIII. El reino de España pasó a ser una república en la que las personas dejaron de ser súbditos para convertirse en ciudadanos. En esos primeros tiempos parecía posible aspirar no sólo a cambios sociales profundos, sino también a políticos que permitieran acomodar la administración pública a la realidad de las diferentes naciones existentes en el Estado. Para esa época existía ya en Euskadi una amplia conciencia a favor del autogobierno vasco, pero cuando el Partido Nacionalista Vasco se puso manos a la obra, la respuesta del gobierno republicano fue que el Estatuto de Autonomía debía surgir de las Cortes españolas.

Teletipo enviado por el lehendakari Aguirre al general Llano de la Encomienda. Le expresa la imposibilidad de enviar la cantidad de suministros que pide y la necesidad de que el Gobierno de Valencia envíe la flota republicana para romper el bloqueo.

Los municipios vascos habían conseguido en tiempo récord un anteproyecto de Estatuto de autonomía, que fue elaborado por la Sociedad de Estudios Vascos. En la declaración preliminar se expresaba claramente que: “… / … el País Vasco constituye una entidad natural y jurídica con personalidad política propia, y se le reconoce como tal, el derecho a constituirse y regirse por sí mismo como Estado Autónomo dentro de la totalidad del Estado Español”. Sin embargo, con la aprobación en septiembre del Título 1 de la Constitución Española, los principios generales de ese Estatuto fueron calificados como “contradictorios” con esta. En diciembre de ese mismo año, vía decreto, se establecía la obligatoriedad de acomodar la redacción de los proyectos de Estatutos de Autonomía a la constitución en vigor, lo que imposibilitó que el proyecto de estatuto prosperara. Así, el régimen republicano, al igual que el monárquico, también negaba la existencia del pueblo vasco como sujeto político.

José Antonio Aguirre jurando su cargo como primer presidente del Gobierno Vasco, bajo el Árbol de Gernika, el 7 de octubre de 1936.

Tras ese intento frustrado, entre las bases del PNV –y también en el EBB– se fue instalando el convencimiento de que la República tendría que ser el paso intermedio o “accidental”, algo por lo que habría que pasar antes de conseguir la consolidación de un Estado vasco. El 5 de noviembre de 1933 se aprobó en referéndum otro texto estatutario que el Gobierno de la República demostró no tener demasiada prisa en aprobar, lo que no ocurrió hasta 1936, varios meses después del comienzo de la guerra.

Declaración del PNV a favor de la República en el periódico ‘Euzkadi’.

La II República española resultó ser un régimen político muy inestable: entre su proclamación y el fin de la guerra, se sucedieron un total de 26 gobiernos. Al comienzo de la sublevación militar que desembocaría en la guerra, el PNV fue, como dice el historiador Luis de Guezala, “uno de los pocos partidos políticos a los que les tocó elegir bando”.

Se ha hablado mucho, muchísimo, de la posición del PNV en los primeros días de la sublevación militar, pero la verdad es que al día siguiente de la sublevación, el mismo día 19 de julio, la dirección del partido emitió un comunicado en el diario Euzkadi. “La decisión de apoyar a la República se trasladó al diario a las seis de la mañana para hacerla pública el mismo 19 de julio no porque tardaran en acordarla discutiendo, sino en prevención de que los acontecimientos cambiaran la situación que hasta ese momento conocían” [texto extraído de la entrevista completa de Ronald Fraser a Juan de Ajuriaguerra].

Con esta publicación, la dirección del partido manifestaba públicamente su adhesión al régimen democráticamente elegido, pero con la reserva de salvar aquello a lo que le obligaba su ideología. El partido sabía que habría personas en sus bases que manifestarían sus dudas, no por falta de convicción democrática, sino por otros factores. El Gobierno de la República y ciertos partidos y sindicatos, eran muy beligerantes con algunas creencias que estaban fuertemente enraizadas en las bases nacionalistas y la convivencia no había sido pacífica, precisamente.

“Española e intransigente”

El diario Euzkadi, en 1933, hablaba de “los sucesos de Eibar y Lizarra”, “los atropellos de Bermeo”, detenciones, arrestos, multas a la prensa nacionalista, asaltos a batzokis, etc. Juan Manuel Epalza lo expresaba así: “El mayor adversario de los jóvenes nacionalistas había sido la izquierda, no porque fuese izquierda sino porque era española e intransigente”. Como hemos dicho, la guerra precipitó de una manera inédita la aprobación del Estatuto en las Cortes Generales del Estado. Seis días después, el 7 octubre de 1936, el Lehendakari Aguirre juró su cargo y formó un Gobierno de concentración que quedó constituido con cuatro consejeros del PNV, tres del PSOE, uno del PCE, uno de ANV y uno por cada uno de los dos partidos republicanos: IR y UR.

En el programa político de ese Gobierno se hizo notar la impronta del PNV. La situación de provisionalidad creada por el contexto bélico fue contemplada como una oportunidad o vuelta a la situación política de abril de 1931. Así, aplicando la “reserva de salvar aquello a lo que le obligaba su ideología”, hacía hincapié en el respeto a la libertad religiosa y la garantía de la seguridad del clero, creaba la Ertzaña para el mantenimiento del orden público y establecía la cooficialidad del euskera y el fomento de las “características nacionales del pueblo vasco”.

La consecuencia de estas y otras medidas fue que la situación política y social del País Vasco fuera completamente diferente a la del resto de la zona republicana. En Euskadi no hubo checas ni revueltas. El único incidente que hubo en este sentido fue el del asalto a las cárceles del 4 de enero. El batallón de UGT que se envió para reprimirlo se unió a la revuelta con un resultado de más de 150 muertos. Este incidente supuso que el EBB llegara a pedir al lehendakari el cese del consejero de Gobernación, Telesforo Monzón, cosa que al final no sucedió.

En la declaración del Gobierno Vasco del 7 de octubre se había expresado también la determinación de llevar la “dirección suprema de la guerra” y se había acordado con el gobierno de Largo Caballero que las milicias vascas “solo combatirían en su territorio, salvo voluntarios que quisieran combatir en otros frentes del Estado español”. Además, el alejamiento físico del Gobierno de la República posibilitó que el Gobierno Vasco asumiera competencias no recogidas en el Estatuto y ampliar las concedidas, convirtiéndose en la práctica en un Estado semiindependiente.

Sin embargo, en febrero de 1937 dio comienzo una serie de desastres que se fueron sucediendo hasta culminar con la caída de Bilbao el 19 de junio. Fiel a su compromiso con el Gobierno de la República, Aguirre envió tropas a Asturias. En perspectiva parece inexplicable –desde el punto de vista logístico y militar– que durante los últimos meses de la guerra en Euskadi hubiera varias brigadas asturianas combatiendo en Bizkaia y, sin embargo, en febrero se solicitaran tropas vascas para combatir en Asturias.

El EBB del PNV mostró su oposición al respecto ya que veían continuamente intentos por parte del Gobierno español de unificar todo el ejército y, además, había voces que reclamaban que el objetivo del ejercito vasco debía ser únicamente defender Euskadi. La composición de un Gobierno tan plural habría de suponer, en ocasiones, mantener un difícil equilibrio entre el compromiso con el Gobierno que presidía y la lealtad y obediencia que el propio lehendakari Aguirre debía a la ejecutiva de su partido.

Las discrepancias en torno a este envío de tropas quedaron de manifiesto en el cruce de telegramas, cartas, etc. entre Doroteo Ziaurritz –presidente del EBB– y el lehendakari Aguirre, y también en las cartas que los comandantes de los batallones vascos enviaron desde Asturias. Por otro lado, las negaciones del jefe de operaciones del ejército del Norte, y del general Llano de la Encomienda a los requerimientos del lehendakari también dejan patente la diversidad de opiniones. En ellas se recogen la negativa de repatriar a los gudaris que habían ido para diez días y cuya estancia se alargó más de mes y medio, y también la exigencia de nuevas tropas y nuevos suministros aun a costa de dejar a Euskadi sin ellos.

Aviación y política

Tras la fallida campaña de Asturias, los bombardeos de Durango (marzo) y Gernika (abril) supusieron un terrible golpe psicológico para la población de Euskadi y también para el Gobierno Vasco. Por primera vez en la historia, núcleos urbanos indefensos alejados del frente y sin interés estratégico eran arrasados desde el aire. A partir de ahí, la suerte estaba echada, la ofensiva rebelde sobre Bizkaia fue haciendo caer en poder del enemigo, una tras otra, todas las posiciones claves. La única esperanza residía en la llegada de la tantas veces solicitada aviación.

A este respecto, es significativa la reflexión que hizo el lehendakari Aguirre sobre la imposible defensa de Bilbao por la inacción del Gobierno de la República, que durante tres meses no realizó ninguna ofensiva ni para descongestionar el frente, ni para romper el bloqueo. Especialmente demoledor fue el telegrama en el que Manuel de Irujo le comunicaba que los únicos pilotos disponibles eran aviadores rusos y que estos se habían negado a defender Bilbao por la oposición de los ministros comunistas hacia el PNV.

El lehendakari pidió refuerzos una y otra vez y se los negaron. El episodio de los aviones solicitados para defender Bilbao es especialmente flagrante, pero hubo más. Aguirre había ideado un plan para evacuar lo que quedaba del ejército vasco por mar y hacerlo cruzar por Francia para llegar a Catalunya. Para ello necesitaba medios de transporte y dinero, y también el permiso para cruzar Francia, algo que únicamente podía proporcionar el Gobierno de la República. Aguirre viajó a Valencia para solicitar ayuda, pero su petición fue desestimada por “motivos políticos y militares”. Al parecer, el embajador de España en París quiso ver el objetivo oculto de ayudar a Catalunya a lograr su independencia.

Es cierto que no hubo una identificación ni social, ni política, ni emocional con la República. El historiador Nuñez Seixas lo recoge de esta manera: “El PNV siempre dejó claro que la República Federal no constituía la plena satisfacción de sus afanes, ni mucho menos como llegó a postular ANV, ERC o el Partido Galleguista, que la lucha común contra un mismo enemigo estuviese creando entre los pueblos hispánicos algún tipo de nueva solidaridad y una identificación cívica con la República en su conjunto”.

La decisión del PNV y de Aguirre fue organizar un completo aparato administrativo que se constituyó en un cuerpo política e institucionalmente autónomo, al mismo tiempo que mantenía bajo su mando todas las fuerzas armadas que operaban en Euskadi. Aquel Gobierno Vasco presidido por Aguirre consiguió durante la guerra, por la vía de hechos, lo que la República le había negado por la del derecho.

Los líderes nacionalistas se mantuvieron leales a la República hasta terminar el conflicto, pero su sentimiento generalizado quedó plasmado en estas palabras del lehendakari Aguirre en julio de 1939: “Nuestra adhesión ha sido a la libertad de Euzkadi. A la lucha no hubiéramos ido directamente, no hubiéramos ido por defender la República”.

En contra del revisionismo de la República que ha hecho en Euskadi algún partido nacionalista que parece encontrarse a gusto al lado de banderas españolas republicanas, en realidad, Euskadi, el pueblo vasco como sujeto político, no tiene nada que celebrar el 14 de abril.